¿A la altura de los problemas?
Los avances que hagan los políticos de un lado u otro tienen un futuro transitorio, válido solo hasta que vuelva a ganar el radicalismo del otro extremo
En una entrevista reciente, el intelectual mexicano Héctor Aguilar Camín dijo: “Analíticamente, no he estado a la altura del país que tengo en frente”. Una verdad dura de aceptar. Una honestidad intelectual envidiable.
Los políticos, dice Aguilar Camín, tienen el monopolio de la iniciativa y lo desperdician gobierno tras gobierno, con algunas excepciones. Desde 1950, los economistas recibieron la posta de la política económica y fueron apre...
En una entrevista reciente, el intelectual mexicano Héctor Aguilar Camín dijo: “Analíticamente, no he estado a la altura del país que tengo en frente”. Una verdad dura de aceptar. Una honestidad intelectual envidiable.
Los políticos, dice Aguilar Camín, tienen el monopolio de la iniciativa y lo desperdician gobierno tras gobierno, con algunas excepciones. Desde 1950, los economistas recibieron la posta de la política económica y fueron aprendiendo de los éxitos y fracasos en otras latitudes, de las grandes lecciones mundiales, de los hallazgos de la academia y de las recurrentes crisis latinoamericanas.
Las grandes lecciones se pueden sintetizar en: 1) banca central independiente; 2) fiscalidad sometida a reglas; 3) regulación de sectores clave que promueva y permita la financiación de largo plazo de proyectos; 4) no distorsionar las señales de precios; y por último, 5) estado de bienestar pagable y sostenible para proveer el alcance universal y la creciente calidad de la educación, salud, atención a la vejez y apoyo para superar la pobreza.
La seguridad física y jurídica son tareas pendientes y no son estrictamente resorte de los economistas, aunque las predicamos a diario. Pare de contar. Esos cinco logros no son pocos. Costaron muchos procesos de prueba y error, así como álgidas disputas. En muchos de nuestros países fue crítico contar con asesores internacionales que nos ayudaran a verlos y que tuviéramos la consistencia a través de décadas para alcanzarlos. Recientemente, se ha vuelto titánico simplemente mantenerlos.
Lo inquietante es que esas epifanías se dieron antes de 1990. Tomó mucho tiempo hacerlas realidad. La vertiente de izquierda ha adicionado en este siglo: salvar al planeta del cambio climático e imponer una agenda identitaria redistributiva que privilegie no solo a los pobres, sino también a las comunidades primitivas y a minorías como LGBTQ+. Para muchos de ellos, si eso implica dejar de crecer, frenar la movilidad individual y social o inclusive dejar de privilegiar a los más pobres, son precios que están dispuestos a pagar.
Por último, frente a la inseguridad física, adalides de la izquierda han propuesto los “abrazos en lugar de balazos” de AMLO; renegar de las fumigaciones con glifosato; dar impunidad y curules en el congreso a los criminales en 2016 en Colombia; y la paz total de que “no sea crimen lo que antes era crimen” de Petro. A la inseguridad jurídica en Bolivia y México le sumaron la elección popular de jueces, de fatales consecuencias en el primero y pronóstico reservado en el segundo. Al día de hoy, en mi opinión, ninguno de estos fue un avance.
Ante la llegada de ese consenso contrario, la tarea de los defensores de las cinco agendas originales se ha vuelto sencillamente defenderlas. Pero aparte de este debate, parece que la materia gris de los políticos y los técnicos se agotó. Es un tremendo callejón sin salida intelectual.
Tres temas adicionales ocupan buena parte del debate actual: la rivalidad entre China y EE UU; la creciente inseguridad, incluida la pérdida de zonas enteras de varios países a manos del crimen; y el desafío de la inteligencia artificial.
Solo la inteligencia artificial puede tener connotaciones positivas, si bien la mayoría de los artículos enfatiza el mundo distópico que puede resultar de un predomino de la inteligencia de las máquinas frente a los humanos. Los otros dos temas han llevado a hablar de una posible Tercera Guerra Mundial y de la derrota del Estado en manos del crimen organizado.
En las elecciones que se avecinan en muchos países de la región, la izquierda radical mantiene su postura descreída de la técnica, el crecimiento, las señales de precios, la prudencia fiscal y monetaria, en fin, de un consenso arduamente ganado. La derecha radical tampoco cree mucho en la técnica y allí la economía ha dejado de ser el referente para darle paso a la seguridad, ligada a la inmigración y el crimen organizado.
Pareciera que este será en adelante el dilema de las elecciones. Lo que se haga de un lado o del otro hacia el futuro será transitorio. Válido solo mientras vuelve a ganar el radicalismo del otro extremo. La calidad de las políticas públicas, los equipos de Gobierno y la gestión decae en las luchas ideológicas. Eso desvaloriza los esfuerzos ordenadores.
Es decir, adolecemos no solamente de falta de imaginación, sino de la falta de firmeza de lo que se haga. No es solo que no estemos a la altura de los desafíos actuales, como dice Aguilar Camín, sino que cualquier cosa que se haga será desechada prontamente, en cuatro, cinco o seis años, dependiendo del país, por el movimiento pendular de la política y el triunfo de la oposición.
Los políticos e intelectuales parecemos no estar a la altura de los problemas y haber convertido nuestros debates ideológicos en el centro de nuestras preocupaciones. Mientras los problemas siguen ahí: la pobreza, el desempleo, la informalidad, la falta de oportunidades, las drogas al alcance de la niñez y los adolescentes, las diferencias de género, las disparidades regionales, el deterioro de la justicia, el imperio del crimen, y siga contando.