¿Hemos olvidado cómo vivir?
Debería preocuparnos la gente que ya no va a cenar tranquila en un restaurante. El miedo es el peor lazarillo al que uno puede encomendar su vida
Me van a disculpar la cita, pero esta cabra siempre tira al mismo monte galáctico. En Voyager, la menos canónica de todas las series de Star Trek, salen los vidiianos, una raza alienígena que se extingue por culpa del fago, una enfermedad incurable. Antes de la plaga, los vidiianos eran un pueblo refinado y orgulloso de sus logros científicos y artísticos, pero el fago ha hecho de ellos unos malvados peligrosísimos. Se dedican a atacar y secuestrar a gente por toda la galaxia para ejecutar experimentos mé...
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Me van a disculpar la cita, pero esta cabra siempre tira al mismo monte galáctico. En Voyager, la menos canónica de todas las series de Star Trek, salen los vidiianos, una raza alienígena que se extingue por culpa del fago, una enfermedad incurable. Antes de la plaga, los vidiianos eran un pueblo refinado y orgulloso de sus logros científicos y artísticos, pero el fago ha hecho de ellos unos malvados peligrosísimos. Se dedican a atacar y secuestrar a gente por toda la galaxia para ejecutar experimentos médicos con ellos. “Mi pueblo lleva tanto tiempo obsesionado con salvar vidas que se ha olvidado de cómo vivir”, dice la doctora Danara Pel, una vidiiana razonable y buena.
Los vidiianos no bailan, no cantan, no se emborrachan, no escriben novelas, no van al teatro ni tienen liga de fútbol de segunda división. Los vidiianos son el referente moral de quienes se escandalizan cada vez que algún político propone dar un pasito hacia lo que antes llamábamos normalidad. Incapaces de vislumbrar un final, ciegos a los datos de inmunización y de mengua de la peste, todos los riesgos les parecen inaceptables, y cualquier medida de alivio, apocalíptica.
Un año y pico de pandemia basta para que una parte de la sociedad se olvide de cómo vivir. Menudea el lugar común de la gran orgía que se montará en cuanto esto se acabe, y la pequeña orgía que se montó la noche del fin del estado de alarma avala esta hipótesis, pero debería preocuparnos también la gente que ya no va a cenar tranquila en un restaurante. El miedo es el peor lazarillo al que uno puede encomendar su vida. Estamos a punto de quitarnos las mascarillas en la calle, según parece. A ver cuántas muecas espantadas nos salen al paso y cuánta gente ha perdido el hábito de sonreír.
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