Mujeres y hombres y la huella que dejan en la televisión
El fin de ‘MyHyV’ tras 13 años de emisiones delata hasta dónde ha llegado la cultura audiovisual que creó en su plató
Hubo un tiempo en el que en España se aspiraba a ser tronista. Matarse de dominadas en el gimnasio. Forrarse de bolo en bolo, y de plató en plató. Muchos jóvenes que intuían que se podía tocar el cielo de Mediaset si sumaban a su desparpajo una buena delantera con melena teñida o un buen pack abdominal marcado en microcamisetas de pico y rapado de nuca con raya lateral. Los que lograron ese triunfo forjaron la leyenda de los gimnasios en los que se formaron. Del 9Fitness madrileño salieron los bíceps de Cristian ATM. En el Yoofit de Chamartín se entrenaron las piernas de O...
Hubo un tiempo en el que en España se aspiraba a ser tronista. Matarse de dominadas en el gimnasio. Forrarse de bolo en bolo, y de plató en plató. Muchos jóvenes que intuían que se podía tocar el cielo de Mediaset si sumaban a su desparpajo una buena delantera con melena teñida o un buen pack abdominal marcado en microcamisetas de pico y rapado de nuca con raya lateral. Los que lograron ese triunfo forjaron la leyenda de los gimnasios en los que se formaron. Del 9Fitness madrileño salieron los bíceps de Cristian ATM. En el Yoofit de Chamartín se entrenaron las piernas de Oriana Marzoli.
El 15 de marzo Mediaset anunció el fin de Mujeres y hombres y viceversa (MyHyV), el longevo programa de citas donde el concursante ocupa un trono (de ahí el nombre de tronista, que hoy es un tipo de persona, una estética y una filosofía). De su plató han salido varias generaciones de caras (y cuerpos) que lograron contratos en los distintos programas del gigante televisivo. El formato, basado en el italiano Uomini e donne, lleva trece años en antena y funciona bajo una fórmula sencilla: un candidato o candidata busca pareja y, para conseguirla, enfrenta a varios jóvenes cisgénero de buen ver que se disputarán las citas para poder conquistarle.
Tras una era en la que MyHyV llegó a acaparar la audiencia de la sobremesa televisiva, los últimos cuatro años han evidenciado el desgaste de la fórmula. El formato ya no vivía aquellos años dorados en los que Emma García lo conducía, cuando su éxito se medía por la cantidad supuestos trending topics de usuarios indignados cada vez que una catástrofe suprimía su emisión para dar paso a los informativos. Su posible audiencia, cada vez más diversificada frente a la oferta de telerrealidad de citas en otras plataformas –Netflix ha generado mini cultos en torno a El círculo o Love is Blind–, se cansó del mismo formato. MyHyV pasó de Telecinco a Cuatro, cambió varias veces de conductor –a García la reemplazó Toñi Moreno y en la era pandémica aterrizó Jesús Vázquez– y de las citas fuera de plató se pasó a la convivencia bajo el mismo techo. Hasta se intentó revolucionar esa visión amorosa heteronormativa que lo caracterizaba apostando por una edición en la que Jorge Javier Vázquez ejerció como primer tronista gay, pero ninguno de estos cambios sirvió para reflotar un formato que se sentía obsoleto frente a nuevos programas que sí acaparan la conversación (e interés lúdico) digital. ¿Realmente estamos ante el fin de una era televisiva?
Para Diana Aller, guionista de varios programas de televisión –desde Sálvame a Maestros de la costura–, el carpetazo a MyHyV (“un programa que funcionaba entre la parodia y la admiración y que entendía las relaciones afectivas de una forma muy primaria, asequible y sobre todo, entretenida”) sí. “Finaliza una estética, incluso una forma de entender el entretenimiento y la exposición de las relaciones sexoafectivas”, apunta.
¿Qué estética es esa? Sus defensores se acogían a un consumo puramente lúdico y escapista, casi telenovelado, donde poder abstraerse con un teatrillo en el que los celos y otras bajas pasiones daban pie a un folletín de desaires. Un show en el que se exhibía ingenuidad emocional y en el que todos los presentes –implicados, producción y espectadores– asumían un artificio falso y exagerado, condición necesaria e imprescindible para disfrutarlo. Sus detractores cargaban contra su esencia: machismo, degradación de la mujer, valores retrógrados, culto al cuerpo como condición erótica y hasta polémicas que fomentaban la cultura de la violación. Por ejemplo, durante sus años de emisión, entre junio de 2008 y hasta noviembre de 2020, el Instituto de la Mujer ha contabilizado hasta 33 quejas contra el programa por trato vejatorio con las participantes. Una de las más sonadas fue en 2016, cuando Suso, ex concursante de Gran Hermano y tronista, validó una posible agresión sexual y renegó del Solo sí es sí (“Yo soy una persona que, si tú me das a entender una cosa, y yo me acelero, luego no me digas: ‘Hasta aquí, ahora ya no, me voy’, porque sinceramente, Emma, yo ya no razono”). El mismo programa lo defendió vía Twitter diciendo que “Suso tenía derecho a enfadarse”, mientras la afectada aseguró, entre lágrimas, haberse sentido incómoda en esa cita sin cámaras.
“Levantar un programa es una labor hercúlea, pero mantenerlo tantos años sin descanso es un milagro. Se han imbuido en un mundo que a buen seguro no es el suyo y lo han hecho impecablemente desde el respeto y un sentido del espectáculo increíble”, sostiene Aller. Ese trabajo, prosigue, dio a luz a una forma de entender el entretenimiento; una cuyo público en potencia abandonado por nuevas fórmulas. Y ahí es donde entra en escena La isla de las tentaciones, el reality sobre infidelidades que parece haber ocupado su lugar. “La isla de las tentaciones, que es una hipertrofia de la monogamia heterosexual, se ha hecho con la audiencia por aumentar la potencia y la diversión. Cuanto más escasos sean los recursos emocionales de los protagonistas, más nos interesa y divierte la narrativa”, asegura. Una deriva hiperbólica que también se acentúa en la violencia de género. Esta misma semana ha sido detenido Carlos Algora, uno de los tentadores del programa, por presunto abuso sexual carnal sobre una joven a la que se drogó previamente.
¿Qué se cuece en estos programas para que conecten en esas conductas vejatorias más allá de esa performance de los celos que ejecutan en pantalla? Para el filósofo Eudald Espluga, autor del ensayo La isla de las Tentaciones y el capitalismo emocional y que publicará en octubre No seas tú mismo en Paidós, en todos estos formatos de telerrealidad afectiva el amor siempre es lo de menos: lo que prima es la realización personal de sus participantes y lo que cada uno pueda sacar de su paso por el plató. La ley de mercado adaptada al discurso emocional. “MyHyV es un ejemplo de la racionalización de las relaciones íntimas y de la imaginería romántica propias del capitalismo emocional”, defiende.
Aquella fijación estética corporal era pura distracción: “Aunque intuitivamente asociamos el programa a los cuerpos hipertróficos y sexualizados de los concursantes, la dinámica consistía en el discurso de las motivaciones afectivas y el examen interior de los participantes. Las citas eran algo así como la prueba de verdad de la coherencia sentimental de tronistas y aspirantes”. Como apunta Espluga, en estos formatos la pasión es lo de menos y se especula con el valor de sus inversiones afectivas, como ocurría en MyHyV. “El cálculo pesaba más que el erotismo y el formato del programa estaba peligrosamente cerca del proceso de selección de personal: las preguntas que los tronistas-empresarios debían hacerse eran casi las mismas que debe plantearse cualquier departamento de recursos humanos cuando tiene por delante una contratación: ¿cumple los requisitos?, ¿nos saldrá rentable?, ¿ha pasado correctamente el periodo de prueba?”.
Este pensamiento empresarial se ha acelerado con La isla de las tentaciones, según el propio filósofo. “MyHyV ofrecía un relato que ha alcanzado su cénit en La isla: un paso a la vida adulta terapéutico, donde lo importante es la conquista del conocimiento de uno mismo, mucho más que el final feliz de “Se casaron, fueron felices y comieron perdices”. Muerto el tronista, larga vida al trono.
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