El Constitucional y el dilema de la pastelera

Restricción o suspensión. Lo difícil no es definir unas sutilezas que siempre serán discutibles, sino entender que un matiz que requiere tanto debate tal vez no sea relevante

Una mujer cruzando un vacío Paseo del Prado de Madrid, durante el estado de alarma.

Por lo que se va sabiendo, el debate sobre el estado de alarma en el Tribunal Constitucional se pareció a un congreso de la RAE. Los magistrados discutieron sobre las diferencias de significado entre “restricción” y “suspensión” de los derechos fundamentales, lo cual está muy bien, pues la precisión lingüística es el fundamento tanto de la ley como de su trampa, pero es inútil cuando se adentra en matices tan sutiles. L...

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Por lo que se va sabiendo, el debate sobre el estado de alarma en el Tribunal Constitucional se pareció a un congreso de la RAE. Los magistrados discutieron sobre las diferencias de significado entre “restricción” y “suspensión” de los derechos fundamentales, lo cual está muy bien, pues la precisión lingüística es el fundamento tanto de la ley como de su trampa, pero es inútil cuando se adentra en matices tan sutiles. Lego como soy, doy la razón a todo el mundo. Leo las diatribas de Conde-Pumpido, que dice que todo esto desarma al Estado, y comparto su cabreo. Leo luego a una catedrática partidaria del fallo, y me convence igualmente.

Es el viejo dilema de la pastelera a la que compras un cruasán y ella te pregunta: “¿Para tomar o para llevar?”. Y no sabes qué decirle, porque te lo quieres tomar, pero también llevar. Habría que ver a los magistrados del Constitucional deliberando sobre la respuesta adecuada, mientras la pastelera espera su dictamen con los brazos en jarras.

Restricción o suspensión. Vaya lío. Si te restringen, te suspenden, y si te suspenden, te restringen. Lo difícil no es definir unas sutilezas que siempre serán discutibles, sino entender que un matiz que requiere tanto debate tal vez no sea relevante. En estos tiempos tan populistas, enhebrar hilos en agujas tan pequeñas puede propiciar la aparición de monstruos como el falso juez de ficción Hal Wackner (Mandy Patinkin), que imparte justicia ilegal en la trastienda de una copistería en la última temporada de The Good Fight, a la manera delirante, pero menos homicida, de Paul Newman en El juez de la horca. La pastelera no va a esperar eternamente a que los magistrados se decidan. Pasado un tiempo razonable, les tirará el cruasán a la cara, y entonces sí que tendremos un problema serio para el Estado de Derecho.

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