Arte bueno hecho con buenos sentimientos
Con lo que no se hace buena literatura, ni cine, ni series es con la cursilería, es una aberración estética y moral
Escribió André Gide que los buenos sentimientos producían mala literatura. Gide tuvo ocurrencias mucho más inspiradas en sus larguísimos y brillantes diarios, pero esta es una de las que ha quedado para el mármol. La usan como autoridad tanto los cínicos como los ingenuos para desacreditar cualquier efusión buenrollera en una obra de arte. Es mentira, claro. A ver si solo van a poder ser artistas los cabronazos.
Con lo que no se hace buena literatura —ni cine ni series— es ...
Escribió André Gide que los buenos sentimientos producían mala literatura. Gide tuvo ocurrencias mucho más inspiradas en sus larguísimos y brillantes diarios, pero esta es una de las que ha quedado para el mármol. La usan como autoridad tanto los cínicos como los ingenuos para desacreditar cualquier efusión buenrollera en una obra de arte. Es mentira, claro. A ver si solo van a poder ser artistas los cabronazos.
Con lo que no se hace buena literatura —ni cine ni series— es con la cursilería, pero la cursilería no es un buen sentimiento, sino una aberración estética y moral. También es un riesgo que asumen algunos contadores de historias cuando manipulan material melodramático basado en hechos reales. Si se descuidan, pueden acabar con un telefilme lacrimógeno.
En una escala de peligro de radiactividad cursi, Under the Bridge (Disney+) puntuaba cerca de 10, hecatombe nuclear, pero su creadora, Quinn Shephard, no solo ha desactivado la alerta, sino que ha compuesto una serie compleja, moralmente ambigua, cruda, sin moraleja, honda y elegante, y lo ha hecho con buenísimos sentimientos, inspirada por cierto ideal de justicia restaurativa y buscando que los espectadores tomen conciencia de un problemón social. Chúpate esa, Gide.
Under the Bridge está basada en un libro de Rebecca Godfrey que mezcla su autobiografía con un crimen sucedido en la Columbia Británica de Canadá en 1997: la muerte de Reena Virk, una adolescente de familia hindú que fue asesinada por varios compañeros que la acosaban en el colegio. Podría haber sido uno más de los true crimes que infestan las plataformas, con su plantilla previsible y sus cliffhangers de garrafón, pero el talento de Shephard y un reparto soberbio en el que brilla Lily Gladstone sumergen la trama en las profundidades de lo negro, con chispazos de genialidad dignos de la mejor época del género y mostrando la podredumbre de una sociedad triste, clasista, racista e hipócrita. Tiene incluso un momento Vértigo muy perturbador.
Más allá de eso, la serie presenta la rabia nihilista adolescente con una lucidez rara de ver. Godfrey intenta salvar a los chavales del oprobio escribiendo sobre su soledad: a un chaval —dice— le faltan herramientas para reconocer la humillación, la frustración, la derrota o la injusticia, y cuando no tiene palabras, sale la furia ciega. Eso cree la Godfrey de la serie, pero sus creencias también serán puestas a prueba. Como cualquier otro buen sentimiento antes de degenerar en buena literatura.
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