Una noche sin dormir en el Eurovisión de Liverpool: como una convención de Star Wars dirigida por John Waters
La colorida y lucrativa locura del festival es mucho más intensa en directo que lo que puede verse en pantalla, por eso arrastra a decenas de miles de seguidores que acuden a él aun cuando no pueden acceder al recinto oficial
La estructura circular del M&S Bank Arena de Liverpool hacía todavía más lisérgica la experiencia de presenciar el acceso de miles de personas a la final del festival de Eurovisión de este sábado por la noche. Los seguidores de la candidata israelí Noa Kirel lucían diademas con velo y un cuerno de unicornio multicolor, en referencia al título de la canción que los representaba este año. Los del finlandés Käärijä, que terminó siendo...
La estructura circular del M&S Bank Arena de Liverpool hacía todavía más lisérgica la experiencia de presenciar el acceso de miles de personas a la final del festival de Eurovisión de este sábado por la noche. Los seguidores de la candidata israelí Noa Kirel lucían diademas con velo y un cuerno de unicornio multicolor, en referencia al título de la canción que los representaba este año. Los del finlandés Käärijä, que terminó siendo el rey del televoto, llevaban un remedo de la sexual chaqueta bolero verde fluorescente que su favorito ha ido mostrando en todas sus intervenciones musicales. Otros, simplemente, iban vestidos con trajes que parecen bolas de discoteca. Todos ellos hacían cola en los puestos de bebidas del recinto antes de que comenzara el espectáculo no deportivo más televisado del mundo. Y el resultado parecía una competición de despedidas de soltero; una convención de Star Wars diseñada por John Waters, el cineasta de culto autodenominado de forma orgullosa dios del mal gusto.
El Eurovisión del estadio es muy distinto al que se ve en televisión. Todo es más grande, más explosivo y es un lugar en donde no importa el detalle de un plano corto encerrado en una pantalla. Pero, como en la vida, hay dos mundos perfectamente diferenciados a pesar de convivir puerta con puerta. En la zona VIP del pabellón la fiesta había empezado a las seis de la tarde y seguiría hasta varias horas después de que acabara la gala. El lujoso cátering de comida y bebida preparado para las decenas de influencers traídos de toda Europa por los patrocinadores oficiales del evento contrastaba con el de la sala de al lado, una cantina con verduras y pechugas de pollo a la Villaroy para los cientos de trabajadores y voluntarios que se aseguraban de que el mastodóntico evento saliera adelante.
En la puerta del recinto, un grupo de chicas con la bandera ucraniana a la espalda rogaban sin mucho éxito al equipo de seguridad que vigilaba la puerta de acceso que les permitiera entrar gratis. “Qué más da cuatro personas más”, argumentaban, desde el lado no deseado de la valla. Esa noche accedieron al interior algo menos de 7.000, pero muchas otras llenaron las calles de la ciudad británica. Según la policía local, más de medio millón de personas, muchas de ellas procedentes del turismo local, pasearon por sus calles durante la semana eurovisiva. The Guardian calculaba a principios de mes que ese trasiego de gente generaría más de 40 millones de libras extra (46 millones de euros) de gasto de los visitantes en la ciudad. Mientras, en el lugar de nacimiento de los representantes ucranios, Tvorchi, caían bombas rusas en el momento en que la banda actuaba sobre el gigantesco escenario.
A la espera de ABBA
Gimme!, Gimme!, Gimme! (A Man After Midnight) (Dame un hombre después de la medianoche), sonaba una y otra vez en la noche del sábado en los clubs nocturnos de Liverpool, antes y después de la histórica victoria de la sueca Loreen. No era solo era una declaración de intenciones para los miles de eurofans que vivían en modo más que festivo el que es para ellos el momento más importante del año. El tema es también uno de los grandes éxitos de ABBA en las islas desde que se lanzara a finales de los setenta. En el pasado, ha servido hasta para dar título y sintonía a series televisivas del país. Nunca deja de sonar en las fiestas británicas.
La prensa internacional ya plantea la posibilidad de que el cuarteto se reúna de forma física en el recinto sueco donde vaya a celebrarse Eurovisión 2024 para rememorar el aniversario de su participación en el festival, medio siglo después de su triunfo. Ocurrió precisamente en Reino Unido, en la edición celebrada en la costera Brighton. Con tan solo un disco en el mercado, los suecos eran unos desconocidos para la mayor parte del público hasta que interpretaron Waterloo esa noche. Competían con Olivia Newton-John y con Peret. Su colorida y explosiva indumentaria, que tanto impactó en ese momento y que tan común ha sido estos días en las calles y fiestas de Liverpool, les conectó para siempre con el certamen. Su imagen juntos en vivo y en directo sería uno de los grandes reclamos de la próxima edición. La banda sueca lanzó en 2021 nuevas canciones con su disco Voyage, con el que conquistaron durante unos días nuevos lares, al alcanzar un gran impacto inicial en el universo de las escuchas en streaming con sus temas inéditos. Su posterior gira en holograma, para la que sí que posaron juntos en una imagen algo distópica en la que se preparaban para crear sus avatares digitales, dejó a medias ese anhelado reencuentro no virtual con sus admiradores, algo que la final del festival de la canción europea del próximo año podría hacer realidad.
Pasada esa larga medianoche, Antonio esperaba el domingo a las diez de la mañana en un andén de la estación de tren de Liverpool para viajar con destino al aeropuerto de Mánchester que le llevara de regreso a casa. El eurofan madrileño de 40 años, con restos de purpurina en el rostro, había dormido poco más de una hora para subir a tiempo a un vagón lleno de personas que compartían el mismo insomnio y periplo. “Llegué el miércoles a Liverpool para ver la segunda semifinal en el estadio, pero para la final no logré entradas, así que lo vi en el bar de unos amigos”, comentaba antes de la llegada del tren. En total, había invertido 1.000 euros y muchas horas de diversión. “He pasado todas las noches en el Euroclub de la ciudad, pero todo ha sido mucho más caro que el año pasado en Italia. Si en Turín la entrada de una gala costaba 40 euros, aquí eran 120. Y no quiero pensar el año que viene que la anfitriona es Suecia...″, lamentaba. Él organizó el viaje con sus amigos con cuatro meses de antelación y aun así no pudo encontrar precios asequibles. “Pero nos hemos encontrado una ciudad volcada con la gente e implicada con el festival; llena de voluntarios que te ayudaban en todo”, concedía.
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