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No tenemos confianza en el sistema electoral

Cuando la incredulidad se vuelve estrategia, se olvida que ganar no solo es cuestión de votos, sino de legitimidad, y esa no se compra ni se asegura con declaraciones

“No tenemos confianza en el sistema electoral”, ha dicho varias veces el presidente Gustavo Petro, echando por el piso una organización que ha costado mucho trabajo construir y fortalecer al punto de tener que fijar en la Constitución las fechas en las cuales se deben realizar las elecciones del presidente de la República y de las corporaciones...

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“No tenemos confianza en el sistema electoral”, ha dicho varias veces el presidente Gustavo Petro, echando por el piso una organización que ha costado mucho trabajo construir y fortalecer al punto de tener que fijar en la Constitución las fechas en las cuales se deben realizar las elecciones del presidente de la República y de las corporaciones públicas. Petro venía de respetar y confiar en el modo con el cual opera la Registraduría cuando fue beneficiado por los resultados que lo hicieron representante a la Cámara, senador de la República, alcalde mayor de Bogotá y presidente de la República. Hasta ahora, cuando ya no va a tener un interés directo y personal en las elecciones del 2026. Es una jugada que raya en lo kafkiano.

La desconfianza por adelantado opera como un seguro político. Si gano, perfecto. Si pierdo, ya hay una excusa para no respetar el resultado adverso. No hace falta denunciar fraude o irregularidades en general, basta con recordar: “Lo dije antes, no confío en la Registraduría”. Y así, de repente, la incredulidad se vuelve argumento. Es una técnica que raya en la prestidigitación política: hacer crear la desconfianza antes de que la gente vote. Esta estrategia no es inédita en la política mundial. Líderes que cuestionan las autoridades locales de manera anticipada han creado crisis institucionales, polarización y un ambiente donde nadie acepta perder. En Colombia podría suceder algo similar (Dios no lo permita), cuando los electores se acostumbran a que la desconfianza hace parte del juego y la legitimidad del sistema queda bajo sospecha, incluso cuando funciona perfectamente.

Si el objetivo fuera fortalecer la democracia, bastaría con trabajar junto a la Registraduría y los órganos de control, supervisar los procesos y expresar cualquier duda con trasparencia. Pero no, la desconfianza anunciada es un recurso político listo para actuar por si las dudas, que condicionan la narrativa antes de que se conozcan los resultados.

Colombia ha logrado consolidar un sistema electoral confiable y reconocido internacionalmente. La democracia no se mide por quien gane, sino por la certeza de que todos acepten y respeten el juego. Cuando la incredulidad se vuelve estrategia, se olvida que ganar no solo es cuestión de votos, sino de legitimidad, y esa no se compra ni se asegura con declaraciones.

Si a eso le sumamos la incertidumbre que se ha derivado de la ley de encuestas por la dificultad de aplicarla, se enrarece el ambiente y contribuye al crecimiento de la polarización por la falta de un elemento natural de la contienda al no tener información para el análisis electoral de los candidatos. No hay cómo financiarlas. Al Congreso no le gustan las encuestas y por supuesto la ley será demandada.

El registrador Hernán Penagos aseguró que las elecciones de 2026 están garantizadas por la Constitución y que habrá seguridad y transparencia. También ha convocado al ministro de Defensa y a las Fuerzas Militares para trabajar coordinadamente para que todo resulte como Dios manda. Démonos la bendición y confiemos que el patrono de Colombia no nos desampare.

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