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Columna

¿De qué tenía miedo Berlanga?

Qué asustaba al director a finales de los felices años 90 es un misterio que entretiene a los biógrafos y a los historiadores del cine

De la mano de José Luis Berlanga recorrí esta semana la exposición itinerante dedicada a su padre, que se acaba de inaugurar en el CaixaForum de Zaragoza y llegará a otras ciudades. Fue bellísimo pasear por esas salas, que para él eran como desvanes de la familia, y verlo tan orgulloso y emocionado. No hemos olvidado a Luis García Berlanga, pero nunca está de más que se nos recuerde su grandeza, su vigencia y lo mucho y bien que comprendió España. No solo la de su época: en cada turbulencia del país, hay una frase de Azcona o una escena caótica berlanguiana a la que recurrir como salvavidas. Y como ahora salimos a diez turbulencias diarias, La escopeta nacional y El verdugo renacen cada mañana. Quien se enfrente a las noticias o se asome a las pantallas sin un talante berlanguista está perdido.

La muestra, formada por una fracción del legado del director, propiedad hoy del Ministerio de Cultura, empieza con tragedia y termina con un enigma. Uno de los primeros documentos es una carta de abril de 1939 en la que un Berlanga de casi dieciocho años comprende la guerra que acaba de terminar mejor que muchos historiadores. Al final, nos encontramos con el último plano que rodó, en París Tombuctú. Una frase que dice “tengo miedo”.

Qué asustaba al Berlanga anciano a finales de los felices años 90 es un misterio que entretiene a los biógrafos y a los historiadores del cine. Se tiende a darle un sentido político: el cronista de España percibía temblores de una nueva debacle. A lo mejor solo era el frío de haber vivido mucho, esa intemperie que hace tiritar a las cabezas más prodigiosas antes de hacer mutis. Desde este descompuesto año 2025 donde tanta gente vive con miedo, cuesta entender los miedos de aquellos años que los ideólogos de la nueva política y los nostálgicos de las vidas de los demás retratan hoy como una época frívola y disipada. Una época en la que los viejos cineastas coleccionaban literatura erótica y rodaban películas crípticas y solipsistas.

El miedo de Berlanga era una rareza y un misterio. ¿Qué podía temer quien ya lo había temido todo en la guerra y en mil sitios oscuros? Asegura el dicho que el espanto se cura con el propio espanto, pero hoy vivimos en una sociedad asustada que no encuentra más remedio para su inquietud que el insulto y el garrote. Todos somos Berlanga en un sentido desolado y definitivo.

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