Un proyecto deACNUR

De sufrir violencia de género a liderar una asociación: las vidas nuevas de las mujeres refugiadas

A través del arte, del teatro o simplemente con la creación de un espacio seguro en el que hacer amigas, estas organizaciones creadas por mujeres que han pasado por lo mismo dan clases de español, les enseñan los derechos del país de acogida o hacen de mediadoras en el médico para combatir el choque cultural

Aminata Soucko, presidenta de Red Aminata, una asociación de Valencia que presta apoyo a refugiadas supervivientes de violencia de género.Kike Taberner

—¿Qué necesidades tienen las refugiadas supervivientes de violencia de género cuando llegan a un país de acogida como España?

—Quiero darle la vuelta a esto. Claro que llegan con necesidades, pero me gustaría que no solo viéramos sus vulnerabilidades: no podemos perpetuar el estereotipo de que son débiles. Quiero resaltar su fortaleza, quiero que las veamos como el motor de cambios en sus comunidades. Mujeres que asumen nuevas funciones, que tienen capacidad de recuperarse, de avanzar, de convertirse en referentes; de liderar asociaciones para atender a otras mujeres que han pasado por su situación.

Eva Menéndez, especialista en temas de género en Acnur España, resalta una y otra vez el papel de estas organizaciones creadas por refugiadas que un día fueron obligadas a casarse o sometidas a la mutilación genital femenina y que hoy suponen el principal apoyo de otras que han pasado por lo mismo. “Ejercen de mediadoras”, resume Menéndez. “No es lo mismo que trabaje contigo una técnico blanca y española a que lo haga alguien de tu comunidad, que ha pasado por ello, que tiene la misma cultura”, explica sin desmerecer la labor que realizan las especialistas en género, pero reconociendo el lugar seguro y único o la red de apoyo que crean estas asociaciones, su flexibilidad a la hora de adaptar sus horarios para que puedan asistir a las clases de idiomas o a los talleres de cerámica o de teatro en los que se sueltan, donde se expresan con sus cuerpos. “Llegan donde no llegamos el resto. Deberían estar en el debate público, trabajar más de cerca con las autoridades”, añade esta trabajadora de Acnur, que financia a algunas de estas organizaciones.

Eva Menéndez, especialista en temas de género en Acnur España.Cedida por Acnur

Acnur promueve la campaña 16 días de activismo en contra de la violencia de género, que comenzó el 25 de noviembre (Día Contra la Violencia de Género) y termina el 10 de diciembre (Día Internacional de los Derechos Humanos) para revitalizar los compromisos y llamar a la acción, con especial foco este año en las asociaciones lideradas por mujeres refugiadas.

Cuesta aportar datos, dice Menéndez, porque muchas mujeres desplazadas que sufren violencia de género no lo comunican, no denuncian. “Se considera una cuestión de la esfera privada en sus países, es un tema tabú”, dice. Acnur realizó no obstante una encuesta a 42.000 mujeres y niñas de 19 países en 2020. El 50% afirmaban haber sufrido violencia de género. Menéndez añade tres datos más: 230 millones de niñas o mujeres han sufrido mutilación genital femenina (MGF), las mujeres desplazadas forzosamente tienen un 20% más de riesgo de sufrir violencia en la pareja y para 2030 va a haber nueve millones de niñas casadas forzosamente. Algunas consiguen librarse de esos matrimonios, como la maliense Aminata Soucko, que vive en Alfafar (Valencia). Tras poner una denuncia y divorciarse (“Fui la primera de mis compatriotas en hacerlo en España”, asegura), desde 2013 ayuda a mujeres llegadas de todas partes de África que han sufrido matrimonio forzoso o MGF a reconstruir sus vidas en España. Así trabajan y así son las herramientas que utilizan las asociaciones Red Aminata, Espacio Rojo y Save a Girl, Save a Generation.

Red Aminata involucra a hombres africanos en las formaciones, “no necesariamente las parejas de las mujeres que acuden a la asociación”, puntualiza Aminata Soucko, su presidenta. Son 24 hombres que, si el taller logra su objetivo, se van a convertir en “promotores de la lucha contra la mutilación”, define esta maliense, que llegó a España con 21 años en 2008 obligada por un matrimonio forzoso. Cada asistente al taller va a sensibilizar a su grupo de amigos, a sus familiares. “El efecto es multiplicador”, añade Aminata. Menéndez, especialista en género de Acnur, destaca la valía de contar con los hombres, de “convertirlos en aliados de las mujeres”, dice, “para que lideren los cambios en sus comunidades”.

Cuenta Soucko que siempre había querido estudiar medicina, pero que las costumbres de su país le cambiaron el destino, la obligaron a casarse. En España ha logrado resarcir aquella decisión. Ha obtenido el título de agente de salud de base comunitaria. Acompaña a las mujeres a los centros de salud, ejerce de mediadora. “El enfoque para las supervivientes de violencia tiene que ser transcultural”, apunta Menéndez de forma técnica. Y de eso se encarga Soucko, de explicar al médico o a la enfermera que el contacto visual directo es una falta de respeto en sus países. Por eso responden en la consulta con la cabeza agachada. Su acompañamiento lo es todo, también ejerce de intérprete.

Soucko tiene incluso que explicar a las mujeres que acuden a la asociación que el maltrato no se puede aceptar. “Está normalizado en sus países”, cuenta Soucko, que en una ocasión que fue a Malí con su hija, su madre estaba preparada para llevarla a una defensora, como se conoce a las mujeres que practican la mutilación. “Le expliqué las consecuencias de esa práctica. Tienen ideas muy equivocadas”, rememora. De la mano de la ONG Farmamundi, lograron traer a España a cuatro defensoras de Malí para sensibilizarlas en contra de la ablación. “La mutilación es un negocio familiar, por eso las formamos en otras actividades, para que puedan generar ingresos de otro modo”, cuenta Soucko, que asegura tener el teléfono disponible las 24 horas. “A algunas de estas mujeres las acojo en mi casa”, dice.

Cuando acuden a Red Aminata lo hacen en busca de alguien que las escuche, que las entienda, que las ayude a pedir cita para solicitar asilo. “Hay mujeres que han escapado de la trata. Otras llegan muy desorientadas. Las hay que piden información y que cuando están preparadas inician el proceso de reconstrucción”, cuenta. Se refiere a la operación que les reconstruye sus genitales. Una vez se han sometido a ello, Soucko las visita en sus casas, hace el seguimiento de la cura, les da apoyo emocional. “Muchas de estas mujeres no han sido del todo conscientes de la violencia que han sufrido. Por eso es tan importante el trabajo de estas asociaciones”, añade Menéndez.

Mientas moldean una pieza de cerámica, están construyendo una relación con una mujer que ha pasado por lo mismo. En Espacio Rojo se hacen amigas, “se crean vínculos sociales que permanecen en el tiempo”, dice Corina Moreira, la artista que lidera los talleres. Enseña a mujeres de Afganistán, Ucrania, Siria, África subsahariana... “De entre 19 y 65 años, así de diverso es el grupo”, afirma esta argentina hija de migrantes gallegos. Algunas de ellas han sufrido violencia de género en sus países; otras, como las afganas, “no pueden expresarse libremente, han tenido que dejar sus carreras para ser maestra, ingeniera o médica”, cuenta la profesora, licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid.

La artista y profesora Carina Moreira, en el centro con un delantal vaquero, en el taller de cerámica que imparte a mujeres refugiadas y solicitantes de asilo en Carabanchel (Madrid).Cedida por Espacio Rojo

Las trabajadoras sociales llaman a Espacio Rojo y mandan allí a las mujeres a las que atienden. “Nosotras no somos especialistas, no somos una entidad de asistencia psicosocial, pero sí ofrecemos espacios seguros para que las mujeres creen vínculos entre ellas a través del arte”, cuenta Moreira.

Han organizado unas jornadas junto con Acnur dentro de lo que se conoce como el proyecto Semilla, una iniciativa de la Agencia de la ONU para los Refugiados junto con el ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones que sirve para reforzar la prevención y darles a conocer sus derechos en su país de acogida, en España, frente a cualquier violencia. “Comparten sus historias unas con otras y aprenden dónde pueden acudir a pedir ayuda, cómo son los protocolos de actuación en caso de violencia...”, explica Moreira. “Cuando escuchamos el relato de estas personas podemos actuar de otra manera”, dice la argentina, que lleva 20 años en Madrid y los desplazamientos le han tocado de cerca por su parte y la de sus padres.

Esas historias se dan a conocer junto con las obras de cerámica ya terminadas en varias exposiciones, como la que se celebró en la escuela de Cerámica de la Moncloa, en Madrid. Algunas mujeres han continuado estudiando cursos de creación o han desarrollado “espacios de emprendimiento propio”, dice Moreira. Se han agrupado para presentar sus creaciones, han vendido las obras en ferias. Han creado una red mayor que la que tenían en la asociación porque han conocido a otras mujeres, otras organizaciones, o personas que se han interesado por ellas de manera individual.

Cuenta Hayat Traspas que las mujeres que llegan a Save a Girl, Save a Generation son jóvenes, madres, sin educación formal, pero con muchas ganas de aprender, de hacer cosas, de abandonar su tradicional rol pasivo. “Hasta entonces, las circunstancias de su vida se lo habían impedido”, dice Traspas, que lidera la ONG junto con su madre. Desde 2007 ofrecen “algo tan simple como información veraz, eso es lo que necesitan para convencerlas de que las prácticas que han sufrido están mal”, cuenta. Muchas han sufrido malos tratos, han sido obligadas a casarse o incluso se les ha practicado la mutilación genital.

Estas violencias en el país de origen o en el tránsito hacia un país de acogida, asegura Menéndez, especialista en temas de género de Acnur, pueden dar derecho al asilo. Traspas coincide con Menéndez en resaltar la fortaleza de estas mujeres, que arrancan de cero en un nuevo país. “A veces es la segunda vez que empiezan de nuevo”, aclara, pues España no es su primer lugar de acogida. En la asociación imparten ahora un taller de teatro que durará hasta mayo, cuando se realice una pequeña representación. “El cuerpo cuenta más que las palabras”, afirma Traspas, y más cuando a estas mujeres les falta el idioma. “El teatro te transforma”, añade.

Save a Girl, Save a Generation también imparte cursos a matronas, enfermeras o profesoras que van a tratar con estas mujeres en presencia de ellas mismas. Existen formaciones de seis horas y talleres de sensibilización de una hora y media. “Se resuelven dudas y les sirve para entender las realidades que atraviesan estas mujeres”, cuenta. “Es mucho más enriquecedor hacer esta actividad con ellas, escuchar un testimonio cara a cara, que buscar la información en internet”, añade. Estas asociaciones son las que propician los intercambios, el papel de mediadoras al que alude Menéndez, la forma de atender las necesidades de estas supervivientes.

CRÉDITOS:

Redacción: Mariano Ahijado
Coordinación editorial: Francis Pachá
Fotografía: Claudio Álvarez y Kike Taberner
Diseño y maquetación: Sonia San José
Coordinación de diseño: Adolfo Domenech

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