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Juan Luis Landaeta, artista plástico: “Por primera vez me di cuenta de que el amenazado soy yo y decidí hablar de ello”

La nueva exhibición del venezolano, ‘El encierro es un vocabulario’, cuenta las experiencias de los migrantes que, como él, se enfrentan a la persecución de la Administración Trump

En enero del año pasado, cuando Estados Unidos recibía de nuevo al Gobierno de Donald Trump, el artista venezolano Juan Luis Landaeta comenzaba a sentir que las paredes se le venían encima. El presidente anunciaba en aquel entonces su decisión de cancelar el Estatus Temporal de Protección (conocido como TPS, por sus siglas en inglés) de miles migrantes venezolanos a partir del 7 de noviembre, y Landaeta recuerda sentirse encerrado, casi petrificado, en una jaula transparente del tamaño de Estados Unidos. Esa jaula le permitía desplazarse dentro sin problema alguno, incluso le permitía ver qué había en el exterior, pero lo hacía sentir cautivo.

“Por primera vez en toda mi vida me di cuenta de que el amenazado soy yo”, reconoce Landaeta, de 37 años, en una entrevista en su hogar y estudio en el barrio de West Harlem (Nueva York). “Mi pasaporte está vencido, Venezuela no tiene consulado ni embajada, tengo a mi familia lejos y muchos de mis familiares tienen TPS. La sensación es de encierro porque no puedo viajar, no me puedo mover con libertad. Pero además, es un encierro muy eficiente porque puedo salir a la calle y del Estado, pero aun así me siento encerrado”.

Entonces, buscando manifestar lo que estaba sintiendo, acudió al lienzo, y lo que parecía difuso empezó a consumarse en El encierro es un vocabulario, su nueva exhibición que será presentada en la sede de Chicago de la UNAM desde el 13 de noviembre. En ella, Landaeta explora, con siluetas y colores vivos propios de la cultura pop, escenas que retratan las amenazas a los migrantes en Estados Unidos. “Decidí hablar de mí y de lo que me pasaba”, sostiene.

Su obra muestra una disonancia entre el color y las escenas representadas. Las piezas de esta colección son un compendio de cuerpos amenazados por objetos afilados, manoseados por garras o encerrados en grandes cajas de cristal. Están, sin embargo, pintadas en colores como el rosado del vestido de la princesa Aurora en La bella durmiente, el azul de Superman o el rojo de Elmo. Esto no es para Landaeta una contradicción, sino una decisión consciente.

Así como las pastillas con sabor químico tóxico se recubren con una cápsula de celulosa para contener el sabor desagradable —de modo que las personas puedan ingerirlas y, al hacerlo, aliviar el dolor, curar una enfermedad o sanar heridas—, Landaeta elige colores alegres para hablar de las amenazas que viven los migrantes, especialmente los venezolanos, por parte de la Administración de Donald Trump. “Si el arte pop y sus colores son unánimemente superficiales, eso es tentador para mí”, señala Landaeta. “Después de todo, el color existe sin más; tú eres quien ve qué interpretación le das a eso”.

Desde enero, bajo las directrices de Trump, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) ha llevado a cabo una campaña de deportaciones masivas, con detenciones en las cortes donde los migrantes asisten a rendir cuentas de su situación migratoria y redadas a gran escala. Funcionarios del Gobierno del republicano y el propio Trump también han insistido en el bulo que el entones candidato republicano repitió en los meses previos a las elecciones de 2024: que la migración ha contribuido al aumento de la delincuencia en EE UU y que los inmigrantes venezolanos en particular deben ser expulsados del país debido a sus supuestos vínculos con la banda criminal Tren de Aragua.

Landaeta retrata esta realidad en su obra con siluetas que insinúan cuerpos. Si escatima en elementos como el cabello, los ojos o la ropa, es porque así puede transmitir su mensaje sin tantas distracciones. Los objetos afilados que amenazan esos cuerpos rara vez los tocan; más bien, están a la vista como una forma de ejercer control. “Me sentía señalado con todo lo que ha estado pasando y pensé: ‘¿Con qué se señala? Con las flechas’. Luego, intentando hacer una flecha, salió un colmillo”, explica el artista.

Landaeta migró a Nueva York en 2013, después de que muriera Hugo Chávez y Nicolás Maduro asumiera la presidencia de Venezuela. Ese año, la oposición convocó protestas masivas y hubo un aumento en la presión gubernamental sobre los defensores de derechos humanos, además de una consolidación de las cortes a favor del Ejecutivo. Landaeta, en ese momento, trabajaba como abogado en Caracas, y decidió aplicar a universidades en el exterior para salir de Venezuela. Cuando finalmente consiguió una beca en New York University para cursar una maestría en Escritura Creativa en Español, se marchó de su país. Para ese momento, solo pintaba como pasatiempo.

Aunque la crisis humanitaria y económica de Venezuela ya estallaba en 2013, todavía no habían llegado tantos venezolanos a Nueva York. Para aquel entonces, había unos 9.000, según datos de la ciudad. En comparación: solo en los últimos tres años, desde que se disparó la llegada de migrantes a Nueva York en 2022, se estima que la mitad de los más de 200.000 que han arribado a la Gran Manzana son venezolanos.

Tras llegar a Nueva York, Landaeta, como la mayoría de latinos en Estados Unidos que buscan familiaridad en sus comunidades en la diáspora o el exilio, comenzó a acercarse a otros venezolanos que había en la ciudad y, con el tiempo, estrechó una amistad íntima con el artista contemporáneo Jacobo Borges. “Yo no estudié arte, pero he tenido a Jacobo”, cuenta. “Cuando él supo de mí, yo era escritor, entrevistador, si acaso. Pero empecé a entender términos formales y técnicos; fue ahí cuando entendí las cosas que intuía y me hice artista plástico”.

Ir a Nueva York no solo le dio la oportunidad de ser artista plástico y conocer a grandes figuras de la tradición artística venezolana, también lo reconectó con Venezuela: “Nueva York me acercó a mí mismo, al hecho de ser venezolano. En Nueva York he escuchado música venezolana que nunca escuché en Venezuela. Cantos populares, maestros cultores, cantantes de la costa, gente increíble que descubrí en el East Village”.

Para Landaeta, la exposición El encierro es un vocabulario ha supuesto una oportunidad para encontrar el lenguaje que se ajusta a contar su experiencia como exiliado. Por mucho tiempo, sintió que lo encasillaban a contar historias sobre la migración, pero sus primeras colecciones estaban distanciadas de esto y se enfocaban en el arte abstracto. “Estaba preocupado, pero mi obra plástica no lo informaba muy bien porque definitivamente no era figurativa. Quería decir algo, y lo primero que me tocó fue encontrar mi propio vocabulario”, apunta Landaeta.

Se trata de un lenguaje propio, muy personal, pero que da lugar a la reflexión, a que el público llegue a sus propias conclusiones e imagine otras posibilidades. “Todo en su obra está distorsionado, y esa es una invitación a conectar con el otro desde su experiencia, su perspectiva y su cuerpo”, señala la curadora de la exhibición, Ionit Behar.

“La imaginación, para mí, es la capacidad de representar nuevas realidades que antes de ti no existían”, sostiene Landaeta. Para el artista, si el opresor, ya sea el propio Trump o su Gobierno, consigue que la gente deje de imaginar, la batalla estará perdida: “Ahí hay una vaina que no solamente tiene que ver con el empoderamiento, tiene que ver con un asunto de acercarse a nuestra humanidad”.

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