Pélicot y la banalidad del mal

El hombre que drogó durante años a su mujer para que decenas de hombres la violasen vivía en un pueblo de la Provenza, un retrato de la normalidad en la que transcurrió el horror. El juicio se ha convertido en un laboratorio de reflexiones

Retrato de Dominique Pélicot durante la audiencia de recordatorio de hechos ante el Tribunal de Aviñón que le juzga.ZZIIGG (REUTERS)

El periódico La Provenza, de la provincia de Vaucluse (Sur de Francia), amaneció el jueves con una portada con las fotos de los 50 acusados en el proceso Pélicot. Las imágenes, con el rostro borroso, pertenecían a los hombres que acudieron a la llamada de Dominique Pélicot durante una década para que violasen a su esposa mientras esta se encontraba sedada en el dormitorio de su casa. El diario acompañaba las fotos con una pequeña biografía de cada uno y un título en...

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El periódico La Provenza, de la provincia de Vaucluse (Sur de Francia), amaneció el jueves con una portada con las fotos de los 50 acusados en el proceso Pélicot. Las imágenes, con el rostro borroso, pertenecían a los hombres que acudieron a la llamada de Dominique Pélicot durante una década para que violasen a su esposa mientras esta se encontraba sedada en el dormitorio de su casa. El diario acompañaba las fotos con una pequeña biografía de cada uno y un título en las páginas interiores de esta suerte de suplemento especial de cinco páginas: “Retratos de la banalidad del mal”. El enunciado emulaba la famosa teoría de la filósofa Hannah Arendt sobre la naturaleza psicológica del nazi Adolf Eichmann, un tipo corriente que ni siquiera era antisemita, pese a convertirse en uno de los organizadores del Holocausto. Y eso, los motivos que pudieron llevar a gente supuestamente normal a esposar el horror con sus actos, son uno de los principales interrogantes de un caso sin demasiado misterio en lo que respecta a las pruebas y la sentencia.

Los perfiles de los 50 acusados —32 en libertad y 18 detenidos— son variados en lo personal y profesional: periodista, obrero, enfermero, jardinero, bombero… Sus vidas, en general, parecen corrientes y adscritas de forma simple al sistema, aunque los años que llevan en la cárcel muchos de ellos hayan oscurecido su aspecto. El juicio ha dado altavoz a la idea de que el monstruo, a menudo, se esconde en la puerta de al lado. También que la mayoría de agresiones se producen en un ámbito doméstico o que las armas utilizadas son, simplemente, el botiquín de casa.

Multitudinaria manifestación en la ciudad de París durante el juicio de Gisèle PelicotFoto: Teresa Suárez | Vídeo: EPV

El monstruo podríamos ser todos, viene a señalar el rumor que emana de las defensas de los acusados. También algunos de los vecinos de Mazan, el bonito y tranquilo pueblo del sur de Francia donde la pareja se había jubilado hacía una década. “Mire, esto no nos representa. No tenemos nada que ver con esa gente”, señala una camarera del bar principal, a pocos metros del aparcamiento de la escuela André Malraux, donde Pélicot obligaba a aparcar discretamente a los hombres que acudían a su casa. Tres de los acusados en el proceso podrían ser de esta localidad. “¿Y qué quiere decir con eso?”, protesta la camarera con razón.

Entrada de Mazan, el pueblo donde se cometieron las violaciones.Manon Cruz (REUTERS/)

Mazan y Aviñón están separados por una carretera de 40 kilómetros que atraviesa frondosos viñedos de la Provenza que miles de turistas visitan cada año. De regreso a la ciudad, un enorme grafiti recién pintado da la bienvenida a los visitantes: “Hola a esos hombres banales capaces de crímenes horribles”, reza la obra. A pocos kilómetros de ahí se encuentra el Palacio de Justicia de Aviñón, donde hasta el próximo diciembre se juzgará un caso extraordinario por los crímenes cometidos y por la falta de dudas sobre su autoría. Vista la cantidad de pruebas, la declaración de culpabilidad de la mayoría de acusados y la descontada condena, lo relevante serán las reflexiones que saldrán de aquí dentro y cómo marcarán la relación de Francia con algunos conceptos en materia sexual como el consentimiento, la sumisión o la educación sexual.

Beatrice Zavarro, abogada curtida en la defensa de agresores sexuales, sale horas antes del tribunal con los papeles bajo el brazo y la toga todavía puesta. Morena, menuda y con unas gafas de pasta color burdeos colocadas como diadema, se ha convertido en uno de los personajes más icónicos del juicio que se celebra estos días en Aviñón. Ella representa al principal acusado, Dominique Pélicot. Su papel, de enorme complejidad moral y emocional, es fundamental en un proceso que tiene perdido. Aceptó el caso porque le parecía “muy interesante en el plano humano y de personalidad”.

La idea de Zavarro —o al menos su opinión sobre el acusado— es que es inútil evocar la “banalidad del mal” al tratarse de un concepto moral. “La moral no es la justicia. Y no estamos aquí para juzgar cuestiones morales, sino hechos, infracciones penales. Y en todo caso, tampoco es una cuestión de la banalidad del mal. De lo contrario, este hombre tendría en su expediente trazos de otras condenas. Y solo tiene una en 2010, cuando filmó por debajo de algunas faldas”, señala. Algo que no es del todo exacto, porque aunque no está imputado todavía, el ADN de Pélicot le implica en otras dos violaciones que el juez de instrucción investiga ahora. Dos agentes inmobiliarias —la misma profesión que él— que fueron violadas después de ser adormecidas con éter.

Beatrice Zavarro, abogada de Dominique Pélicot, habla con la prensa en el juzgado de Aviñón, el 9 de septiembre.Manon Cruz (REUTERS)

“Se puede hacer algo monstruoso sin ser un monstruo”

La idea que defiende Zavarro transformaría a Pélicot, presunto autor intelectual de más de 50 violaciones, en un espejo para la sociedad. “Somos todos capaces de hacer cosas horribles”, señala la letrada. “No hay predicciones sobre lo que puede o no llegar a cometer un individuo. Lo vemos con los niños también. Puede haber conductas que no son el reflejo de nuestra personalidad”. Zavarro explica que no espera nada concreto de la sentencia, porque su cliente y ella saben que será condenado. “Voy a intentar que llegue un mensaje según el cual el hombre a quien yo defiendo no es un monstruo. Lo que ha hecho es monstruoso, incontestable, y no voy a minimizar su responsabilidad. Simplemente digo que se puede hacer algo monstruoso sin ser un monstruo. Él construyó una familia, tuvo una esposa a quien amaba y ella le amaba a él, tuvo tres hijos que cada uno tiene una posición. Su vida era normal y cotidiana. Y al lado de eso, había una parte más oscura, en la sombra, por la que él está ahora sentado en el banquillo”.

Los abogados de Gisèle Pélicot, también la propia víctima y su familia, saben que el final del juicio está en gran medida escrito. “Mis clientes solo esperan avanzar en la comprensión sobre quién era este hombre que les educó, o con el que compartieron la vida 50 años, porque un día descubrieron que no le conocían. Quieren saber quién era el hombre con el que compartían las vacaciones, que les educó, que los llevaba al colegio… Para sus hijos, en los cuarenta, es importante saberlo ahora porque la columna vertebral de su vida se derrumbó y necesitan comprender muchas cosas”, apunta el letrado Antoine Camus.

Para el abogado, sigue habiendo muchas lagunas en el caso. “¿Todo esto empezó en 2011, cuando lo descubre la policía, o llevaba años haciéndolo? ¿Solo utilizaba Temesta para drogarla? ¿Ponía en peligro de muerte a su mujer dándole 10 pastillas de 2,5 miligramos que podían matarla? La realidad de los hechos es que ya no esperan nada más que eso, porque han entendido que Pélicot era la duplicidad hecha hombre”.

Manifestación en apoyo a Gisèle Pélicot, el sábado en París. Teresa Suárez (EFE)

Los psiquiatras, más que a la caricatura del monstruo o la idea moral del mal, atribuyen el comportamiento de Pélicot al denominado clivaje. Un fenómeno de autodefensa que se desarrolla en los primeros años de vida para protegerse de una fuerte ansiedad generada por la distorsión entre la imagen que querríamos mandar a los demás y lo que somos realmente. “Y ese mecanismo de protección de uno mismo, explica que ese hombre tuviera una cara A y una cara B. Y que a su familia solo mostrase la A, incluida a su esposa, que tuvo que dormirla para que no la viera. Para la familia sería mucho más fácil si ese hombre hubiera sido un mal padre, pegase a sus hijos, hubiera sido un marido desinteresado… Pero no, era un gran padre, un vecino formidable y su esposa le adoraba. Se cayeron todos de un piso 36″.

Gisèle Pélicot —sigue manteniendo el apellido adoptado al casarse con Dominique— se ha convertido en las últimas semanas en un símbolo de la lucha feminista. Su rostro aparece en centenares de fotomontajes del activismo contra los abusos sexuales. Este sábado, en todo el país, hay convocadas diversas marchas en apoyo a la víctima, que decidió que el proceso fuera público para que la prensa tuviera acceso a todos los testimonios. “Este caso será un antes y un después”, señalaba Elsa Labouret, portavoz de la asociación Osez le feminisme, a este periódico. Su abogado matiza la cuestión y señala que ella no busca convertir este juicio en “un proceso contra los hombres, ni sobre la toxicidad de la sexualidad masculina”. “No es en absoluto lo que ella dice. No puede impedir a nadie que piense o lo asuma como quiera. Pero no busca que esto sea una oposición de sexos, al contrario, quiere que esto sea un diálogo y que se cuente la realidad de lo que es una violación con toda su crudeza. No es una oposición, es una conversación”.

Pélicot, de momento, sigue enfermo. Se espera que, después de suspender dos días su declaración, pueda presentarse en el juzgado este lunes y comience a aportar todas estas respuestas.

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