¿Es para tanto ‘El juego del calamar’?
Extravagante y macabro, el fenómeno inesperado en torno a la serie hace de oro a Netflix. No es ninguna obra maestra, pero nos ha sacado a patadas de la rutina
De El juego del calamar, la extravagante y perturbadora serie surcoreana que está haciendo de oro a Netflix, se está diciendo todo esto: que es una denuncia de la competitividad en un capitalismo despiadado, que sus escenas de violencia se emulan en los patios de las escuelas, que a...
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De El juego del calamar, la extravagante y perturbadora serie surcoreana que está haciendo de oro a Netflix, se está diciendo todo esto: que es una denuncia de la competitividad en un capitalismo despiadado, que sus escenas de violencia se emulan en los patios de las escuelas, que a la bella actriz HoYeon Jung se la rifan marcas y pasarelas, que el chándal retro verde de sus personajes es ahora superventas en Amazon, como unas galletas recortables, y que ha disparado el interés por aprender la lengua coreana.
Vaya, así que una producción muy alternativa, casi antisistema, se ha vuelto un gran negocio, eso ya pasó con el punk. Netflix no suele ser transparente con sus datos pero, según Bloomberg, la serie le costó apenas 18 millones de euros y le ha generado más de 750 millones, casi nada. La empezaron a ver 132 millones de espectadores y 87 millones llegaron al final en solo 23 días, un poder inaudito de enganche de la audiencia.
Era impredecible el éxito de una idea arriesgada, cuyo autor movió desde 2008 hasta dar con quién rodarla. Una historia de perdedores que buscan salida a su ruina en un experimento, como de telerrealidad, que los enfrentará a vida o muerte en una sucesión de juegos infantiles. Entre tanta crueldad y miseria asomarán destellos de humanidad en una montaña rusa emocional.
Macabra y adictiva, a ratos cutre, con guiños a la nostalgia y estética de cómic pulp y de cine gore, ¿merece esta serie tanta atención? Es discutible. No es ninguna obra maestra, ni apta para todos los paladares. Pero sí agita un panorama repleto de productos previsibles y políticamente correctos. Funciona porque nos saca a patadas de la rutina, porque apela a nuestro lado friki, porque teníamos ganas de evasión.
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