La universidad se vuelve menos diversa: cae la presencia de latinos y afroamericanos
Las matriculaciones de latinos en el MIT caen del 16% al 11% en un año por la decisión del Supremo de suprimir la discriminación positiva por raza. La de los afroamericanos bajan del 15% al 5%.
Un año después de que el Tribunal Supremo se pronunciara contra la discriminación positiva por raza en las Universidades de Estados Unidos, el resultado es el esperado: menos latinos y negros pueden acceder a ellas. El prestigioso MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) acaba de presentar los datos de este año y solo un 11% de los nuevos matriculados son latinos, frente al 16% del año pasado. Más drásticamente, incluso, ha descendido el número de matrículas de afroamericanos, hasta el 5% para la generación de 2028, cuando el año pasado un 15% de los nuevos estudiantes se definía con esa raza.
“No tengo ninguna duda de que dejamos fuera a muchos solicitantes bien calificados de entornos que históricamente tienen baja representación que en el pasado habríamos admitido y que habrían sobresalido”, ha manifestado Stu Schmill, responsable de admisiones del MIT, en su blog.
En los últimos años, latinos, afroamericanos, americanos nativos y de las islas del Pacífico componían un 25% de los estudiantes del MIT. Este año solo suman un 16%.
El MIT ha sido el primero en publicar sus datos, pero no es un caso aislado. Según se van conociendo las matriculaciones de otros campus, el resultado es similar. En la Universidad Amherst el porcentaje de estudiantes afroamericanos se ha desplomado, pasando del 11% del año pasado a un 3% este año. En cuanto a los latinos, las matriculaciones han caído del 12% anterior a un 8%. Por el contrario, hay muchos más estudiantes blancos, hasta un 51% de las nuevas matrículas, cuando hace un año eran un 39%.
También el centro Tufts ha perdido diversidad entre sus alumnos. El responsable de admisiones, JT Duck, admitió que “el porcentaje de estudiantes de color ha caído de aproximadamente el 50% el año pasado al 44% este año. Si bien sigue siendo superior a nuestra cifra del 38% en 2019, representa una caída decepcionante”, según se recoge en la web de la universidad.
El Tribunal Supremo, con seis votos a favor y tres en contra, dictaminó en junio de 2023 que las universidades no pueden utilizar la raza para decidir quién entra, pues viola la constitución por no dar a todos los estudiantes un tratamiento igual. Era la resolución de un caso defendido por asociación de Estudiantes por Admisiones Justas contra la Universidad de Harvard y la Universidad de Carolina del Norte, instituciones en las que la raza de los estudiantes se tenía en cuenta para mejorar la diversidad de su alumnado.
Los defensores de la discriminación positiva la justifican porque entienden que no es justo medir con la misma vara a estudiantes que, por su situación socioeconómica, no tienen las mismas oportunidades y llegan menos preparados a la universidad. Según datos oficiales, en las escuelas públicas donde el 75% o más de los estudiantes son negros o hispanos, casi dos tercios no ofrecen cálculo, más de la mitad no imparte clases de informática y casi la mitad no dispone de clase de física. Todas ellas son asignaturas básicas en una Universidad como el MIT.
Antes de la decisión del Supremo “pudimos utilizar la raza como un factor entre muchos para identificar a los estudiantes bien preparados que surgieron del entorno educativo desigual en K-12. Pudimos ver que estos estudiantes cumplían con nuestros altos estándares académicos de excelencia, se adaptaban bien a nuestra educación y prosperarían en el MIT”, ha manifestado Schmill. Este año, sin embargo, “no podemos utilizar la raza de la misma manera, y ese cambio se refleja en el resultado de la Promoción de 2028″, admite.
El interés de las universidades de élite por admitir estudiantes latinos y afroamericanos, sin embargo, no convence a todos. Evan Mandery, profesor de la Universidad de Justicia Criminal John Jay y autor del libro Veneno Ivy: Cómo las universidades de élite nos dividen, denuncia la hipocresía de estos centros por no eliminar otras prácticas que favorecen a los estudiantes privilegiados blancos. Un ejemplo es la política de admisión que prioriza a los estudiantes hijos de antiguos alumnos o de donantes de la institución. “Estas escuelas no lo eliminan porque lo que realmente les interesa es perpetuar el estatus de centros prestigiosos y elitistas”, afirma en declaraciones a EL PAÍS.
Mandery pensó que cuando al eliminarse la discriminación positiva por raza, estas universidades suprimirían esa práctica de admisión por “legado”, muy impopular en el país, “porque parecería más inmoral que antes”, pero no ha sido así. En su opinión, para hacer más justo el acceso a los estudios superiores, en lugar de la raza, debería utilizarse un criterio socioeconómico “dando ventaja a los estudiantes que crecieron en desventaja”. Además, podrían aumentar el tamaño de las clases, y tener en cuenta otros factores de admisión, por ejemplo, aceptando a los mejores estudiantes de secundaria, lo cual aportaría diversidad.
Según Mandery fue un error que las universidades defendieran su caso ante el Tribunal Supremo diciendo que el factor de la raza les permitía tener un ambiente diverso que beneficiaba a los estudiantes. “Deberían haber defendido la discriminación positiva como un programa para compensar la historia de esclavitud y racismo del pasado, que sí sería constitucional”, sostiene.
Otro de los criterios utilizados para seleccionar a sus futuros alumnos es el examen del SAT, que algunas universidades, como es el caso de Duke, ha recuperado. Sin embargo, la diferencia de oportunidades de los estudiantes para prepararlo pone en entredicho su eficiencia como un método de corte justo. Familias pudientes, generalmente blancas con altos ingresos, gastan miles de dólares para contratar preparadores que entrenan a sus hijos para la prueba. “Es poco probable que el SAT sirva como mecanismo para aumentar la diversidad. Se sabe desde hace mucho tiempo que el desempeño en el SAT está relacionado con la riqueza. A los estudiantes ricos les va mejor”, explica Mandery.
Un reciente estudio del Proyecto de Oportunidades Educativas de las Universidad de Stanford muestra que la segregación escolar, que está asociada con el rendimiento escolar, ha aumentado constantemente desde los años noventa y se acerca a niveles no vistos desde que el célebre caso de Brown contra el Consejo de Educación de Topeka (Kansas), que en 1954 acabó con la segregación racial de los colegios.
En la votación del Supremo, Sonia Sotomayor, la primera jueza latina del alto tribunal, se pronunció en contra de la eliminación de la discriminación positiva por raza y lamentó que con su supresión se perdía “la garantía constitucional de igualdad de protección al afianzar aún más la desigualdad racial en la educación, la base misma de nuestro gobierno democrático y sociedad pluralista”.
Sotomayor fue una de las alumnas beneficiadas por la discriminación positiva. Nacida en una familia humilde del Bronx, en Nueva York, pudo estudiar en las prestigiosas universidades de Yale y Princeton porque su raza le dio prioridad en el ingreso.
Por su parte, el juez Clarence Thomas, afroamericano que también se benefició de la discriminación positiva para entrar en la Universidad de Yale, justificó la eliminación del programa porque “todos somos iguales y debemos ser tratados por igual (…) No todos estamos inexorablemente atrapados en una sociedad fundamentalmente racista”, declaró al votar a favor de su supresión.
A pesar de los diferentes puntos de vista sobre qué sería justo para dar un trato igualitario a todos los estudiantes, independientemente de su origen, los datos del MIT prueban que las aulas de mayor prestigio están ahora más lejos del alcance de las minorías negra y latina.
Sindy Benavides, CEO y presidenta de Latino Victory Proyect, una organización dedicada a empoderar a los latinos, ve necesario que se incremente la presencia de su comunidad en estas universidades. “Estamos juntándonos con otras organizaciones para tratar ese tema y ver cómo podemos asegurarnos que otras instituciones no vayan por ese camino. El número de latinos que están en esas universidades no es el nivel de representación de la población”, ha manifestado en un encuentro virtual.
Los latinos son el grupo demográfico que más ha crecido en Estados Unidos, convirtiéndose, con 64 millones de personas, en la minoría más numerosa, por delante de los afroamericanos. Datos recogidos por Pew Research antes de que el Tribunal Supremo cambiara la política de admisiones mostraron que también es el grupo que más ha avanzado en estudios superiores. En 2021 casi dos millones y medio de latinos tenían títulos de postgrado, un incremento notable desde los 710.000 del año 2000. No obstante, esa cifra sólo equivale al 8% del total de títulos de postgrado del país, cuando los latinos ya son más del 19% de la población.