‘El turista’ o cuando el paisaje condiciona la trama
Esta dura historia situada en el desierto del sur de Australia muestra un entorno que no admitiría la menor concesión a cualquier atisbo de felicidad
Si hay una serie en la que el paisaje y la acción donde se desarrolla están íntimamente ligados esa es El turista, la serie ideada por los hermanos Harry y Jack Williams que situaron su dura historia en el desierto del sur de Australia, muestra un entorno que no admitiría la menor concesión a cualquier atisbo de felicidad.
Y si, como parece, una fórmula imprescindible para conseguir la fidelidad para una serie es la de un primer capítulo potente, esta de HBO Max la cumple a la perfecció...
Si hay una serie en la que el paisaje y la acción donde se desarrolla están íntimamente ligados esa es El turista, la serie ideada por los hermanos Harry y Jack Williams que situaron su dura historia en el desierto del sur de Australia, muestra un entorno que no admitiría la menor concesión a cualquier atisbo de felicidad.
Y si, como parece, una fórmula imprescindible para conseguir la fidelidad para una serie es la de un primer capítulo potente, esta de HBO Max la cumple a la perfección: la larga persecución de un enorme camión a un discreto automóvil hasta conseguir destrozarlo por un barranco es de lo más impactante visualmente. Ni que decir tiene que es inevitable recordar El diablo sobre ruedas, el primer largometraje de Steven Spielberg, aunque la serie de los Williams no piensa tanto en la taquilla con los inverosímiles finales felices. Pero el accidente es, también, fundamental para la trama pues el conductor del automóvil, y protagonista de la serie (Jamie Dornan), se despierta en un hospital con una amnesia total. Es el principio de un largo viaje en busca de su identidad, una travesía plagada de violencia, de peculiares personajes secundarios y de un omnipresente desierto con sus escasos y destartalados bares y moteles.
Sorprendentemente, y tras un arranque excelente y sobrio, la serie desbarra en sus últimos capítulos con un exceso de alucinaciones del protagonista, un recurso que, en definitiva, resulta simplón y demasiado fácil para unos guionistas que parecen haber tirado la toalla ante un desarrollo lineal de la trama. Para recurrir a los delirios, a los saltos en el tiempo, sin confundir al espectador hay que tener un talento hitchcockniano y un colaborador como Dalí. Y no es fácil.
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