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Columna

Efímeras buenas intenciones

Arranco la mañana llena de buenas intenciones porque se supone que es lo que nos toca estos días. Ya han vuelto todas las expatriadas a su casa de Vermont en los telefilmes

Arranco este texto cargada de energía y a los 10 segundos me desinflo toda. Arranco la mañana llena de buenas intenciones porque se supone que es lo que nos toca estos días. Ya han vuelto todas las expatriadas a su casa de Vermont en los telefilmes y ya se han encontrado con ese amor no correspondido de juventud que ahora, tras encuentro fortuito en una ferretería, se convertirá en romance perpetuo. Ya se han ido los estudiantes universitarios a sus respectivos hogares, ya se han comprado los embutidos y los langostinos y los turrones, se han puesto árboles, belenes y luces leds. En mi ...

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Arranco este texto cargada de energía y a los 10 segundos me desinflo toda. Arranco la mañana llena de buenas intenciones porque se supone que es lo que nos toca estos días. Ya han vuelto todas las expatriadas a su casa de Vermont en los telefilmes y ya se han encontrado con ese amor no correspondido de juventud que ahora, tras encuentro fortuito en una ferretería, se convertirá en romance perpetuo. Ya se han ido los estudiantes universitarios a sus respectivos hogares, ya se han comprado los embutidos y los langostinos y los turrones, se han puesto árboles, belenes y luces leds. En mi cabeza están elegidos los manteles y la vajilla y hasta el estilismo como ejemplo normativo de clase media española, pero en la pantalla de mi televisor aparece el rótulo de que hay decenas de personas que han pasado la noche en la intemperie en Badalona. Miro el salvamanteles y pienso que no soy más que una farsante con efímeras buenas intenciones.

La noche de anoche y la de las siguientes noches será parecida, llevándome las manos a la cabeza por estas cosas. Preguntándome cómo es posible que haya gente que se niegue a acoger a otros cuando yo misma soy incapaz de asumir a poca más gente de la que doy de comer desde enero hasta diciembre. Me recuerdo a mí misma llevando toallas a una iglesia de mi antiguo barrio, que acogió durante un mes de noviembre a una docena de subsaharianos, saliendo de aquel despacho parroquial sintiéndome la mejor persona del mundo. Toallas vale, pero hacerles la cena es mucho lío, ¿no?, me dije a mí misma aquella tarde en la que hacía mucho frío. Me recuerdo también hace unos días, comprando un café con leche y un croissant a una mujer sin hogar que vive desde hace años en la puerta de una sucursal bancaria cerca de casa. Ya hiciste la buena acción del día, tienes que estar orgullosa, pensé mientras tiraba de un carro repleto de mucho más que del desayuno de un día.

Hay días y semanas como esta, en la que una está revuelta y, viendo las escasas posibilidades de tener una revelación como la de Ainara en Los domingos, se aferra a Sara, protagonista de Caperucita en Manhattan, pronunciando la palabra miranfú, que quiere decir que va a pasar algo diferente. Luego me pregunto si lo diferente será lo eso a lo que yo aspiro o vencerán otros deseos. Vuelvo a desinflarme. Feliz Navidad.

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