Del humor inteligente al humor agelasta

Al humor tonto se le pueden poner límites, pero quien se los marque al humor inteligente corre el riesgo de quedar como idiota

La humorista Hannah Gadsby, en una actuación en mayo de 2022.Bryan Bedder (Getty Images for BAM)

Me dijo un cómico una vez, como quien revela su secreto, que lo mejor que le puede pasar a un humorista es que adjetiven su humor de inteligente. Al humor tonto se le pueden poner límites, pero quien se los marque al humor inteligente corre el riesgo de quedar como idiota. Y hubo un tiempo lejano, antes de la venida de los tuiteros (hoy, equiseros), en que a los idiotas les preocupaba que los tomaran por tales.

El humor en la tele española pasó de tonto a listo en una ...

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Me dijo un cómico una vez, como quien revela su secreto, que lo mejor que le puede pasar a un humorista es que adjetiven su humor de inteligente. Al humor tonto se le pueden poner límites, pero quien se los marque al humor inteligente corre el riesgo de quedar como idiota. Y hubo un tiempo lejano, antes de la venida de los tuiteros (hoy, equiseros), en que a los idiotas les preocupaba que los tomaran por tales.

El humor en la tele española pasó de tonto a listo en una hora chanante. De pronto, la carcajada ya no era la reacción de un bruto ante un chiste verde, sino una seña de identidad cool. Desde aquella feliz revolución de la banda de Joaquín Reyes, los chistes y los números de variedades se refugiaron en los hoteles de Benidorm en temporada baja, y el paisaje general se llenó de tipos barbudos, verborreicos, neuróticos y a veces dadaístas, como el caso extremo de Ignatius, que lo mismo encajaban en un programa de monólogos que en una performance en el Reina Sofía. Su legado es inmenso, y su reinado, irrepetible: los viejos chanantes deberían reunirse para celebrarlo, aunque sea en un teatro ante los barbudos que aún cantamos el hit Hijo de puta, hay que decirlo más.

Poco a poco, ese humor salvaje y un poco cínico se ha visto arrinconado por otro antihumorístico. La cómica australiana Hannah Gadsby acalló las risas en su brutal monólogo Ninette, y desde entonces, el humor ya no quiere ser inteligente, ni siquiera divertido: el humor quiere reconvenir, concienciar e incluso catequizar. Y no me parece del todo mal que se usen los recursos del cómico para reflexionar o provocar catarsis, pero empiezo a echar de menos los tiempos en que seguíamos a los humoristas por algo tan poco inteligente como el hecho de que nos hacían reír.

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