‘Atlanta’, el subyugante viaje espiritual al racismo
La tercera temporada de la poderosa serie creada por Donald Glover va aún más lejos en su surrealismo y en su exploración de la segregación
En su Manifiesto de 1924, André Breton definía el surrealimo como “automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón”. Casi un siglo después, Donald Glover —para el mundo de la música Childish Gambino— ha creado con su se...
En su Manifiesto de 1924, André Breton definía el surrealimo como “automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón”. Casi un siglo después, Donald Glover —para el mundo de la música Childish Gambino— ha creado con su serie Atlanta un estado de la mente, un no lugar que lanza ganchos al mundo real para intercambiar información, un paisaje por el que sus creadores pasean mientras definen qué significa ser negro en el siglo XXI y sumergen al público en un banquete de surrealismo de manual: puede que en algún momento lo mostrado asimile el espíritu de un sueño, lo que no quiere decir que no sea verdad. Y real. El cartel de lanzamiento de esta tanda mostraba a los personajes principales retratados a medio camino entre Picasso y Dalí. En algún lugar de Los Ángeles, David Lynch enciende su televisión, elige Atlanta y exclama: “Bien, coño, bien”.
La tercera temporada de Atlanta ha llegado cuatro años después de su entrega precedente por la pandemia y la desbordada agenda laboral de Donald Glover. Eso en EE UU; en España solo se ha podido ver desde hace unos meses, cuando la plataforma Disney + la agregó a su catálogo. Al menos, no ha habido que esperar mucho para acceder a esta nueva remesa. Glover, en el ínterin, se ha convertido en actor estrella de Hollywood; su escalofriante Esto es América es el tema que acompaña a las protestas raciales en Estados Unidos. Y, sin embargo, no ha levantado el pie en el acelerador de Atlanta. En realidad, el equipo creativo —con Glover, que escribe, dirige y coprotagoniza; su hermano Stephen, coguionista y productor ejecutivo; el resto de los escritores, y Hiro Murai, que dirige la cámara con un tempo juguetón, cercano efectivamente al lynchiano— no conoce el miedo.
Si en sus inicios la serie fue definida como “Twin Peaks con raperos”, esta temporada llega el órdago a la grande. Esta Atlanta no transcurre solo en la ciudad que la bautiza, ni siquiera chapotea en el ecosistema de sus protagonistas, que están de gira por Europa tras, por fin, triunfar Paper Boi en el rap y Earn (Donald Glover) convertirse en su solvente road manager. No, esta Atlanta ahonda en la negritud en el siglo XXI, y para ello no duda en lanzarse en un capítulo a una distopía, en otro seguir los pasos de un niño al que los servicios sociales entregan a una pareja de lesbianas que malviven produciendo kombucha, o en un tercero (Trini 2 De Bone) viajar a Nueva York para pinchar en la relación entre una familia blanca y su vieja niñera caribeña. En esos grises, en esos mestizajes tanto de etnias como de emociones (los blancos estadounidenses no son siempre ni solo malos; los europeos somos más papistas que el Papa en el tema del racismo, para sorpresa y algazara de los protagonistas), Atlanta chapotea con deleite.
Y aunque Darius ha crecido en sabiduría, y Earn en solvencia, los protagonistas de esta tercera temporada (ya sabemos que habrá cuarta), son Papel Boi y Van, la madre de la hija de Earn, la única con los pies en la Tierra en las anteriores entregas. Ambos sufren su propio colocón: el primero, en un viaje alucinógeno en Ámsterdam y en su travesía en la artificiosidad del mundillo musical; la segunda, en su conversión en la perfecta francesa. Más fluida, más ambiciosa, más persistente en su denuncia del racismo, Atlanta ya no es solo una serie de televisión o una declaración de intenciones. Ahora alcanza la condición de subyugante cosmos de eterno retorno espiritual más allá de Atlanta.
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