La guerra, Milei y los miedos del futuro: ¿poner remiendo de paño nuevo en vestido viejo?

El ‘Homo sapiens’ acabará descubriendo la vieja sabiduría de que la verdad nunca está en los extremismos, sino en el medio, en el equilibrio de las balanzas

Javier Milei, presidente de Argentina, el 10 de diciembre pasado, cuando asumió el cargo.AGUSTIN MARCARIAN (REUTERS)

Que vivimos en un momento de metamorfosis global es innegable. Basta dar un vistazo cada mañana a la prensa mundial o bucear en las aguas turbias de las redes para entender que la sociedad de hoy está confusa. Que lo que aparece como nuevo es a veces lo más viejo. Y al revés. Baste un botón de muestra en la política, donde el lenguaje anda más enredado que nunca. ¿Qué significa hoy ser de derechas o de izquierdas? ¿Cómo explicar que la palabra, que debería ser sagrada, de la libertad, tengamos que leerla en la boca de los nostálgicos de nuevos holocaustos? ¿Que sean los movimientos más violent...

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Que vivimos en un momento de metamorfosis global es innegable. Basta dar un vistazo cada mañana a la prensa mundial o bucear en las aguas turbias de las redes para entender que la sociedad de hoy está confusa. Que lo que aparece como nuevo es a veces lo más viejo. Y al revés. Baste un botón de muestra en la política, donde el lenguaje anda más enredado que nunca. ¿Qué significa hoy ser de derechas o de izquierdas? ¿Cómo explicar que la palabra, que debería ser sagrada, de la libertad, tengamos que leerla en la boca de los nostálgicos de nuevos holocaustos? ¿Que sean los movimientos más violentos, los menos escrupulosos con la verdad, quienes abogan por la absoluta libertad de expresión en las redes?

¿Cómo entender lo que en este mismo momento está pasando, por ejemplo, en Argentina con la exaltación grotesca del ya famoso: “¡Viva la libertad, carajo!”. ¿Libertad para qué y para quiénes? ¿O en Alemania donde los viejos demonios del Holocausto forcejean por resucitar con el rechazo a los inmigrantes? ¿Mejor arrojarlos al mar? ¿O en Israel, que era ejemplo de una sociedad democrática, donde se detectan tentaciones de escalofriantes soluciones finales con los palestinos?

Hasta en países como aquí en Brasil, donde el oscurantismo de Bolsonaro fue felizmente derrotado por el pragmático exsindicalista, Lula da Silva, empiezan a aparecer tentaciones de querer, como denuncian los evangelios cristianos, “poner remiendo de paño nuevo en vestido viejo”. Y es que el peligro que acecha al pragmático líder de la izquierda brasileña es querer resucitar, soluciones que en sus pasados gobiernos abrieron caminos nuevos de libertad, pero que hoy se han quedado viejos y peligrosos.

El dilema de Brasil es que, como está ocurriendo en otros países, la política que ayer parecía progresista y libertadora, hoy es vista como superada porque, para bien o para mal, la vieja democracia y su lenguaje han entrado en crisis y lo que se pretende como sustitutivo es querer, para seguir el adagio evangélico, “colocar vino nuevo en odres viejos”.

Los políticos de hoy que no han renunciado a los valores que habían derrotado las políticas de la barbarie del pasado, deben entender, que hasta las mejores soluciones de entonces, han envejecido y existe un forcejeo por dar vida a algo nuevo, que los lobos de la moderna barbarie se aprovechan para, bajo el manto de defender la libertad, acabar asesinándola.

Es lo que el psicoanalista brasileño Paolo Sternick llama en su columna en el diario O Globo: “La trama de la desatención”. Según él, “el mundo de hoy global está viviendo en este momento la ausencia de foco y de desatención de tantas cuestiones cruciales de una sociedad que provoca en los sujetos desorientados el sentimiento de desamparo y orfandad”. Y concluye recordando que “la historia ya ha mostrado cuál es el riesgo político de ese escenario virtual”.

Lo difícil hoy, en este momento de desasosiego político y moral, es encontrar una nueva semántica, palabras nuevas para entender la metamorfosis que está en acto. Quizá, volver al viejo adagio bíblico de no querer “echar el vino nuevo en odres viejos”. Y es lo que en parte estamos haciendo. O mejor, estamos queriendo camuflar con palabras consideradas nuevas lo más rancio del pasado.

¿Qué hacer? Se preguntará el escéptico que confiesa no creer ya en nada, para dar vida a algo que responda a las exigencias de las nuevas generaciones, sobre las que recae el peso de ser engañadas y envenenadas con nuevos sofismas ¿Cómo va a reaccionar la generación que se encuentra hoy atrapada en medio de una travesía sin saber a donde va a echar las anclas mientras teme tropezarse con lobos disfrazados con piel de oveja?

Quizá porque ya he hecho varias travesías trágicas, políticas y religiosas en mi vida, me siento hoy más preocupado con la nueva generación que corre el riesgo de ser envenenada por los sofismas de los nuevos profetas de la nada, o peor, de la vuelta al pasado bajo el sofisma de la búsqueda de una libertad y de un liberalismo que más que desatar los viejos nudos de la iniquidad amenazan con una trágica recaída humanista bajo la complicidad de un lenguaje mal llamado inclusivo.

No. No va a ser, por poner solo un ejemplo, enseñando en las escuelas que además de los clásicos masculino y femenino, en vez de todos y todas, hay que decir y escribir todes, vamos a escapar de la tormenta oscurantista que nos acecha. Ni las revoluciones sociales y sangrientas del pasado, ni las estilísticas sutilezas del lenguaje inclusivo, nos van a salvar de nuestras angustias ni alejar nuestros miedos sobre el futuro.

¿Todo perdido entonces? No, al revés. En medio a la tormenta que amenaza a la humanidad que da señales de sentirse naufraga y huérfana es justamente cuando, como ocurrió en el pasado, el Homo sapiens acabará descubriendo la vieja sabiduría de que la verdad nunca está en los extremismos, sino en el medio, en el equilibrio de las balanzas, siempre a la búsqueda de lo nuevo sin confundirlo con los harapos de un pasado que no existe, o que si existe es solo en la fantasía de los nostálgicos de las tragedias. De aquellos pesimistas tan empedernidos como el portero de mi casa de Madrid que cuando yo le decía: “Vaya día maravillosos de sol”, cambiaba de cara y me respondía: “Sí, pero espere y verá”.

Quienes no renuncian a recrear una sociedad menos injusta, menos desigual, sin miedos a nuevos holocaustos y con oportunidades para todos, no deben olvidar la realidad de la Historia. Si el grito de la Revolución Francesa de “libertad, igualdad y fraternidad” resonó un día en el mundo como un canto feliz, la izquierda clásica al mismo tiempo no puede resbalar hoy en falsas ilusiones y promesas imposibles como el querer conjugar “libertad con igualdad”. Los espejismos van bien para los malabaristas, no para la dura realidad de la existencia.

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