De ‘estudiantes’ a ‘amo y esclavos’: el complejo debate por un lenguaje más inclusivo en la informática

La petición de un cambio de correo electrónico, la revisión de una expresión clásica de los sistemas operativos o el rechazo de un artículo científico muestran cómo la precisión que requieren los ordenadores complica la renovación de algunas palabras

Estudiantes en la biblioteca de la Universidad Carlos III de Madrid.SANTI BURGOS

El pasado mes de febrero, el estudiante de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) Borja Ayuso hizo una petición al vicerrectorado por videollamada: cambiar el dominio del correo electrónico de @alumnos.uc3m.es a @estudiantes.uc3m.es. No era algo sencillo. Según Ayuso, hay 350.000 cuentas con el dominio “@alumnos”, que son los estudiantes actuales más los antiguos que aún conserven la dirección. Fue al despacho en calidad de representante de sus colegas como subdelegado general de la UC3M y delegado de la Escuela Politécnica Superior: “Esta petición tiene un fundamento legal”, dice Ayuso po...

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El pasado mes de febrero, el estudiante de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) Borja Ayuso hizo una petición al vicerrectorado por videollamada: cambiar el dominio del correo electrónico de @alumnos.uc3m.es a @estudiantes.uc3m.es. No era algo sencillo. Según Ayuso, hay 350.000 cuentas con el dominio “@alumnos”, que son los estudiantes actuales más los antiguos que aún conserven la dirección. Fue al despacho en calidad de representante de sus colegas como subdelegado general de la UC3M y delegado de la Escuela Politécnica Superior: “Esta petición tiene un fundamento legal”, dice Ayuso por correo a EL PAÍS. “El estatuto que ampara nuestros derechos como estudiantes, se llama Estatuto del Estudiante, no Estatuto del Alumnx”, añade.

Pero tenía también obviamente un motivo simbólico. “Yo tenía como motivo personal el ser más inclusivo con todas las personas que integran la comunidad UC3M”, explica. La respuesta de la Universidad, que no ha contestado a los mensajes de este periódico sobre este asunto, fue “positiva”, según Ayuso. Pero el cambio no se hará realidad hasta de aquí a más de un año, con suerte. “Lo ideal sería el curso 2022-23 o a muy tardar espero que se haga el 2023-24”, dice Ayuso.

El problema es técnico: no es fácil cambiar sin incurrir en mucho gasto e hipotéticos riesgos de seguridad. “Es inviable por el consumo de recursos económicos y humanos que acarrea, más las consecuencias que puede tener para quienes ya tienen registrada en algún servicio ajeno a la Universidad”, dice Ayuso. La Universidad resolverá por tanto el asunto para los estudiantes que lo pidan mediante un formulario, caso por caso. Pero no irá hacia atrás ni será de aplicación masiva.

El caso de la UC3M es solo un ejemplo de las varias maneras en que la guerra cultural del lenguaje puede afectar terrenos no solo simbólicos, sino también técnicos: cambiar una palabra puede conllevar consecuencias inesperadas en el funcionamiento técnico de una institución con cientos de miles de usuarios. Es igual de significativo pero con una complejidad aparentemente menor cambiar “NIA” por “NIE” (Número de Identificador del “Alumno” por “Estudiante”). O por ejemplo la Delegación de Estudiantes pretende incluir “estudiantado” para evitar trompicones: “Habitualmente el lenguaje inclusivo se asocia con infinitos desdoblamientos, pero no siempre es así, no es necesario decir los/las estudiantes, pudiendo decir el estudiantado”, dice Ayuso. Pero estos cambios suelen limitarse a documentos o informes.

La irrupción del lenguaje inclusivo en ingeniería informática puede provocar debates nuevos porque las consecuencias no son solo simbólicas. Tampoco es que sea algo nuevo. Hace años que se debate sobre términos como “master/slave” (maestro o amo/esclavo), que describen un sistema que controla o se alimenta de otros. Pero las peticiones de cambios están alcanzado líneas que no todos en la comunidad están dispuestos a traspasar. Es algo delicado en un sector donde un nombre preciso para denominar un proceso o aparato es fundamental.

El clásico manual Sistemas operativos modernos de más de mil páginas, coescrito por el profesor Herbert Bos, catedrático en la Universidad Libre de Amsterdam prepara una nueva edición. Este mes de junio, Bos escribió en Twitter que la editorial le había pedido revisar algunos conceptos por “ofensivos”. Entre ellos citaba el caso de “master boot record”, que es una parte de un dispositivo de almacenamiento y en español puede no usar la palabra “maestro” (registro de arranque principal). El profesor pedía consejo sobre qué hacer. El tuit provocó decenas de respuestas. En un correo a EL PAÍS, Bos se explica: “Maestro [o amo]-esclavo es un término sobre el que mucha gente tiene objeciones (aunque es parte de los estándares tecnológicos que describimos), así que está bien que la editorial nos pida reconsiderarlo. Pero otros son simplemente nombres de cosas, como un master boot record y hay varios ejemplos así”.

Aquí es donde empieza la confusión. Una cosa es eliminar “master/slave” como binomio y otra eliminar toda referencia a “master”, que es lo que hizo GitHub, el mayor repositorio de software del mundo y propiedad de Microsoft, en junio de 2020, en pleno movimiento Black Lives Matter. Meses después el debate continúa.

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Esto se mezcla además con la preeminencia del inglés como lengua de la tecnología. En español, todo esto suena aún más raro, según Eva Sánchez Guerrero, ingeniera informática con más de 25 años de experiencia en multinacionales: “En el caso de “master-slave”, estoy de acuerdo en buscar una nomenclatura que indique que uno manda y el resto obedece, como por ejemplo ‘director/actor’, pero en el caso de GitHub, se usa ‘master’ más bien como ‘versión principal’, de la que se sacan todas las copias, como ‘llave maestra’. Aquí la verdad el tema del esclavismo está ‘cogido por los pelos’, como castellanohablante jamás hubiese pensado en ello. Pensaría en maestro, en profesor, en maestría incluso, pero no en ‘amo’. Así que en algunos contextos de acuerdo con el cambio, en otros es pasarse de frenada”, explica.

Estos cambios pueden tener consecuencias reales no solo por la confusión en un sector centrado en la precisión. Mathias Payer, profesor en la Universidad Politécnica Federal de Lausana (Suiza), ha visto como un artículo suyo era rechazado en una conferencia este año por usar “master/slave”. En un correo a EL PAÍS, Payer no se lamenta. “Estos términos están obsoletos”, dice. “La razón por la que lo usamos es que el estándar Bluetooth lo usa. Mientras siga sin cambiarse, solo confundirá al lector si introducimos nombres distintos para conceptos descritos en el estándar”, añade.

La lista negra

Si para el caso del concepto más criticado desde hace años, el estándar aún no ha variado, los problemas pueden acumularse. Payer cree sin embargo que ha llegado la hora para algunos nombres. “El lenguaje evoluciona y, gracias a extensos debates, tenemos mejores palabras para conceptos como ‘master/slave’ o ‘blacklist/whitelist’ [lista negra y blanca]”, añade Payer.

Aquí es donde empieza el frente de batalla. Organismos que aspiran a combatir la exclusión en la profesión informática, por ejemplo la ACM (Asociación de Maquinaria Computacional, por sus siglas en inglés), proponen evitar términos como “abort” (abortar), “average user” (usuario medio, en referencia a personas con menos experiencia y que puede ser peyorativo), “black box” (caja negra, donde ocurren la magia de los algoritmos) o “blind review” (revisión ciega, por los artículos académicos donde la identidad de los autores se oculta).

Pietro Bonanno, ingeniero de software italiano y asesor de la Comisión Europea, cree que los cambios deben ser naturales: “Deben llegar tras un proceso, que permita entender las lecciones del pasado. De otro modo se cambia la palabra, se pierde la historia y el resultado es solo fachada”, dice. Y puede ocurrir como en el caso de GitHub: “Han quitado el término ‘master’ pero luego tienen 10 miembros blancos de los 12 de su dirección. Hace poco discutía en Twitter con alguien que insistía en ‘no usar esas palabras para que así nadie se enfade’, pero lo veo un razonamiento frío, que apunta más a evitar la molestia que a aprender algo”.

Sin ser nada monolítico, el debate parece centrarse en retirar los conceptos claramente ofensivos pero teniendo en cuenta que los problemas reales superan el lenguaje. “La mayoría cree que algunas palabras deben cambiarse”, dice Payer. “Decidir dónde trazar la línea es personal y, hasta cierto punto, cultural. Por ejemplo, generalizando, en EEUU son más partidarios de cambiar mientras que en Asia menos y en Europa algo intermedio”, añade.

Con el debate en marcha, se irán tomando decisiones. El Grupo de Trabajo de Ingeniería de Internet (IETF, en sus siglas en inglés), que es un organismo no vinculante de voluntarios que normaliza estándares, y que no vota sino acepta las decisiones por consenso en reuniones donde los murmullos pueden significar estar en contra, no ha concluido de momento nada.

Mientras, los editores de la próxima edición del manual sobre sistemas operativos le han pedido al profesor Bos que cambie también algunos términos generales, no relacionados con la informática. Bos ponía estos dos ejemplos en Twitter: “tuiteros adolescentes” y “viejo” en el contexto “la idea es vieja, de los años 60”. Preguntado por EL PAÍS no daba más ejemplos porque están “considerándolos caso por caso”. Pero sí apuntaba a otro tipo de dificultades que tienen que ver también con la tradición de este sector. “Piden que exponga por igual las aportaciones históricas de las mujeres y de los hombres. Pero esa petición no es fácil de satisfacer en el mundo de los sistemas operativos, porque lamentablemente ha estado profundamente dominado por los hombres”, dice.

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