Petro propone una “constituyente” en pos de movilizar a sus bases

El activismo en las calles parece tener un papel fundamental en la meta de lograr una transformación trascendental

Gustavo Petro da un discurso durante una manifestación que apoya sus reformas políticas, en Bogotá.NATHALIA ANGARITA

¿En qué va la idea de una “asamblea constituyente” que en medio de un discurso lanzó el presidente Gustavo Petro hace algo más de una semana?

En primer lugar, y muy probablemente en un ejercicio de lo que se llama “control de daños”, la Presidencia ha procedido a diluir un poco la idea. A decir, por ejemplo, que con esta propuesta no se busca la reelección del presidente, ni atravesarse en la discusión de las “reformas sociales” que se está dando en el Congreso, e incluso que con ella no se bus...

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¿En qué va la idea de una “asamblea constituyente” que en medio de un discurso lanzó el presidente Gustavo Petro hace algo más de una semana?

En primer lugar, y muy probablemente en un ejercicio de lo que se llama “control de daños”, la Presidencia ha procedido a diluir un poco la idea. A decir, por ejemplo, que con esta propuesta no se busca la reelección del presidente, ni atravesarse en la discusión de las “reformas sociales” que se está dando en el Congreso, e incluso que con ella no se busca cambiar la Constitución de 1991.

Es apenas comprensible que la Presidencia haya corrido con este ejercicio de control de daños, dados los enormes riesgos que la formulación original podía traer al Gobierno, y dada también la poca factibilidad práctica de la idea.

Sobre esto último, hay que tener en cuenta que la convocatoria a una asamblea constituyente implica intervención del Congreso, mayorías calificadas, y dos votaciones (una de ellas con un umbral elevado). Esto, para un Gobierno que ni siquiera logra que en el Congreso se aprueben sus proyectos legislativos ordinarios, y que celebra cuando su favorabilidad sube al 35%, no parece un escenario muy favorable.

Y es un escenario, además, que en el actual clima político crea una alta probabilidad de que sean la derecha y la centroderecha las que terminen dominando una constituyente. Factor este que hábilmente aprovechó el ex vicepresidente Germán Vargas Lleras cuando acogió la idea como una oportunidad para medir fuerzas con el Gobierno, para reformar la Constitución de manera más amigable al ideario de la derecha, e incluso para considerar la terminación anticipada del periodo del presidente.

Con el paso de los días la idea terminó transformada en un concepto no muy definido, que involucra escenarios de participación comunitaria para la discusión de todo tipo de problemas, desde el cambio climático hasta la impunidad.

Y en esto, tal vez veremos un nuevo intento de parte del presidente por hacer realidad aquel ideal que le ha sido tan esquivo hasta ahora: el de una gran movilización popular en apoyo de sus reformas y de sus ideales de transformación.

Ese anhelo se ha frustrado hasta ahora. En ya más de cuatro ocasiones el Gobierno convocó movilizaciones populares de apoyo a las reformas, con una respuesta en todos los casos frustrante. Ni siquiera el hecho de que en las últimas ocasiones el Ejecutivo puso la logística, el transporte, la organización, y la participación cuasiobligatoria de sus funcionarios, sirvió para producir una movilización capaz de tener efectos políticos.

Y el ideal de dicha movilización parece tener un doble papel en la visión del presidente. Por un lado, ella sería el instrumento político que le permitiría gobernar a su manera, con sus ideas y con sus proyectos, sin tener que llegar a acuerdos con otros sectores políticos que implicaran diluir un poco esos proyectos. Una gran movilización social, una gran exhibición de capital político, era la manera de salir del dilema entre el apego a sus ideales (con pocas posibilidades prácticas) y la negociación política en la que se ganan posibilidades prácticas a cambio de diluir el ideario.

Parecería también tener un papel central en la concepción que el presidente tiene de sí mismo como capitán histórico de la movilización popular para ser, junto con ella, el agente de una transformación trascendental.

Pero dicha estrategia bien podría estar basada en un error de cálculo. Ese error consiste en sobreestimar la inconformidad social tanto en sus dimensiones como en sus pretensiones. Y por esa misma vía, sobreestimar la victoria electoral de Petro como si ella fuera una manifestación inequívoca y sólida de dicho sentir social. Y como si esa victoria, ese “mandato popular” al que con tanta frecuencia se refiere el presidente, fuese un endoso incondicional de todas sus acciones, de todos sus propósitos, y en particular de todos sus proyectos de reforma legislativa.

Ese error bien podría surgir, a su vez, de una sobreestimación del “estallido social” de abril y mayo de 2021, y de sus implicaciones políticas estructurales. Parecería ser que, tanto en la campaña como en el Gobierno, la estrategia de Gustavo Petro se basara en asumir que ese sentir aún está vivo y está ahí, listo para activarse y hacerse sentir en apoyo de su Administración.

Es probable que en los hechos de 2021, sin desestimar su importancia, hayan obrado muchos factores transitorios que hoy ya no están allí, en particular el impacto social, económico y humano de la pandemia. Asumirlo entonces como un factor constante sobre el que podía construirse una estrategia política tan ambiciosa es, al final, un error de cálculo.

Un error que parece haber causado a veces la perplejidad del propio presidente, a quien hemos oído preguntar y preguntarse por qué la gente no sale a las calles. A la ministra de Trabajo le preguntó en público por qué los trabajadores no estaban en las calles empujando sus reformas. ¿Dónde están los estudiantes? ¿Dónde están los jóvenes? ¿Dónde están los campesinos?

Muchos temen que ese factor sea finalmente activado de forma artificial, mediante subsidios, contratación con comunidades, y otros factores que den lugar a beneficiarios a los que luego se les pueda pedir salir a las calles. Yo alguna vez pensé que la estrategia sería buscar esa activación en el marco del proceso de paz con el ELN, con el pretexto de que la paz requiere reformas estructurales, y que ellas son necesarias incluso si hay que pasar por encima de los procedimientos institucionales.

Ese último argumento, por naturaleza muy controversial, sería apuntalado por las movilizaciones, que se presentarían como voluntad popular superior a esas instituciones por ser poder constituyente. La estructura del Ministerio de la Igualdad, que es bastante peculiar, parecía diseñada para organizar este escenario. Un escenario para el cual la probabilidad parece ser baja, no solo por la inexistencia del factor estructural con el que ella cuenta (o al menos en las dimensiones en que ella necesita que exista), sino por la demostrada ineficacia operativa del Gobierno actual. Pero seguirá en el aire, y volverá una y otra vez, pues es central en la visión que el presidente parece tener del país y de sí mismo.

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