Gran Hermano: 20 años del primer confinamiento retransmitido en directo
El programa de Telecinco cumple dos décadas con un formato polémico que cambió la historia de la televisión
Un 23 de abril del 2000 entró en Soto del Real la primera ristra de concursantes de Gran Hermano. Era el día del libro. Nadie recuerda que leyeran una línea en los tres meses que duró su experimento. Pero todos ellos escribieron el primer capítulo de la historia que iba a cambiar la televisión en España para siempre.
Cuando se cumplen ahora 20 años de aquello, la ironía macabra del destino radica en que el país que as...
Un 23 de abril del 2000 entró en Soto del Real la primera ristra de concursantes de Gran Hermano. Era el día del libro. Nadie recuerda que leyeran una línea en los tres meses que duró su experimento. Pero todos ellos escribieron el primer capítulo de la historia que iba a cambiar la televisión en España para siempre.
Cuando se cumplen ahora 20 años de aquello, la ironía macabra del destino radica en que el país que asistió entre asombrado y escandalizado al espectáculo lo está sufriendo en carnes como una pesadilla propia. Llevamos un mes encerrados. Cuando esto acabe, probablemente habremos cumplido un plazo similar a la duración del programa. ¿Quién se llevará el premio? ¿Consistirá este, sencillamente, en la buena suerte de no perder demasiado sin salir de casa?
Entonces, los 20 millones de pesetas del ganador del reality de Telecinco fueron para Ismael Beiro. Puede que a quien ha acabado por tener una discreta carrera como actor y monologuista apenas lo recuerden más que a la pareja que formaron María José Galera y a Jorge Berrocal. Sobre todo después de aquella frase que ha pasado al vocabulario hispano: “¿Quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza?”.
Para muchos, Berrocal la pronunció con un punto de sobreactuación. Pero también es cierto que no existía por entonces un guionista a quien se le hubiese ocurrido mejor expresión para sacudir a una audiencia que logró entonces el 70% de share y nueve millones de espectadores en sus picos más altos con Mercedes Milá como presentadora.
Cuando Paolo Vasile supo de la prueba que la productora Endemol montó en Holanda, fue a verlo personalmente. El magnate de Mediaset llevaba debidamente conjuntados a Ámsterdam su olfato y su colmillo. El primero, con ese elemento visionario y radical que caracteriza a un hombre en busca de la esencia del medio. Vasile vive obsesionado con crear televisión y nada más que televisión. El segundo, para triturar a la competencia. Ambos elementos combinados le producen el mismo grado de placer.
El romano sabía que con un programa así, en caso de éxito, iniciaría un camino de no retorno hacia otro tipo de lenguaje televisivo: una factoría de imágenes con vida propia que no necesitaba apenas de otros ingredientes ajenos a ella. Ni cine, ni periodismo, ni deporte, casi. Estos pasarían a ser anecdóticos, de relleno.
Así lo ha puesto en práctica desde entonces, creando sus propias criaturas de la nada –bien para famas de 15 minutos o bien para fenómenos como Belén Esteban, que ahí sigue- y encadenando formatos parecidos que se suceden a lo largo del año como temporadas de una serie de ficción.
Sin embargo, más que en los métodos de interpretación de las mejores escuelas, se basan en la espontaneidad y la verdad que deben transmitir sus protagonistas. Debe ser así, tras un esmerado casting al que pueden llegar a optar ahora 60.000 candidatos. Leyes similares y trasladadas de un plató a una casa de extrarradio, un paraíso o un restaurante tanto para GH como en Supervivientes, First Dates o, recientemente, esa nueva bomba por explotar: La isla de las tentaciones.
Con ese recuento, ¿alguien puede negar el efecto fundamental de Gran Hermano como un antes y un después en el medio? Una auténtica marca que creó escuela. A Vasile no le falló ese instinto que le condujo a Holanda. Un día contó en público en el Hay Festival de Segovia por qué: hasta ese momento, la televisión era un contenedor de elementos ajenos. A partir de Gran Hermano creaba uno propio que supondría un patrón para la mayor parte de la programación. De ahí que luego multiplicara los realities salpicando toda la parrilla: mañana, tarde y noche. Un universo propio, ajeno casi al exterior, pero a su vez reflejo del mismo.
Ese universo llevaba consigo todas las distopías y las profecías maléficas incorporadas. Con George Orwell para que les prestara el título de uno de sus personajes creados en 1984, pero también para retratar y mostrar abiertamente una sociología. La prueba es que el temor de sus detractores iba en paralelo a la cantidad de tesis doctorales y ensayos sesudos que generaba. Ha cerrado así un círculo insospechado entre el éxito popular y la curiosidad intelectual permanente. Sin olvidarnos de lo más importante: un negocio redondo para su cadena.
La pesadilla de los críticos se hizo realidad con un éxito abrumador que no ha disminuido en dos décadas. Polémica tras polémica, Gran Hermano ha llegado a un futuro incierto hasta 2020. El episodio del presunto abuso cometido por José María López Pérez contra Carlota Prado en la edición de 2017 sigue en el juzgado de Colmenar Viejo (Madrid), pendiente de juicio. Es la última y duele. ¿Dónde quedan los límites? Una pregunta que se han hecho todos desde el principio. Pues parece que en el propio borde de la naturaleza misma del programa, desarrollada para romperlos y avivar debates permanentes, casi en bucle.
La cadena sigue con la intención de retomarlo a pesar de las críticas que ha sufrido. Así quedaron las cosas en medio de la última edición. Con una polémica de abuso sexual encima de la mesa, en el juzgado y en los medios que les quitó anunciantes a medida que aumentaba paradójicamente su audiencia. Pero con la situación que vivimos ahora todo será distinto y cabe otra duda: un país que ha sufrido un confinamiento colectivo real, ¿hasta qué punto seguirá de la misma forma esa representación de la realidad en la pantalla?