La tecnología nos prometió más tiempo libre, ¿hemos sido engañados?
Varios expertos analizan por qué si los avances optimizan procesos y teóricamente nos ayudan a ampliar nuestro ocio, estamos cada vez más saturados y agobiados
En busca de una mayor productividad y ahorro del tiempo hemos diseñado tecnologías cada vez más rápidas y competentes. Así sucedió con la llegada de diversos medios de transporte, la imprenta e internet. No hay detractores de la promesa de hacer más eficientes los procesos para trabajar mejor y menos horas. Pero hoy por hoy, mucha gente se encuentra ante la paradoja de que, según se perfecciona la tecnología, más escaso es el tiempo libre. En otras palabras, ...
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En busca de una mayor productividad y ahorro del tiempo hemos diseñado tecnologías cada vez más rápidas y competentes. Así sucedió con la llegada de diversos medios de transporte, la imprenta e internet. No hay detractores de la promesa de hacer más eficientes los procesos para trabajar mejor y menos horas. Pero hoy por hoy, mucha gente se encuentra ante la paradoja de que, según se perfecciona la tecnología, más escaso es el tiempo libre. En otras palabras, a más Zoom, menos ocio. ¿Hemos sido engañados? Para muchos filósofos, psicólogos e investigadores, la creencia de que las máquinas surgieron para liberarnos del agobio del tiempo es una falsa promesa que conviene desterrar.
“Desde hace mucho tiempo existe la creencia de que el progreso técnico conduce a un aumento de la productividad capaz de hacernos disfrutar de una vida más contemplativa y feliz. Pero, en realidad, ha ocurrido lo contrario”, asegura por correo Jorge Franganillo, investigador y profesor de Información y Documentación de la Universidad de Barcelona. El investigador ha publicado múltiples estudios, entre ellos Gestión de información personal, en los que analiza la paradoja entre tecnología y el ahorro o despilfarro del tiempo a través de diversas herramientas, como el correo electrónico o las redes sociales.
A Franganillo lo respaldan filósofos como el esloveno Slavoj Žižek con su ensayo Pandemia: bienvenidos al desierto viral o el surcoreano Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio, quienes también alertan de una nueva explotación sin autoridad, en la que los usuarios de la tecnología son, a la vez, esclavos y amos. “Nos explotamos voluntaria y apasionadamente creyendo que nos estamos realizando. Lo que nos agota no es una coerción externa, sino el imperativo interior de tener que rendir cada vez más”, explica Han en este artículo de Ideas.
Desde Australia, la doctora Aoife McLouglin y su equipo de investigadores de la James Cook University también han puesto en evidencia el lado menos amigable de la relación entre tecnología y tiempo. Según el estudio conducido por McLouglin, el uso de cualquier tipo de tecnología altera la percepción del tiempo en las personas y las hace creer que disponen de más minutos libres porque utilizan herramientas digitales para desempeñarse laboralmente, aun cuando esto no es del todo cierto. “A la vez que nos puede ayudar a trabajar más rápido, la tecnología también nos hace sentir más presionados por el tiempo. Cuando la velocidad del ritmo de vida aumenta, la sensación subjetiva de tener tiempo libre o disponible disminuye, causando una sensación de estrés dentro del individuo”, precisa la doctora.
Más ocupados que nunca
“En realidad, estamos dominados por la semilla acelerada de la tecnología, que nos ha convertido en seres más ocupados que nunca, forzados a hacerlo todo más deprisa”, explica Franganillo. Y la llegada abrupta del teletrabajo por la pandemia del coronavirus ha servido para comprobarlo. Por ejemplo, el 66% de las empresas españolas aumentaron su productividad durante el tercer trimestre de 2020, una media del 22%, por encima del 18% internacional y solo por detrás de Alemania. Además, un estudio de la consultora McKinsey publicado a finales del año pasado, reveló que en España, Reino Unido, Francia, Alemania, India, Japón, México, China y Estados Unidos, más del 20% de los ocupados —que desempeñan alrededor de 2.000 actividades en 800 trabajos distintos— podría trabajar a distancia entre tres y cinco días por semana con la misma eficiencia que si lo hiciera desde la oficina. Pero esa mayor productividad también ha tenido repercusiones en la salud física y mental.
“Aunque esas herramientas nacieron como una fuente de autonomía y flexibilidad, en realidad intensifican las expectativas de comunicación constante e implicación en el trabajo, y aumentan en consecuencia el estrés”, explica Franganillo. En la misma línea, el psicólogo y experto en tecnoestrés Celestino González-Fernández surgiere, en una conversación a través de Whatsapp, que la hiperconectividad conlleva tecnoadicción, tecnoansiedad y tecnofatiga y que tanta exposición es insostenible para la salud mental. “Esta hiperconectividad llevará en próximos años a disminuir el consumo de la tecnología en muchos casos y sectores de población. No por apartar, demonizar o eliminar las herramientas digitales, pero sí para que sean menos invasivas en nuestras vidas. Buscaremos en mayor medida la desconexión digital”, augura el psicólogo.
A toda prisa
Los expertos sugieren que una de las razones por la que hemos caído en la paradoja entre tecnología y tiempo es el culto a la velocidad. Crece la demanda de un internet más veloz, un sistema operativo del teléfono inteligente más rápido, e incluso en los medios de comunicación, los lectores exigen más noticias, reportajes e investigaciones en menos tiempo. Más, más y más. “Tenemos la creencia de que cuanto más rápido lo hagamos todo más tiempo ganaremos. Y estamos tan sumergidos en esta cultura de la hiperproductividad que resulta difícil detenernos y valorar si la velocidad debería ser la verdadera medida de la innovación”, reflexiona Franganillo.
La sensación de que tenemos menos tiempo para el ocio, las relaciones y el sueño podría ser producto de la cantidad de redes sociales, puntos de conexión y nuevas formas de trabajar que han sido efecto de la tecnología. “Lo que explica la sensación subjetiva de estar tan ocupados no es la cantidad de tiempo de la que disponemos, sino la calidad y el carácter de ese tiempo”, subraya el investigador. La clave está en cómo organizamos el tiempo disponible y en cómo distribuimos temporalmente las actividades cotidianas.
Y como todo, el problema no está en las herramientas o en la tecnología en sí, sino en el uso que estamos dispuestos a darles dentro de nuestras actividades cotidianas, en nuestros círculos sociales y relaciones familiares. “Si nos sentimos sin tiempo y ajetreados no es tanto por los artilugios en sí mismos, sino por las prioridades que establecemos en nuestra vida”, concluye Franganillo.