¿Ha cambiado ‘Borgen’ o ha cambiado la política?

La serie reapareció en Netflix después de nueve años en los que ha pasado de todo. La protagonista nos desconcierta: ahora es cínica, voluble. Como la realidad

Mikkel Boe Følsgaard y Sidse Babett Knudsen, en 'Borgen'.

Algo huele a cinismo en la última temporada de Borgen. El drama político danés tuvo éxito hace un decenio con su retrato de las miserias cotidianas de los gobernantes y de los medios, encontrables hasta en la más modélica de las democracias. En su reaparición, ahora en Netflix (Borgen: Reino, poder y gloria), la protagonista Birgitte Nyborg (bien inter...

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Algo huele a cinismo en la última temporada de Borgen. El drama político danés tuvo éxito hace un decenio con su retrato de las miserias cotidianas de los gobernantes y de los medios, encontrables hasta en la más modélica de las democracias. En su reaparición, ahora en Netflix (Borgen: Reino, poder y gloria), la protagonista Birgitte Nyborg (bien interpretada por Sidse Babett Knudsen) nos desconcierta. La ahora ministra de Exteriores cede en sus principios y da volantazos según sople el viento. ¿Ha cambiado Borgen? ¿O será que ha cambiado la política?

La trama principal de la nueva entrega convence: el hallazgo de petróleo en Groenlandia alienta el independentismo de ese país, contradice la política climática de Copenhague y crea tensiones con EE UU, Rusia y China. Lástima que cueste creerse algunas escenas: nadie repite el mismo discurso en público y en una negociación a puerta cerrada. Chirría, por ejemplo, que la ministra decida sola sobre una crisis mundial, sin contar con la primera ministra ni con su partido; o que, ante un notición de los que hacen tambalearse al Gobierno, los jefes de un informativo se dediquen a buscar imágenes de archivo. No es grave: la serie funciona porque pone el foco en la humanidad de quien toma decisiones y está sometido a la presión de votantes, tuiteros, aliados, lobbies, embajadores. De ahí sale una forma de hacer política líquida, volátil, cortoplacista.

Desde 2013, cuando se paró Borgen, ha pasado de todo: el Brexit, Trump, Bolsonaro, Orbán, el despegue de las redes sociales, la crisis de los refugiados, la pandemia, la invasión de Ucrania... Incluso, ahora, la amenaza de una guerra nuclear. Y hemos vivido el auge de la ultraderecha en los países nórdicos y en tantos otros. Los extremistas despuntaron en Dinamarca y, aunque ya van a menos, sus ideas contaminaron a los demás partidos: también asomaron en Noruega y Finlandia, y en Suecia hoy acarician el poder. El que creíamos paraíso del bienestar y la tolerancia no va a ser ejemplar para siempre. De Italia ni hablamos. Todavía.

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