Convertir en épico lo que sólo es patético
Los fenómenos de las redes sociales necesitan todavía a los medios tradicionales, aunque tantos los den por muertos, para llegar al gran público, y a alguno de esos fenómenos hay que analizarlos con microscopio, no ponerles una lupa de aumento
No me extraña el auge de las monjas. Tomar los votos es una conversación recurrente entre amigas cuando calculamos los años que quedan hasta la jubilación. Nos preguntamos entonces cómo podríamos solucionar de una tacada el tema del alquiler y la pensión completa, y siempre surgen dos opciones: la cárcel y el convento. Ser monja tiene ventajas: no hay que preocuparse por el outfit ni por el pelo, bendita toca; ...
No me extraña el auge de las monjas. Tomar los votos es una conversación recurrente entre amigas cuando calculamos los años que quedan hasta la jubilación. Nos preguntamos entonces cómo podríamos solucionar de una tacada el tema del alquiler y la pensión completa, y siempre surgen dos opciones: la cárcel y el convento. Ser monja tiene ventajas: no hay que preocuparse por el outfit ni por el pelo, bendita toca; ¿cómo no se la va a poner Rosalía?, ¿cómo no va a querer esa niña de Los domingos hacerse monja de clausura? Con lo difícil que es conciliar el pelo con la vida.
Esta supuesta tendencia llega cinco minutos después de la tabarra con las tradwives. Otro tema que también me planteé. Lo feliz que sería horneando y esperando con un whisquito a mi amorcito, a lo Betty Draper, pero nadie se anima a mantenerme. No vería fisuras al plan si no hubiese crecido rodeada de amas de casa que no tenían tiempo ni para desesperarse. Y además, no sé hornear.
Los peros que le acabo poniendo a estas ocurrencias deben ser los mismos que le encuentran otras, porque no veo a miles de mujeres dejando sus trabajos remunerados ni ingresando en conventos. A veces, los medios magnifican, magnificamos, lo que son meras anécdotas.
El 12 de octubre vi en los informativos la que se lio en una concentración de Falange Española en Vitoria. No por ellos, que no daban ni para una partida de Risk, sino porque al frente se juntaron cientos de antifascistas y lo que habrían sido cuatro mataos pasando frío acabó ocupando un lugar en televisión que solo sirve para validar sus trasnochadas ideologías. Si están en televisión es que son relevantes, barruntarán los despistados. Aunque cuando anda la extrema derecha por medio es frecuente que en estas algaradas haya más periodistas que manifestantes.
Pienso lo mismo al ver a Vito Quiles hacerse un álbum para su Instagram de Borjamari a costa de la atención mediática. “¡No pasarán!”, le gritan, como si quisiese entrar en algún sitio que no sea la zona Barbour de El Corte Inglés. Por combatirlo, convierten en épico lo que solo es patético. Los que intentan truncar su show por las universidades solo consiguen darle visibilidad y, junto a policías y medios, se convierten en extras de su mediocre performance. Los fenómenos de las redes necesitan todavía a los medios tradicionales, aunque tantos los den por muertos, para llegar al gran público, y a algunos de esos fenómenos hay que analizarlos con microscopio, no ponerles una lupa de aumento.