Las dos luchas de Beatriz Miranda en El Salvador: de salvar su vida a pelear por la de otras
La empleada doméstica preside una asociación para empoderar a mujeres. Este mes buscó sin éxito un escaño en el Congreso con un partido opositor al de Bukele
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Beatriz Miranda subvierte el orden y las costumbres por su labor como lideresa feminista en un pequeño pueblo, llamado Huizúcar, en La Libertad, a las afueras de San Salvador. Sus padres le inculcaron la lucha por la justicia en plena guerra civil en los años 80. Creía que, con esa militancia, había aprendido sobre derechos humanos, pero fue con la llegada a este poblado, hace 14 años, que buscó en el movimiento de mujeres respuestas que no había tenido en ninguna otra etapa de su vida. Ahí encontró el sentido para pelear por otras.
A sus 52 años, Beatriz es la presidenta de la Asociación de Mujeres Huizucareñas, la guía de cien mujeres de diferentes edades de su comunidad. Ella se encarga de buscar alianzas con otras organizaciones para que brinden talleres de prevención de violencia, autonomía económica, salud sexual y reproductiva y protección del medio ambiente en un pueblo con nacimientos de agua de los que han tratado de beneficiarse empresas privadas.
Sin educación formal —solo pudo completar el ciclo básico—, esta madre de seis hijos que trabaja como empleada doméstica limpiando casas ubicadas en zonas ricas de San Salvador ha buscado formarse a través de talleres. “Por eso puedo hablar como hablo”, dice la mujer de piel morena y sienes hundidas por la edad. El cabello lo tiene oscuro, largo, ondulado y se tiñe las canas por recomendación de una de sus hijas, que es cosmetóloga. “Yo me siento libre de vestirme como quiero. A esta edad, comencé a disfrutar esto del maquillaje y la ropa”.
Sentirse a gusto con quién es y lo que hace es parte del recorrido de Beatriz Miranda, que pasó de huir para salvar su propia vida a luchar por la de otras, un viaje que le ha llevado incluso a buscar un escaño en el Congreso de El Salvador, aunque no tuvo éxito. A principios de mes, se postuló como diputada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el partido tradicional de izquierdas en el país, opositor al todopoderoso Nayib Bukele. Lo hizo convencida de seguir apoyando a sus compañeras, tras ver que ni el “presidente ni los actuales diputados tienen prioridad de defender a la mujer”, asegura.
Las dos huidas de Beatriz
Beatriz vivió una infancia marcada por el desplazamiento interno constante. Durante la guerra, sus padres denunciaron represión gubernamental, y la Guardia Nacional, un antiguo cuerpo policial y militar, irrumpió en su casa en Apopa, al oeste de San Salvador, para arrestarlos. Ella era entonces una niña de 9 años, y los militares la amenazaron con asesinarla junto con sus hermanos. Entonces, tuvieron que irse a vivir a una casa refugio.
Unos años después, conoció a un hombre del que se enamoró y se exiliaron a Guatemala. Ambos regresaron con los Acuerdos de Paz de 1992. Pero de regreso a su país, la vida no era fácil. El dinero no alcanzaba para mantener a sus seis hijos y pagar la renta. Entonces, decidieron mudarse a Huizúcar, un pequeño pueblo con pocas calles pavimentadas y donde había mucha presencia de pandillas, según la Policía. Pero también el lugar que le abrió los horizontes a Beatriz.
Una vecina le contó que había una organización donde impartían talleres para empoderar a las mujeres. Beatriz llegó con entusiasmo a la casa pintada con murales, ubicada en una esquina de las calles más transitadas de Huizúcar, donde se reunían. Se sentó en los últimos asientos, recuerda, y no quiso levantar la mano para hacer preguntas. “Yo estaba impresionada. No sabía nada de los tipos de violencia que hay. Mejor guardé silencio”.
Poco a poco, aprendió los derechos de las mujeres. Mientras, en su hogar, su esposo la maltrataba. “No quería que aceptara un trabajo de limpieza en la alcaldía porque decía que yo iba a conocer hombres. Me golpeó, pero eso no me detuvo que aceptara el trabajo”, dice. “Una, de mujer, cree que ellos van a cambiar cuando regresan a buscarnos y por eso volvemos. Nos cuesta salir del círculo de la violencia”, sostiene.
Conforme más se involucraba en la organización, Beatriz iba cambiando algunas de sus conductas y teniendo más autonomía. Su expareja lo percibió. El 16 de enero de 2015, él la quiso apuñalar. “Yo regresé de trabajar. Quizá andaba drogado o borracho, pero no quería que fuera al molino con los niños. Le dije que de igual forma iba a ir. En ese momento, fue cuando sacó el cuchillo y me apuntaba en la cara, pero menos mal mi hijo mayor estaba en la casa y lo detuvo”, recuerda.
Mentora de otras mujeres
Entonces, acudió a la asociación. Y, con la ayuda del Instituto de Desarrollo para la Mujer (Isdemu), fue trasladada a un refugio creado para víctimas de violencia. “Me volví a refugiar como lo hice cuando era una niña. Presenté una denuncia y lo dejaron libre al día siguiente. Entonces finalmente decidí dejarlo”.
Esa experiencia le dio más fuerza y acabó convirtiéndose en una de las lideresas de la asociación, donde ofrecen talleres de formación contra la violencia de género y asistencia a quienes la sufren, pero también promueven actividades productivas de reforestación, huertos comunitarios y mercados donde venden sus productos como champú de manzanilla y sapuyulo.
Además, Beatriz se ha convertido en mentora de otras mujeres como Julia, quien denunció haber sido secuestrada y violada por pandilleros hace cinco años y sobrevivió a un intento de asesinato por parte de su expareja. El trabajo de Beatriz —que ayudó a buscar un refugio para Julia después de que denunciara a su agresor— hizo que éste tratara atropellarla. Pero ella no se rinde: “Yo le digo que no se preocupe. Yo seguiré viva. Me salvé de la guerra, de mi expareja, y esta persona no me hará daño”. asegura.
Según Beatriz, a las mujeres que sufren violencia machista, les toma tiempo entender lo que están viviendo. Por eso acuden tarde a la Policía y algunas prefieren guardar silencio por miedo a quedarse solas, pero también al qué dirán. Entre 2018 y 2022, El Salvador registró 951 muertes violentas de mujeres y, en ese mismo periodo, 97.022 fueron víctimas de violencia, según datos de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa).
Pese a ello, el presidente Nayib Bukele solo se ha referido a la violencia contra las mujeres en una ocasión desde su llegada al poder en 2019. Fue en una conferencia nacional el 4 de junio de 2020, y lo hizo para atacar a organizaciones feministas que, dijo, deberían estar “contentas” por la disminución de los casos de violencia en su contra en los primeros meses de su Gobierno. “Han muerto el 61% menos mujeres de las que murieron en el mismo periodo del Gobierno anterior... o sea que las mujeres están 61% más seguras en este Gobierno”, dijo el mandatario el día que presentó el Plan Control Territorial, la estrategia de seguridad nacional para hacer frente a la violencia de las pandillas, aunque no dio detalles sobre ella. Y acusó a las organizaciones feministas de no defender a las mujeres, sino al partido opositor FMLN.
Pero Beatriz sabe que la violencia contra las mujeres persiste y eso es lo que le llevó a dar el salto a la política. Y, aunque no consiguió un escaño en un Congreso donde el oficialismo ganó la mayoría, no se arrepiente. “Lo intenté, que es lo que importa. Ahora me queda seguir liderando a esta comunidad de mujeres”, sostiene. Mientras sigue luchando por otras, Beatriz tiene el apoyo de sus hijos, aunque reconoce que están preocupados por ella: “Ninguno me dice que deje de hacer lo que me gusta. Solo me dicen que tenga cuidado, porque me meto con hombres violentos para cuidar a las mujeres”.