Arturo Valls pasa de presentador a recluso por rebasar los límites del humor en ‘Dos años y un día’
En esta comedia de situación carcelaria, el actor interpreta a una versión de sí mismo bajo el nombre de Carlos Ferrer, que acaba condenado a prisión por una broma de mal gusto
Lo que vivió la cómica Henar Álvarez hace menos de un mes fue una experiencia casi premonitoria. Se encontraba en plena presentación del evento LGTBI+ más importante de Extremadura cuando un chascarrillo sobre su exalcalde Miguel Celdrán, fallecido 11 años atrás, trajo consigo las quejas del público y del Ayuntamiento. En su caso, el consistorio estimó que sus palabras quedaron como “anécdota,...
Lo que vivió la cómica Henar Álvarez hace menos de un mes fue una experiencia casi premonitoria. Se encontraba en plena presentación del evento LGTBI+ más importante de Extremadura cuando un chascarrillo sobre su exalcalde Miguel Celdrán, fallecido 11 años atrás, trajo consigo las quejas del público y del Ayuntamiento. En su caso, el consistorio estimó que sus palabras quedaron como “anécdota, pues desafortunadas o no, carecían de relevancia y recorrido”. Un paso más allá va la nueva propuesta de ficción que protagoniza Arturo Valls, Dos años y un día. En esta comedia de situación, dirigida por los albaceteños Ernesto Sevilla y Raúl Navarro, Valls interpreta a una versión de sí mismo bajo el nombre de Carlos Ferrer: el presentador más popular de España y el más querido por los espectadores. Pero en esta ficción que firma LaCoproductora, que se estrenó el pasado 3 de julio en Atresplayer, su protagonista es condenado a prisión por una broma.
La serie viene de la mano de Raúl Navarro, Miguel Esteban, Sergio Sarriá y Luismi Pérez, mentes de las que salieron obras como La reina del pueblo, El vecino o El fin de la comedia. Y el conflicto que cuentan ahora sirve como punto de partida para plantear varios temas sobre la mesa: los límites del humor, el derecho a sentirse ofendido, la cultura de la cancelación, la popularidad y el poder de la fama o la aceptación de uno mismo. Aunque más allá de la opinión que se pueda tener al respecto, la serie aboga más por el entretenimiento que por el debate sesudo. “Es verdad que en España hemos tenido algunos casos y estos límites de la libertad de expresión es un tema que está ahí”, explica Navarro al teléfono, “aquí sabemos que hay músicos, cómicos, gente que está siendo juzgada e incluso encarcelada por temas de libertad de expresión. Pero es verdad que en la serie es solo un punto de partida, la serie realmente no va de eso. Es un tema que plantea al principio y al final de la temporada, pero el resto del tiempo es una sitcom carcelaria, una comedia coral divertida que va por otros derroteros”.
Cuando se esbozó el formato se tuvieron muy presentes series como The Office, Parks and Recreation o Community, “comedias muy locas donde cada episodio puede tener un tono muy distinto”, cuenta Sevilla; pero sobre todo, fue inspiradora una parte de Brooklyn Nine-Nine que se desarrollan en la cárcel. La idea pasaba por hacer una sitcom carcelaria alejada del realismo, con unos secundarios pintorescos que nutrieran las historias que suceden dentro y que pudieran llegar a dar varias temporadas. Todo, cuentan los directores, “evitando el humor facilón y recurrente” que se suele relacionar a los centros penitenciarios. Y al igual que en The Office Dunder Mifflin tiene a Michael Scott, o la ciudad de Pawnee cuenta con Leslie Knope en Parks And Recreation, esta prisión necesitaba a su eje central.
De héroe a villano
Para el papel protagonista, y para potenciar la dualidad del encierro carcelario, tenían claro que querían basarse en la figura de alguien que nunca se metiera en líos y que tuviera el cariño del público, como Roberto Leal o Karlos Arguiñano, a los que sus creadores ponen como ejemplos en la vida real. Aunque admiten que el guion fue escrito con Arturo Valls en mente, a quien siempre tuvieron en la mirilla. No solo por su historial como presentador, que daba con los requisitos, sino también por su faceta como actor, que ya conocen bien tras haber coincidido en trabajos como la reciente Camera Café: La película. “Aunque se llame Carlos Ferrer, no deja de ser alguien muy parecido a Arturo Valls. Pero el personaje tiene una diferencia fundamental con Arturo Valls, y es que lleva gafas. Era la forma que tenía él de separar al personaje y a la persona, como Clark Kent y Superman”, bromea Navarro, “él pensaba que con las gafas nadie le iba a reconocer”.
Arturo Valls, que se siente cómodo dentro de la comedia, agradece también los tintes de drama que tiene la serie en momentos puntuales, un reto a nivel interpretativo con el que le gustaría lidiar más de vez en cuando. Pero también confiesa que de lo que más ganas tenía era de descansar de los programas diarios, como Ahora caigo, al que dedicaba demasiadas horas como para enfocarse a tiempo completo en otros proyectos: “Antes aprovechaba las pausas de las grabaciones de Ahora caigo para convencer a un director de fotografía, llamando a un actor para lo que sea, mirando la financiación de un proyecto. Eso hace que no disfrutes ni de una cosa ni de la otra. Ahora me involucro y me lo paso mucho mejor con lo que hago”.
El actor se siente “afortunado” por no haberse visto nunca envuelto en una situación parecida. Pero deja claro que, en caso de padecerla, no dudaría en “pedir perdón y salir para adelante, aun teniendo en cuenta que, paradójicamente, ese mismo chiste podría ser un paliativo para muchas personas”. ¿Significa eso que el humor se enfrenta a una autocensura? Valls es tajante: “Para nada. Hay chistes que hace 10 años podrían tener gracia y hoy no la tienen. Y no hay que dejar de hacerlos por una cuestión de censura impuesta, sino porque la sociedad ha cambiado y el cómico tiene que estar con esa evolución”. Y mientras evoluciona, el actor cruza los dedos para, igual que hasta ahora, pueda seguir más cerca de Arturo Valls que de Carlos Ferrer.
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