Shonda no se acuerda de ‘Anatomía de Grey’

A nadie le importa ya la serie, pero tengo una noticia para los olvidadizos y los ingratos: el hospital sigue abierto, tiene nuevos médicos en prácticas y están igual de cachondos

Una imagen de la 20ª temporada de 'Anatomía de Grey', con Ellen Pompeo.Disney

En la descacharrante y me temo que olvidada 30 Rock (en España presentada con el mucho más turístico título de Rockefeller Plaza), la cadena NBC pertenecía a un conglomerado de empresas de General Electric, cuya marca matriz era Pelucas Sheinhart. Todo el imperio procedía de un fabricante de pelucas. Insignificante y desconocido para el público, Sheinhart inspiraba admiración y temor entre los ejecutivos.

Puede que suceda algo parecido en Shondaland, ...

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En la descacharrante y me temo que olvidada 30 Rock (en España presentada con el mucho más turístico título de Rockefeller Plaza), la cadena NBC pertenecía a un conglomerado de empresas de General Electric, cuya marca matriz era Pelucas Sheinhart. Todo el imperio procedía de un fabricante de pelucas. Insignificante y desconocido para el público, Sheinhart inspiraba admiración y temor entre los ejecutivos.

Puede que suceda algo parecido en Shondaland, la fábrica de sueños de Shonda Rhimes, la Taylor Swift de las series. Pocos se acordarán de que su dominio —hoy vastísimo e incuestionable en Netflix, ejercido a través de Los Bridgerton empezó en un pequeño hospital de provincias de Seattle, entre médicos recién licenciados y más salidos que un adolescente con suscripción premium a Pornhub. De aquellos polvos en la sala de guardias nacieron muchos hijitos, que hoy acaparan la atención de Shonda y de los espectadores. A nadie le importa ya Anatomía de Grey, pero tengo una noticia para los olvidadizos y los ingratos: el hospital sigue abierto, tiene nuevos médicos en prácticas y están igual de cachondos que los del reparto original.

¿Cómo no iban a estarlo si las tramas se repiten cíclicamente? Con cada nueva generación de personajes (solo hay dos que aguantan desde el primer capítulo; el resto ha desertado, incluida la Meredith Grey a la que alude el título y que mantiene una breve voz en off y alguna aparición desganada y excepcional), los guiones se reciclan. Cambian los nombres y las permutaciones de ligues y enamoramientos, pero lo demás se reitera tanto que los pocos actores veteranos se preguntarán cuántas veces han interpretado ese episodio. La respuesta es: muchas. El tiempo en Shondaland es circular, como en la filosofía de Nietzsche.

Anatomía de Grey emite ahora su temporada vigésima y acumula 19 inverosímiles años en antena. Y podría acumular otros mil porque va sola, en piloto automático, desasistida del amor de Shonda, quien, embebida de delirios de época y pelucas (no de Sheinhart), ha renunciado a los giros, a los golpes de efecto y a las tramas rococó que desafiaban las leyes de la narrativa y de la termodinámica. La vida en el hospital de Seattle languidece entre catástrofes y operaciones de medicina-ficción, y está bien que así sea, porque sus capítulos ofrecen un flujo constante de banalidad para adictos como yo y nos sumen en una modorra espléndida. Ojalá Shonda no se acuerde nunca de su primer amor televisivo.

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