Columna

Ola k ase, Cid Kampeador, kampeas o k ase

En sus mejores momentos, ‘El Cid’ recuerda al peor ‘Juego de tronos’. En los peores, a ‘El secreto de Puente Viejo’

No creo en el respeto a los clásicos ni en el rigor histórico, si de contar cuentos se trata. Los mitos están para ser profanados, y la imaginación avala cualquier anacronismo. Como buen héroe, el Cid puede ser lo que se le ocurra a quien se atreva a desenterrarlo. Por eso da muchísima pena que, de las posibilidades casi infinitas de esta historia, los creadores de la serie de Amazon hayan dilapidado el presupuesto más grande de la historia de la televisión española en despachar una mezcla de Águila Roja y Al salir de clase. Y no lo digo porque haya nada indigno en esos d...

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No creo en el respeto a los clásicos ni en el rigor histórico, si de contar cuentos se trata. Los mitos están para ser profanados, y la imaginación avala cualquier anacronismo. Como buen héroe, el Cid puede ser lo que se le ocurra a quien se atreva a desenterrarlo. Por eso da muchísima pena que, de las posibilidades casi infinitas de esta historia, los creadores de la serie de Amazon hayan dilapidado el presupuesto más grande de la historia de la televisión española en despachar una mezcla de Águila Roja y Al salir de clase. Y no lo digo porque haya nada indigno en esos dos entretenimientos, sino porque para esto no hacía falta molestar al Cid, que estaba tan ricamente en su sepulcro. Cualquier caballero de cuarta división habría bastado.

En sus mejores momentos, El Cid recuerda al peor Juego de tronos. En los peores, a El secreto de Puente Viejo. Las tramas feministas de princesas empoderadas parecen embutidas para justificar una subvención del Ministerio de Igualdad. Los actores andan perdidos recitando diálogos ridículos (ese momento en que el rey Fernando le explica a su hijo que no atacan a los moros porque, literalmente, “controlan el acceso a los mercados orientales”, transformándose así en el CEO de Castilla, S. A.) y prodigándose cortejos sacados de una serie de instituto, con su habla coloquial de Malasaña. Los malos están tan acartonados y planos que, a su lado, los títeres de cachiporra parecen Macbeth. Sin olvidar a los árabes, vestidos como si vinieran de una cabalgata de reyes y moviéndose por un palacio de la Aljafería que recuerda a una tetería marroquí de Lavapiés. Por no incidir en las intentonas humorísticas (las conscientes, porque de humor inconsciente va cargada), cuando un secundario le dice al Cid: “Joder, qué frío hace en Burgos”. Tronchante.

No hay una escena que no sonroje. No por anacrónica, sino por cutre. Quien quiera disfrutar de grandes series históricas tendrá que resignarse a verlas en inglés. Al Cid lo hemos rematado por muchos años. No va a haber quien lo resucite.

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