Jesús Vázquez, el yerno ideal, un superviviente

Si España fuera Estados Unidos, el presentador sería el novio de América, un tipo que proyecta cercanía, naturalidad, ese al que dejarías a los niños ante un imprevisto

Jesús Vázquez, en la embajada de Italia, en Madrid, en 2020.Julián Rojas

Vestido con camiseta metida por dentro del pantalón vaquero, un cinturón con el nudo de la época, el pelazo lleno de gomina, como cualquier cabellera masculina en los noventa. Jesús Vázquez agarra el micrófono, mira a la cámara e inicia su casting para entrar en televisión. Tiene que anunciar un programa llamado La quinta marcha. Está nervioso, pero ya apunta maneras, aunque haya partes de su discurso tronchantes con la mirada de 2024. “¡Ya nunca más los domingos serán igual! ¡Ya no estarás en tu casa, aburr...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Vestido con camiseta metida por dentro del pantalón vaquero, un cinturón con el nudo de la época, el pelazo lleno de gomina, como cualquier cabellera masculina en los noventa. Jesús Vázquez agarra el micrófono, mira a la cámara e inicia su casting para entrar en televisión. Tiene que anunciar un programa llamado La quinta marcha. Está nervioso, pero ya apunta maneras, aunque haya partes de su discurso tronchantes con la mirada de 2024. “¡Ya nunca más los domingos serán igual! ¡Ya no estarás en tu casa, aburrido, comiendo pipas, hablando por teléfono! Ya no querrás ser ni Terminator ni dama de Blancanieves”, dice este ferrolano nacido hace 58 años que cambió Veterinaria por Arte Dramático. Todo ha envejecido regular, salvo él.

Si esto fuera Estados Unidos, Vázquez sería el novio de América, o the-man-next-door. Un tipo que proyecta cercanía, naturalidad, ese al que dejarías a los niños ante un imprevisto o al que prestarías tu casa para pasar las vacaciones. Es el comodín perfecto, el que resuelve, el que tira de oficio, el que se lo toma todo en serio. Hasta cuando cantaba aquello de “a dos milímetros escasos de tu boca, sé que por fin, va a suceder”, una incursión en la música que duró poco, porque su carrera ha seguido casi siempre el mismo camino. “Presentador de televisión desde hace 33 años. Embajador de Acnur”, reza su biografía en Instagram.

“Ha diversificado muy poco su carrera. No ha participado en un reality, no ha participado en series, porque es un presentador de oficio”, explica el periodista Juan Sanguino, que recuerda un momento clave en su carrera, cuando le fichó Antena 3 para presentar La Central, un late show para competir con Crónicas marcianas. “Fue un fracaso estrepitoso, y, sin embargo, siguieron dándole oportunidades. Tiene esa cosa cercana, ese tono de yerno ideal. La de señoras que habrán dicho en su casa: ‘Ay, qué pena que sea gay”, añade.

Al otro lado del teléfono, Tania Llasera muestra entusiasmo: “Hija, qué guay poder hablar bien de alguien”. Con Vázquez creció como creció el resto de su generación. “Pero si hasta pensaba que Hablando se entiende la basca se refería a nosotras, las vascas”, cuenta muerta de risa. No olvida la primera vez que coincidió con él, en una sala de maquillaje, y la frase que el presentador, que ya era entonces una estrella en España, le dijo: “Tengo muchas ganas de trabajar contigo”. Recuerda el subidón de autoestima que recibió, y confiesa que, aunque él nunca se lo haya dicho, sabe que fue quien dio su nombre para copresentar La voz, un formato que aún perdura en televisión.

“Es un hombre muy tradicional, muy estricto, se nota que es hijo de padre militar. Es muy disciplinado con lo que come, su pavo, su frutita y su tortilla de claras. Hace que todo el mundo se sienta cómodo, desde quien dirige hasta el último del equipo. Como empezamos a grabar La voz en verano, cada vez que terminábamos hacía fiestas en su casa. Venía su padre, la mujer de este, su hermana, la familia de Roberto [marido del presentador desde 2005]… ese ambiente le aterrizaba mucho”, cuenta Llasera.

Vázquez ha presentado casi de todo, tertulias como Hablando se entiende la basca, donde hablaba con jóvenes desconocidos, gente famosísima como Rocío Carrasco con su padre presente entre el público y gente que sería famosa después, como Roberto Leal. Concursos como Allá tú, Popstars y Operación Triunfo (donde paró los pies a Risto Mejide ante un comentario homófobo). Un formato donde no tenía fácil triunfar tras aquel Carlos Lozano de las primeras ediciones.

El punto balsámico

“Siempre me ha gustado porque transmite confianza y la tranquilidad de que todo va a salir bien. Para mí tiene un punto balsámico”, cuenta Tinet Rubira, director de la productora Gestmusic-Endemol. “Incorporó en los directos y en las galas de Operación Triunfo los errores y el titubeo con enorme naturalidad. Miraba a la cámara y decía: ‘¿Dónde vamos ahora?’, y lejos de mostrar poca profesionalidad, conseguía complicidad con el espectador”, añade. Para Rubira cumple a la perfección eso de que el presentador nunca debe ser un problema. “Si vives el programa, lo vivirá el que lo vea desde casa. Lo hizo en Supervivientes, en OT, en Allá tú, en todos. Acuérdate que en Hotel Glam, que era un despiporre, que yo creo que tras cada programa adelgazaba varios kilos… era un tifón y supo perfectamente llevar el timón”, dice entre risas.

Volvamos a los años noventa. Concretamente a 1997. No son tiempos fáciles para el presentador, de hecho puede que sean los peores de su vida profesional y personal. Vázquez aparece en el plató de Tómbola y se sienta en el sofá con el presentador del programa, Ximo Rovira. Va vestido con traje oscuro, camisa blanca y corbata. El pelo, como corresponde, cargado de gel fijador. Viene a hablar del juicio sobre el caso Arny, un escándalo ocurrido en 1996 en el que se vio involucrado junto con otros personajes conocidos como Javier Gurruchaga y Jorge Cadaval, de los Morancos, acusados de prostitución de menores en un bar de Sevilla y de la que los tres salieron absueltos (junto con casi una treintena de acusados) dos años después. Vázquez ni siquiera había estado en aquel bar, y se manchó en un caso que, visto con el paso del tiempo, tuvo mucho de condena a la homosexualidad.

El presentador muestra tenerlo todo controlado, hace bromas sobre lo fibroso que está, pide perdón por utilizar “tantos términos jurídicos” en un escenario como ese y deja claro que se acuesta con quien quiere y nunca con menores. En un momento determinado le pregunta el periodista Jesús Mariñas: “¿Cuándo crees que puede acabar el juicio?”. Vázquez responde: “Pues no sé, porque vamos por el número 14 y son 50 chaperos. Perdón, 50 testigos”. Hay risas en el público y el actor Joaquín Kremel, colaborador del programa, comenta: “Qué bonito”. Mariñas alza la voz y remata: “¡Cincuenta chaperos con freno y marcha atrás!”. Más risas del público.

“Es de las personas que menos ha tardado en reinsertarse después de verse envueltas en un escándalo de semejante magnitud. A Gurruchaga aún lo estamos esperando”, cuenta Juan Sanguino. Porque Vázquez sobrevivió a aquello y jamás le ha faltado trabajo desde entonces. Aunque un cuarto de siglo después, cuando lo cuenta delante de las cámaras para el documental Arny, historia de una infamia, se rompe nada más empezar. “Estos 25 años he hecho un ejercicio para olvidar lo que pasó. Convirtió mi mundo en una pesadilla”, dice. El director del documental, Juan Moya, cuenta las reticencias iniciales del presentador para participar. “No estaba nada convencido al principio, y Gurruchaga y Cadaval nos habían dicho que no. Tenía muchas dudas porque ese caso les hizo ser reacios a los medios y no les gustaba remover todo aquello. Cuando le convencimos pidió que se hiciera en la máxima intimidad, que solo estuviéramos el operador de cámara y yo. Fue una conversación intensa en la que se quebró bastantes veces, fue a pecho descubierto”, narra. Cuando vio el resultado final, le mandó un mensaje. “Me dijo que le había gustado mucho y le había parecido muy respetuoso. Me gustaría pensar que para él fue terapéutico”, añade. Balsámico, como el propio Vázquez.

Puedes seguir EL PAÍS Televisión en X o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Más información

Archivado En