Educar desde la diversidad, la apuesta de los jardines infantiles afro de Bogotá
Tres guarderías que atienden a más de 150 niños en la capital rescatan los saberes de los pueblos afrocolombianos, en pro de una educación intercultural y sin discriminación
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Un grupo de niños de entre 3 y 4 años acaricia plantas de romero, hierbabuena y limonaria en el huerto de ...
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Un grupo de niños de entre 3 y 4 años acaricia plantas de romero, hierbabuena y limonaria en el huerto de una guardería del suroeste Bogotá. Gloria Rengifo, a quien todos llaman tía, ha enseñado a los niños a sembrarlas. Ella es la sabedora del jardín infantil Afrobogotano y su trabajo es transmitir los conocimientos tradicionales de su natal Chocó en el centro educativo. El lugar, al igual que otros dos jardines en Bogotá, inculca las enseñanzas de las comunidades afrodescendientes para impulsar la inclusión y la diversidad en la formación de la primera infancia, y, ante todo, enfrentar el racismo de raíz.
El Afrobogotano abrió sus puertas en diciembre de 2021; después vinieron los jardines Princesa Orika, que opera desde octubre del año pasado; y Abriendo Caminos, que empezó su andadura hace poco más de un mes. Las tres guarderías aplican un enfoque diferencial afro en su estrategia educativa, que rescata el conocimiento tradicional de los pueblos negros, raizales y palenqueros de Colombia, al tiempo que intenta cerrar las brechas de exclusión. La iniciativa es implementada por la Secretaria Distrital de Integración Social (SDIS), en respuesta al pedido de la Comisión Consultiva de Comunidades Afrocolombianas en Bogotá, una instancia de representación de esta población ante el Gobierno local.
Los salones y corredores de los tres jardines están decorados con símbolos icónicos de pueblos africanos, como mascaras de dioses ancestrales y pinturas de los paisajes propios del Pacífico y el Caribe, de donde proviene la mayor parte de la población afro del país. En estos centros, la mayoría del personal es de ascendencia negra. Cada uno cuenta con una sabedora, figura encargada de aportar los conocimientos del territorio en la formulación de las actividades. Por ejemplo, los más pequeños son arrullados con versos típicos de las cantadoras del Pacífico y con rondas como Tortuguita, vení bailá, en lugar de canciones infantiles como La Vaca Lola.
Los niños crecen entre tambores y marimbas para desarrollar habilidades musicales y de expresión corporal. Fortalecen la motricidad fina por medio de la realización de artesanías básicas y los cuentos que los acompañan hacen parte de la tradición oral de departamentos como el Choco, el Cauca, rincones de Antioquia y la franja costera del Caribe.
El Afrobogotano, Abriendo Caminos y Princesa Orika se ubican en tres localidades distintas: Kennedy, Rafael Uribe Uribe y Suba, entre periferias del sur y el norte de la capital, lugares en los que, según las maestras de los jardines, hay una presencia significativa de población afro. Sin embargo, las guarderías atienden a todos los niños sin distinciones étnicas. De hecho, más del 60% de los inscritos en estas unidades son mestizos. “El modelo apunta a una educación intercultural en la que todos son bienvenidos”, explica Margarita Barraquer, cabeza de la SDIS.
Aparte de ser lugares en los que se exalta la diversidad, también son espacios de reafirmación y autorreconocimiento para las familias, los niños, e incluso las profesoras afrocolombianas. “Aquí, encontré un sitio en el que realmente puedo ser yo porque siento que estoy en mi casa”, explica Rengifo, mientras camina entre la huerta de plantas y hierbas medicinales del jardín de Kennedy, que atiende a 64 niños, 22 de ellos afrosdescendientes. El centro aún cuenta con más de 20 plazas disponibles. “Estamos trabajando para llegar a más familias afro”, recalca Sandra Angulo, coordinadora del jardín.
Cebe aclara que en Bogotá no existen estadísticas recientes de población afrocolombiana. En el último censo de 2018 se reportó que había 65.565 personas con este origen, pero desde entonces hay un vacío estadístico que delata de alguna forma la invisibilización de este grupo social.
Rudy Tiaret, antropóloga experta en temática étnica y directora del Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de Los Andes rescata el valor de la iniciativa de los jardines afro, pero, a su vez, advierte que se requieren mayores esfuerzos en la lucha por una educación plural. “Esos espacios posibilitan la revalorización de los legados ancestrales, aunque, hace falta ir mucho más allá, y, por ejemplo, aplicar realmente la Cátedra de Estudios Afrocolombianos”, apunta Tiaret. Esa cátedra a la que hace referencia se estableció por decreto en 1993 y condensa herramientas para promover y visibilizar los saberes de la africanía en todas las instancias del sistema educativo colombiano.
Precisamente, la falta de aplicación de esas herramientas y el desconocimiento de los aportes de los pueblos afro siguen haciendo mella en las instituciones. En los últimos cinco años, se han presentado 109 casos de racismo en entornos escolares públicos, según el Consejo de Bogotá. Una cifra infravalorada, teniendo en cuenta que el Protocolo de Atención a Casos de Racismo y Discriminación Racial sólo se está aplicando en 52 de los más de 750 colegios distritales que hay en la ciudad.
Con el establecimiento de los jardines afro, las educadoras buscan erradicar desde los primeros niveles de educación toda muestras de rechazo. “Quienes estamos aquí hemos sido discriminadas y por eso luchamos para que en el futuro no se discrimine a nadie más”, dice Angulo, educadora proveniente de Nariño, en el sur de Colombia.
Espacios como los que ella dirige no solo han tenido impacto en los niños y las maestras que integran los centros, sino que además han ampliado la perspectiva de las familias beneficiarias frente a nuevas formas de educación. “Mi niño ha tenido un avance muy grande. Además, estoy muy contenta con la enseñanza que le han dado sobre la naturaleza”, asegura la abuela de uno de los pequeños del jardín Afrobogotano. Entretanto, al otro extremo de la ciudad, en el centro Princesa Orika, las maestras juegan con los bebés de la sala cuna en un mar hecho de papel que evoca el océano de siete colores de las islas de San Andrés y Providencia.
Aunque estos esfuerzos parecen pequeños en una ciudad de más de ocho millones de habitantes, la búsqueda de una educación inclusiva es también visible en lugares como las 12 Casas de pensamiento, que son jardines en los que se rescata el saber de los pueblos indígenas de Colombia y que llevan más de una década de funcionamiento. Por ejemplo, una de estas casas ubicada en Suba enseña la lengua muisca y educa a los niños en base a los conocimientos de los mayores de este pueblo. Incluso, el centro cuenta con una casa típica muisca conocida como Tytua, en la que realizan celebraciones y charlas con los menores.
Tanto estos lugares como los emergentes jardines afro son instrumentos para reivindicar la diversidad que existe en Colombia y aprovechar todos los saberes que la componen. Según Barraquer, el ideal a largo plazo de iniciativas como estas en la ciudad es “consolidar un nuevo contrato social que le dé la oportunidad a todos de ser quienes quieran ser”.