A todas nos pasa, sin importar nuestro nombre
El acoso que vivió la presidenta Sheinbaum, no puede interpretarse como un hecho aislado. Es la realidad que miles de mujeres vivimos a diario y que debe combatirse con educación para la igualdad
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El martes pasado, la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, caminaba por las calles del centro de Ciudad de México. No es un territorio desconocido para ella, que gobernó la capital por casi seis años (de 2018 a 2023). La hemos visto caminar cientos de veces e...
Esta es la versión web de Americanas, la newsletter de EL PAÍS América aborda noticias e ideas con perspectiva de género. Si quiere suscribirse, puede hacerlo en este enlace.
El martes pasado, la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, caminaba por las calles del centro de Ciudad de México. No es un territorio desconocido para ella, que gobernó la capital por casi seis años (de 2018 a 2023). La hemos visto caminar cientos de veces entre personas en varios sitios del país, en campañas, en actividades de Gobierno y también en medio de desastres naturales. La gente suele acercarse a ella, para intentar alcanzarla, tomarle fotografías o saludarla. Es normal, no solo pasa con ella, sucedió con su antecesor político Andrés Manuel López Obrador, un hombre de masas, “del pueblo”, como le gustaba llamarse. Pero también pasaba con Enrique Peña Nieto, con Felipe Calderón, y con casi cualquier presidente, político o artista. Pero lo que sucedió esta semana en México dejó a muchas personas consternadas e indignadas. Un hombre se acercó a la presidenta, intentó besarla en el cuello, abrazarla por la espalda y tocarle el pecho. Quienes la rodeaban no supieron qué hacer, excepto por Juan José Ramírez, uno de sus colaboradores cercanos, que intentó quitar al hombre que se propasó. La presidenta, nerviosa, tal vez, o incómoda, intentó apartarse. Se le veía sonriendo a medias, se notaba que no sabía exactamente qué hacer. Probablemente, lo ha vivido muchas veces antes. Como muchas mujeres todos los días en México.
La escena proyecta lo que muchas mujeres hemos experimentado en nuestra vida. En la escuela, en el trabajo, de camino a casa o, incluso, con familiares, en la misma casa o cerca de hombres a quienes nombrábamos “amigos”. Muchas están “acostumbradas” a esas escenas, a vivirlas en carne propia o a ser espectadoras. Otras, las menos, lo han experimentado pocas veces, y algunas más han consolado a conocidas, e incluso desconocidas, que se han enfrentado a episodios de acoso sexual callejero —ahora sabemos que el delito penal es el de abuso sexual— que parece casi espontáneo y que, también, queda la mayoría de las veces, impune. Hasta el año 2021, el 49,7% de las mujeres reportó haber vivido violencia sexual en México, y el 70% algún tipo de violencia, de acuerdo con los datos del Inegi.
Con todo esto, parece que el tema (y, sobre todo, para algunos hombres) importa poco quiénes sean las mujeres que están frente a ellos, porque todas, al parecer, somos iguales a sus ojos y valemos lo mismo, es decir: poco. Nosotras somos objetos sexuales, sin poder. Por supuesto, una pregunta que ha saltado una y otra vez desde que le sucedió a la presidenta es: si le pasó a ella, ¿qué podemos esperar nosotras? ¿Si a ella la cuidan todos y le sucede, ¿quién nos cuida a nosotras?
La reacción del Gobierno pareció lenta, pero al mismo tiempo, es inevitable pensar ¿cuánto se tarda una mujer en denunciar un acoso? Yo tardé un par de días, la chica a la que ayudamos en el metro, tardó unos minutos en decidir. Hay personas que sufren abusos sistemáticos y tardan años en poder expresarlo y llevarlo ante las autoridades. El episodio que ha sufrido Claudia Sheinbaum debería hacernos comprender cómo esto sucede reiteradamente en contra de las mujeres y, al final del día, somos nosotras las que vivimos con vergüenza de denunciarlo, con vergüenza de haberlo vivido. Porque, de cualquier manera, como también le ha pasado a la presidenta, pareciera que muchas personas se empeñan en culparlas por colocarse en situaciones que las vuelven todavía más vulnerables.
A las preguntas que caen sobre las víctimas, como si son las mujeres quienes provocan a los abusadores, con sus minifaldas o con la ropa ajustada que llevaban puesta, se agrega, nuevamente, la especulación que ahora se ha desatado en torno a lo ocurrido con Sheinbaum. Que, de forma muy grave, algunos han considerado que se trata de un montaje, lo que demuestra que la realidad que vivimos las mujeres en este país, es todavía más dolorosa y preocupante. La pregunta sobre si el equipo de seguridad de la presidencia no la cuidó lo suficiente, recuerda mucho al argumento de culpar a la víctima antes que a su violentador.
Yo me he preguntado, desde que vi las imágenes que los medios de comunicación replicaban del momento en el que la presidenta sufre ese acoso: ¿Cuántos presidentes, hombres, habrían estado expuestos a una situación similar? ¿Se habría atrevido alguien, en algún momento, a tocar la entrepierna de un presidente en la calle? ¿Alguien se hubiera atrevido a violar su espacio personal? Casi siempre, en los llamados escándalos sexuales, socialmente se recuerda el nombre de ella, aunque sea una perfecta desconocida para la opinión pública.
Este es el país de los feminicidios, de los abusos sexuales sin denuncias y, sobre todo, el país de la impunidad. La denuncia de la presidenta y el plan para combatir los abusos son pasos importantes, pero esto va más allá. Es no quitar el dedo del renglón desde que conformamos nuestra idea de sociedad, desde nuestros primeros años de educación básica. Porque, en la primaria, escuchamos infinidad de veces que, a más de una niña “le vieron los calzones”, y luego, en la secundaria, a algunas les levantaron la falda. En la preparatoria, algunas fueron acosadas por un maestro, y así, una larga lista de ejemplos lamentables. No todo es un camino punitivo, de homologar leyes, también se tendría que trabajar por la reconstrucción de una conciencia de empatía y escucha, y en impulsar por todos los lados la cultura contra el acoso.
La meta es que no nos pase a ninguna y que toda la sociedad lo repudie, esto incluye a los hombres jóvenes y grandes. Que en ningún camión se propasen contigo, que nadie se ría si un hombre te toca en la calle, y que te digan cobarde por denunciar un acoso. Que no se sugiera que le arruinas la vida al abusador. Porque él ya te la arruinó a ti.