La geopolítica de las negociaciones climáticas
La cumbre de Belém pudo ser el reflejo más exacto de los tiempos políticos que atravesamos: convulsos, con deficiencias y resistencias
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Los países del llamado Norte Global llegaron con los bolsillos vacíos a la negociación. Bajo pretexto de haber adoptado hace un año una meta de financiamiento climático para movilizar 300.000 millones de dólares y traer a Bélem una lista larga de mecanismos posibles para alcanzar hasta 1.300 millones de dólares en la siguiente década, han dado por cerradas las discusiones de la cooperación internacional. Con el espejismo de grandes números que no tienen respaldo en la realidad -puesto que en el último año sólo se ha reducido el presupuesto de cooperación internacional, inclusive climático, para aumentar presupuestos militares-, se resistieron a la adopción de una meta robusta de financiamiento para la adaptación, terminando con un lenguaje ambiguo que apenas dibuja una posibilidad de apoyo a los más vulnerables.
Esta retirada del Norte Global es un síntoma de cómo las tasas de crecimiento económico y poblacional de estos países palidecen frente a las proyecciones de las economías emergentes, lo cual ha ido echando raíces en regímenes cada vez más conservadores y, en consecuencia, la ausencia de liderazgo internacional, evidente en esta COP3O.
Este vacío de liderazgo debe ser llenado por otros actores.
La COP30 era un pulso político de Brasil en esta contienda y este país hizo todo lo que estuvo en sus manos para sostenerlo. El Gobierno brasileño no sólo se aventuró a lanzar uno de los fondos climáticos más grandes hasta ahora creados para conservar bosques, el llamado Fondo Bosques Tropicales para Siempre, sino que logró insertar en nuestro imaginario el concepto del mutirão, ese esfuerzo conjunto que es el sello de la decisión principal de la COP30 llamando a toda la humanidad a hacer frente al cambio climático, siempre acompañado del liderazgo de Lula y de Marina Silva empujando por la adopción de una hoja de ruta de salida de fósiles que, tras una oposición inamovible, asumió como esfuerzo voluntario de la Presidencia de la COP30.
Sin embargo, Brasil encontró en sus amigos más cercanos a sus más acérrimos enemigos: los BRICS, una mezcla de economías emergentes que dependen fuertemente de la industria fósil, muchas veces respaldadas por autocracias que ni siquiera maquillan cómo sus intereses económicos son los únicos que ponderan sus decisiones políticas. En Bélem, manipularon diversas salas de negociación -por ejemplo, sobre los indicadores de la Meta Global de Adaptación- e impidieron cualquier mención directa o indirecta a la salida de fósiles.
Ni siquiera China, que es el líder tecnológico por excelencia de la transición climática de estos tiempos, termina de atreverse a tomar el liderazgo político de la escena internacional, así sea el caso de que 60 % de su economía hoy esté siendo impulsada por las energías renovables y los vehículos eléctricos.
La luz en la oscuridad vino de rincones inesperados. La Alianza de pequeños Estados insulares en desarrollo (AOSIS, por sus siglas en inglés) -que no tiene voz ni voto en otros foros multilaterales como el G20 o los BRICS- continúa siendo la brújula moral del régimen climático y lideró y ganó la batalla para mantener viva la posibilidad de no superar el límite de los 1,5 °C, siendo quienes pusieron sobre la mesa que el mutirão sólo existe en función de fortalecer todos los esfuerzos para evitar los impactos climáticos más catastróficos.
También América Latina alzó la voz desde su corazón indígena y amazónico y reclamó su propio espacio en la arena internacional. Colombia lanzó la Declaración de Bélem en contra de los combustibles fósiles, objetando además que no hubiera referencia real a este tema en el resultado final de la COP; Panamá peleó hasta el final la existencia de una hoja de ruta para detener y revertir la deforestación; y México lideró uno de los pocos resultados sustantivos de la COP con la adopción de un Mecanismo para la Transición Justa para la gente, para los trabajadores, y para las comunidades.
En estos vaivenes geopolíticos, el futuro de las COP no puede medirse más por una decisión o por una mención a la salida de fósiles, sino por la capacidad de rendir cuentas respecto a los compromisos adquiridos, los de reducciones de emisiones que son comunes a todos los países del mundo, los de financiamiento climático de los países desarrollados. Pese a lo difícil que fue adoptar el resultado final, la COP30 sí abre una nueva era de implementación climática que debemos seguir impulsando, en el espíritu del mutirão.
Y para los que creen que pueden esconderse negociando a puerta cerrada decisiones insuficientes, llámense petroestados, corporativos fósiles o países industrializados que ignoran sus compromisos de cooperación internacional, las demandas vienen por ustedes en razón de la opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia, que es inequívoca respecto a sus responsabilidades legales.