El escuadrón que se anticipa a combatir incendios forestales
La erradicación del retamo espinoso avanza como la respuesta clave contra los incendios que arrasaron miles de hectáreas en cerros y páramos a principios de año
Yerlín Martínez se abre paso sin vacilación entre los arbustos. No le teme al monte, ni a los tallos plagados de espinas que se adhieren como polvo a las mangas, los guantes y el peto de cuero que lleva como una suerte de armadura. Cuando levanta la parte del casco que le cubre el rostro, los rayos de sol le pegan con rigor sobre la piel morena. El hombre corpulento, de casi 1,80 metros de altura, empuña una motosierra para tumbar plantaciones de retamo espinoso, una de las cien especies invasoras más agresivas del mundo y una de las más nocivas para los ecosistemas altoandinos y de subpáramo en Colombia. Martínez forma parte de las cuadrillas empeñadas en erradicar cerca de 100 hectáreas del enemigo que arrasa con páramos y bosques, como los que ardieron con los incendios forestales de comienzos de este año en varias zonas del país. “Esto es una maleza que no sirve para nada, solo hace daño al medio ambiente”, afirma el trabajador de 42 años.
A simple vista, el retamo espinoso es un arbusto de flores amarillas que luciría bien como fondo de una fotografía en un día de campo, pero pocos reconocen que es un aliado del fuego. Es resistente a las llamas y hace que estas se extiendan más rápido y con más fuerza. Las altas temperaturas, a la vez, favorecen su alta capacidad de regeneración. Las flores estallan con el calor o la luz, esparciendo las semillas que contienen en un radio de hasta un kilómetro, dependiendo de la fuerza del viento.
Es originario de Europa, —se sembró en Colombia hacia el año 1950 para contrarrestar la erosión del suelo, principalmente en zonas frías de regiones como Cundinamarca y Boyacá— tiene raíces resistentes a los incendios y espinas aceitosas consideradas pirogénicas. “Esto quiere decir que, dentro de su composición química, tiene elementos que facilitan la propagación del fuego. Cuando hay un incendio, la planta aparentemente se quema, pero no muere. Por el contrario, afecta mucho a las nativas. Esta especie queda viva, genera más semillas, más retamo y desplaza más rápido a las nuestras”, explica Rafael Robles, ingeniero forestal de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), la entidad que adelanta el proceso de erradicación.
El retamo crece más rápido que la mayoría de especies nativas, hasta impedirles sobrevivir. “Cuando entra, crea un cerco, se apropia del terreno. Si hay alguna nativa, lo que hace es atraparla, encerrarla y llevarla ahí con su crecimiento hasta lograr asfixiarla”, agrega Robles.
El retamo espinoso prolifera y crece en áreas con exposición al sol, como orillas de carreteras o márgenes de bosques o potreros. La cuadrilla de Yerlín trabaja en una vía cercana al embalse del Neusa, la fuente que abastece de agua a los municipios de Cogua y Zipaquirá y que dibuja uno de los paisajes más distinguidos de la sabana de Bogotá. A dos horas en coche desde la convulsionada capital, el aire liviano refresca en aquel lugar rodeado de verde. Antes de que llegaran los operarios, era imposible poner un pie en esa parte del terreno. Los arbustos formaban una barrera más difícil de atravesar que un muro de concreto.
La cuadrilla funciona como un reloj, una pieza exacta detrás de la otra. En la parte alta, Yerlín avanza firme con la motosierra. A pocos pasos, otro grupo separa las ramas espinosas de los troncos recién derribados. Sus compañeros cargan las ramas en una lona, como quien lleva a un enfermo en una camilla con algún virus del que no se quieren contagiar. Otro grupo las recibe y las tritura para ponerlas en bultos que más tarde llevarán a incinerar.
Alberto Guzmán, un campesino local de 58 años que antes sembraba papa en la zona, hace un movimiento para estirar la espalda mientras arroja el retamo triturado en los sacos. Reconoce que el trabajo es intenso. “Se cansa uno de la cintura, porque está todo el tiempo ahí agachado. Agáchese y levántese, y así”, dice con ojos claros que le protegen unos lentes transparentes. Cumplen turnos de 7 de la mañana a 12 del día, almuerzan y retoman desde la 1 hasta las 4 de la tarde. Luego, retornan a cabañas cercanas.
La paz de la naturaleza solo se interrumpe por el sonido de las motosierras. A unos metros de allí, está Richard Romero, de 56 años, un defensor del medio ambiente que antes de llegar a la cuadrilla sembraba árboles como voluntario. “Al comienzo cuando me dijeron que tocaba tumbar matas me parecía absurdo. Sin embargo, en las capacitaciones hemos visto que este retamo está invadiendo el sector donde estaban los frailejones, donde estaban las plantas nativas que uno veía de niño cuando iba al campo”. En sus manos tiene rastros del roce de las espinas. “Son gajes del oficio. Sé que es mínimo y pasajero comparado con la huella que estamos dejando aquí”, afirma.
Juan Camilo Perdomo, el ingeniero residente explica que el trabajo tiene su ciencia. “Tenemos que hacer unos cortes adecuados para que la semilla no salga con los vientos. El operario tiene que hacer el corte a unos 20 centímetros del suelo para dejar una parte que visible a los que van a hacer la extracción de la raíz”, cita como ejemplo. Antes de sembrar nuevas especies pasarán entre cuatro y seis meses. “Uno regresa al tiempo y ve que todo ese territorio está como un tapete verde. Está todo el retamo regenerado. Esa regeneración toca estarla quitando para darle espacio a la especie nativa. Cuando logra una altura suficiente y genera sombra, el retamo ya no entra”, añade Robles.
Para la restauración ecológica se plantarán entre 1.800 a 2.000 árboles nativos por hectárea, utilizando especies apropiadas para los ecosistemas de páramo y subpáramo. A diferencia de los retamos que en cuatro años alcanzan la altura máxima, las especies nativas crecen por varias décadas, aumentando la captura de carbono y protegiendo la fauna. “Las plantas nativas disminuyen la temperatura, regulan el aire y aumentan la humedad y todos estos factores previenen que los efectos del calentamiento propaguen nuevos incendios”, subraya Alfred Ignacio Ballesteros, director de la CAR.
Las zonas de erradicación y restauración incluyen los cerros orientales de Bogotá, áreas de la localidad de Usme, el embalse del Hato en Cundinamarca y Saboyá (Boyacá), donde además del retamo espinoso proliferan otras especies invasoras como retamo liso, la acacia, el eucalipto, el pino y el helecho marranero.
Los escuadrones que las erradican recuerdan a los integrantes de bomberos, el Ejército, la Policía, la Defensa Civil y comunidades enteras que unieron fuerzas para apagar los incendios que consumieron más de 17.000 hectáreas de páramos, cerros y bosques a inicios del 2024. Son héroes como ellos, pero combaten los incendios antes de que ocurran. “Pienso que todos somos unos guerreros porque no todo el mundo se le mide a esto. Así no alcancemos a ver los resultados, vienen las nuevas generaciones y es un bien para ellos”, concluye Yerlín, padre de una hija de 13 años, la edad que él tenía cuando aprendió a manejar la motosierra con la que hoy derriba los retamos.
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