María Teresa Campos, pionera de las tertulias políticas
En su magacín ‘Día a día’, emitido en Telecinco entre 1996 y 2004, incluyó la ‘mesa de debate’, que precedió al género estrella de la televisión actual
Cuentan las leyendas, los más viejos del lugar, que existió un tiempo en el que no había tertulias políticas en la tele: ¿cómo llenarían las horas? Esas que hoy estructuran la parrilla, polarizan a la sociedad, espectacularizan la política y han convertido a algunos tertulianos en estrellas. Y todo a muy buen precio para las cadenas. Las tertulias, al menos en el formato de urgencia y actualidad que ahora conocemos (ya existían otras, más reposadas, como La clave, de Balbín), irrumpieron en el magacín mañanero de ...
Cuentan las leyendas, los más viejos del lugar, que existió un tiempo en el que no había tertulias políticas en la tele: ¿cómo llenarían las horas? Esas que hoy estructuran la parrilla, polarizan a la sociedad, espectacularizan la política y han convertido a algunos tertulianos en estrellas. Y todo a muy buen precio para las cadenas. Las tertulias, al menos en el formato de urgencia y actualidad que ahora conocemos (ya existían otras, más reposadas, como La clave, de Balbín), irrumpieron en el magacín mañanero de María Teresa Campos, fallecida este martes, aunque todavía no fueran tan trepidantes: no sonaba una banda sonora de acción. El infotaiment aún estaba naciendo.
Así, podría decirse que “la Campos”, la “reina de las mañanas”, ese todoterreno audiovisual que nos acaba de dejar, se inventó la televisión tal y como ahora la conocemos. El programa se llamaba Día a Día, en Telecinco entre 1996 y 2004, y la cosa tenía aún más intríngulis, porque los programas matinales, de aquella, estaban pensados para mujeres amas de casa, ese colectivo que Campos siempre reivindicó, antes de que el interés del feminismo y la izquierda mainstream también incluyesen el trabajo doméstico y los cuidados. Lo de la tertulia política como que quedaba raro y desde arriba no se lo pusieron fácil. Pero Mesa de debate se convirtió en la sección más vista del programa.
Allí plantó su tertulia. Recuerdo rondar la veintena (estábamos muy a finales del siglo XX) y, como tenía turno de tarde en la facultad, aprovechar el mediodía para acercarme a los grandes asuntos políticos de actualidad a través de ese formato que tan bien conecta con la gente: uno logra informarse (es un decir) pero a través de una discusión, a veces acalorada, entre unos personajes por los que se puede tomar partido. Están los tuyos y están los otros. Unos ganan y otros pierden, y cada cual tiene su opinión sobre el resultado. Había pasión, vehemencia y lo que más tarde llamaríamos “zascas”. Así, en la mesa de María Teresa Campos la política empezaba a convertirse en una peli de acción o en un partido de fútbol. En esas estamos.
Entre aquellos pioneros del tertulianismo figuraban Raúl de Pozo, Curri Valenzuela, Pepe Oneto o Arturo Fernández, un señor que, con melena canosa y rostro afilado, se parecía mucho al científico loco de la saga Regreso al futuro. Se juntaba la vehemencia teatral de pintor Juan Adriansens con el estilo sobrio de Carmen Rigalt o Antonio Casado. Estaban también María Antonia Iglesias o César Vidal. Visto desde hoy, un dream team del tertulianismo pionero. A veces subían los decibelios y se enardecían los ánimos, pero hay que reconocer que estábamos lejos de los guirigáis que luego hemos presenciado en algunas de las tertulias nocturnas más espectaculares. El mundo de la tertulia era todavía adánico.
Me interesaba especialmente cuando trataban la actualidad del movimiento antiglobalización, las cumbres de Seattle o Génova, que era un asunto que concernía a parte de la juventud de entonces. Y recuerdo indignarme como solo después me he indignado en Twitter al escuchar una opinión contraria a la mía. Alguna vez llamé por teléfono para intervenir, porque en aquella tertulia, mucho más participativa, los espectadores podían entrar en directo a opinar o enmendar la plana a un tertuliano. Nunca me llegó el turno, gracias a Dios.
Creo recordar, también, que, cuando terminaba la tertulia (y también el programa), sonaba como sintonía la canción Pasa la vida, del grupo de blues flamenco Pata negra. Escuchando a Raimundo Amador se iba a comer uno mucho más contento, mucho mejor que con las actuales sintonías de película de tiros y explosiones. La tele tertuliana es, tal vez, el mayor legado de María Teresa Campos. Para bien o para mal.
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