El día en que la marea esparció media tonelada de cocaína en Rabo de Peixe
Una serie de Netflix protagonizada por José Condessa, el nuevo chico Almodóvar, recrea la historia de la localidad de las Azores que en 2001 recibió un alijo de droga destinado a España
El 6 de junio de 2001 el mar dejó media tonelada de cocaína en una comunidad de pescadores de las islas Azores. Llegó envuelta en decenas de pequeños paquetes que permitieron socializar el alijo entre los vecinos de Rabo de Peixe en lugar de ser desembarcado en algún punto de las islas Baleares. El océano, para bien y para mal, siempre ha gobernado la vida en las Azores, un territorio varado en mitad del Atlántico que los turistas consideran un paraíso y los residentes, una encerrona. Esta v...
El 6 de junio de 2001 el mar dejó media tonelada de cocaína en una comunidad de pescadores de las islas Azores. Llegó envuelta en decenas de pequeños paquetes que permitieron socializar el alijo entre los vecinos de Rabo de Peixe en lugar de ser desembarcado en algún punto de las islas Baleares. El océano, para bien y para mal, siempre ha gobernado la vida en las Azores, un territorio varado en mitad del Atlántico que los turistas consideran un paraíso y los residentes, una encerrona. Esta vez tampoco fue diferente.
Rabo de Peixe es el principal puerto pesquero del archipiélago portugués, pero también uno de los núcleos más empobrecidos de la Unión Europea, con una larga lista de dificultades que incluyen abandono escolar, alcoholismo o desempleo. La cocaína, hasta ese día, no estaba entre ellas. Pero la marea del 6 de junio de 2001 trastocó por completo la vida de los vecinos, que se lanzaron sobre la mercancía sin distinción de edades o sexos. Se dijo, cierto o no, que algunas mujeres habían empanado pescado en cocaína, que se vendían vasos de plástico repletos de droga por 20 euros y que alguien en algún lugar había alimentado con coca a los cerdos. Se alimentó la leyenda y se ocultó la verdad de las muertes por sobredosis porque las autoridades portuguesas no deseaban que cayese el estigma del narcotráfico sobre las Azores, que a comienzos del siglo XXI intentaba afianzarse como destino turístico.
Augusto Fraga, que nació en otra aldea de pescadores a 20 minutos de Rabo de Peixe, recuerda que aquel verano de 2001 giró alrededor de las historias surreales de la cocaína extraviada. No podía saber que inspiraría su salto de la realización publicitaria al cine. “Es muy interesante el contraste entre una sustancia que simboliza la corrupción del alma y del cuerpo con una población pura, verdadera y muy inocente. Era un buen inicio para una historia. Yo crecí con niños como los personajes de la serie y nunca vi a una población destruida o poco letrada. Éramos superlibres, hacíamos lo que queríamos. Yo siempre he visto a Rabo de Peixe así. La historia tenía que ser contada por alguien que conocía los subtextos de Rabo de Peixe”, explica en una entrevista por videollamada.
Así que dos décadas después Fraga voló a la isla de San Miguel para leer el proceso judicial sobre el único detenido por el alijo de cocaína, el italiano Antonino Quinci, que ya había surcado con cargas similares el océano entre Venezuela y Canarias. “Encontré una inconsistencia entre la capacidad de carga del barco y la cantidad de droga encontrada. A partir de esa premisa me pregunté qué ocurrió con el resto de la droga y ahí surgió la ficción. No parecía lógico que fuesen a atravesar el Atlántico con el barco casi vacío”, contrasta el director. La media tonelada era solo una pequeña porción de la carga que podría haber transportado el Mario.
Su propuesta para hacer una serie a partir de aquel hecho ganó el concurso de Netflix para seleccionar su segundo proyecto portugués después de Gloria. “Yo decidí hacer una historia que me apeteciese ver. Honestamente, no tenía ninguna esperanza de ganar”. El resultado es un thriller de ficción, escrito a varias manos, que se desarrolla en siete episodios alrededor de cuatro amigos que, a pesar de su juventud, se sienten derrotados por un lugar donde nunca pasa nada.
Prejuicios superados
El actor portugués José Condessa, que también participa en el mediometraje Extraña forma de vida, el homenaje al wéstern que acaba de estrenar Pedro Almodóvar en el Festival de Cannes, es el protagonista. En cuanto fue seleccionado, Condessa cogió un vuelo y se dejó caer por Rabo de Peixe. Como tantos portugueses peninsulares, jamás había pisado las Azores, a 1.500 kilómetros de Lisboa. Hizo el viaje de ida con unos prejuicios que ya no regresaron consigo en el viaje de vuelta. “Hay un estigma muy grande por culpa nuestra, en el continente se informa solo de las peores cosas. Mi impresión cambió completamente después de estar con ellos”, comenta durante la videollamada. Para preparar su papel, el de un joven recto y brillante que se ve forzado a abandonar los estudios para sostener con la pesca a la pequeña familia que forman él y su padre ciego, Condessa salió a faenar con marineros locales. Se cuarteó las manos como ellos y compartió su trabajo varios días.
Los mejores amigos de Eduardo son Rafael (Rodrigo Tomás), un futbolista frustrado que pudo llegar lejos y que no llegó; Silvia (Helena Caldeira), que gestiona un videoclub llamado América, el sueño de todos los azorianos que desean otro mundo, y Carlos (André Leitão), un homosexual con talento musical que busca amor y solo encuentra sexo con hombres casados. Sus vidas se transforman por completo cuando la cocaína entra en ellas, aunque a cada uno le cambie de una manera distinta. “El conflicto de Eduardo es la lucha entre lo que considera ético y correcto, todo lo que ha hecho hasta ese momento, y el momento en que él cree que si Dios guía nuestro destino, también es voluntad suya enviar la cocaína para tener el derecho de cambiar de vida”, reflexiona el actor, que muestra el cubo de Rubik que entretiene a su personaje en la pantalla.
La serie arranca con un furibundo temporal del Atlántico. Otro más. No tendría mayor relevancia si no fuese por sus efectos sobre un yate que se avería mientras surca el océano con cocaína hasta la bandera. Los narcotraficantes deciden guardar la carga en una gruta marina en el litoral norte de la isla de San Miguel antes de alcanzar un puerto donde reparar la embarcación. Los narcos tenían sus planes, pero el océano tenía otros.
La cocaína pasó a ser la dificultad número uno en Rabo de Peixe a partir de aquella marea blanca. Unos se hicieron consumidores y otros traficantes. Incluso las dos cosas a la vez. En las semanas siguientes hubo muertes por sobredosis y decenas de intoxicaciones, pero nunca se facilitaron datos oficiales. “La inocencia llevó a momentos surrealistas que tratamos con incredulidad, pero lo ocurrido llevó también a la destrucción física de familias, marcó la sociedad porque no era una sociedad preparada ni tenía apoyo social para lidiar con eso, era una sociedad empobrecida, inocente y abierta”, destaca Augusto Fraga.
Con este punto de partida, la serie juega entre la mirada caricaturesca y la mirada tierna hacia unos personajes devorados por el fatalismo de la geografía. Viven en el paraíso como pobres y fantasean con un lugar en el falso sueño americano, a 1.900 millas náuticas. Tienen sus propias lecciones éticas: anteponen la amistad a la pasión amorosa. “No es una relación superflua entre amigos que se encuentran cada noche en un café de Lisboa. Ellos nacieron y crecieron juntos, han compartido el miedo del mar, ya han trabajado y conocido el frío con 12 o 13 años. Esa profundidad y amor de haberse conocido también en los peores momentos, de no cumplir sus sueños, es muy importante en la serie. Tienen sueños y no les es permitido soñar”, afirma Condessa.
El océano marca destinos. El director recuerda la huida real del narcotraficante Antonino Quinci de la prisión de Ponta Delgada, capital de las Azores: “Fue increíble, se escapó simplemente saltando un muro”. La fuga mereció un lacónico comentario de un guardia.
–Nadie escapa de una isla.
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