Ira, ansiedad y paternidad en ‘Bendita paciencia’
La serie protagonizada y cocreada por Martin Freeman combina comedia y drama para ahondar en las relaciones familiares desde una óptica cínica
Que ser padre no es fácil ya lo han dejado claro infinidad de series. La paternidad como subgénero televisivo, unas veces desde el punto de vista cómico y otras, dramático, está muy presente en los últimos años, con alternativas que van desde la vertiente más empalagosa de This Is Us o, remontándonos unos años atrás, ...
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Que ser padre no es fácil ya lo han dejado claro infinidad de series. La paternidad como subgénero televisivo, unas veces desde el punto de vista cómico y otras, dramático, está muy presente en los últimos años, con alternativas que van desde la vertiente más empalagosa de This Is Us o, remontándonos unos años atrás, Parenthood, hasta el cinismo y la ironía de Better Things o Motherland. Las dos temporadas de Bendita paciencia (Breeders en su versión original, disponible en HBO España) han optado por ahondar en una zona menos explorada dentro de esta segunda vertiente presidida por el cinismo: los montones de ira que genera la paternidad. Ira y ansiedad que no siempre se consiguen manejar.
Martin Freeman y Daisy Haggard (ambos impecables, como es habitual) protagonizan esta serie británico-estadounidense creada por Freeman junto a Chris Addison y Simon Blackwell, una comedia dramática que busca un humor que, en vez de estar basado en gags, surge de las situaciones. Comedia sí, pero no de las que arrancan carcajadas, sino más bien de las que te mantienen con una sonrisa y, de repente, sin saber muy bien cómo, te han llevado a la lágrima. Porque si hay una cosa que hace bien Bendita paciencia, además de mostrar los altibajos de las relaciones familiares en su sentido más amplio (padres e hijos, esposa y marido, hermanos...), es transitar el corto camino que conduce de la comedia al drama. Y eso lo consigue gracias a saber construir unos personajes que, en solo dos temporadas, han logrado crear un vínculo importante con sus espectadores: te importa lo que les pueda suceder.
El cínico Paul y la racional y templada Ally son padres de dos niños de menos de siete años. Él tiene que lidiar con la paternidad y con los problemas de control de la ira que sufre (aunque va a terapia, está convencido de que la ira es algo necesario en las personas en su dosis justa), y ella hace malabares entre sus deberes familiares y un trabajo cada vez más exigente. A todo eso, en la primera temporada se suma la aparición del padre de ella, con el que no ha mantenido apenas relación.
La segunda entrega, en una decisión muy inteligente para evitar caer en un bucle, salta en el tiempo hasta que el hijo mayor está a punto de cumplir 13 años y la niña tiene unos 11. Ahora Paul y Ally, cuya relación es perfectamente imperfecta, se ven obligados a lidiar con dos adolescentes con problemas de autoestima, dificultades para hacer amigos y, en el caso del hijo mayor, y como muchos otros chicos de su edad, con ansiedad. Los padres de Paul, en este caso, ejercen como alivio cómico, porque la tensión en casa a estas alturas, con dos adolescentes yendo y viniendo, es tal que nunca se sabe si la escena terminará con un abrazo o con gritos.
Con mimbres sencillos, del día a día, Bendita paciencia consigue que el espectador sienta una gran empatía por los personajes y se vea reflejado en las situaciones, totalmente reconocibles, en las que se ven involucrados. La serie está envuelta en cierto aire melancólico que hace que el espectador pueda sentirse incluso incómodo presenciando algunas situaciones y riendo en determinados momentos. Porque, al fin y al cabo, esta es una serie de personajes y de emociones, y en eso todos nos podemos ver reflejados.
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