Un paso atrás, dos adelante: el avance de los derechos LGTBI en la antigua Yugoslavia
El activismo y las perspectivas de ingreso en la UE impulsan logros como marchas del Orgullo en todas las capitales o leyes de parejas de hecho del mismo sexo
Mientras la Comisión Europea abría expedientes a dos países de la UE, Polonia y Hungría, por violar derechos fundamentales de la comunidad LGTBI, pocos cientos de kilómetros más al sur, dos mujeres formaban la primera pareja de hecho en Montenegro entre personas del mismo sexo. La ceremonia, en la ciudad costera de Budva, se pudo celebrar gracias a una ley de 2020 ―pionera en la parte de los Balcanes que no pertenece a la UE― que ...
Mientras la Comisión Europea abría expedientes a dos países de la UE, Polonia y Hungría, por violar derechos fundamentales de la comunidad LGTBI, pocos cientos de kilómetros más al sur, dos mujeres formaban la primera pareja de hecho en Montenegro entre personas del mismo sexo. La ceremonia, en la ciudad costera de Budva, se pudo celebrar gracias a una ley de 2020 ―pionera en la parte de los Balcanes que no pertenece a la UE― que otorga a estas uniones civiles los mismos derechos que un matrimonio, salvo en lo referente a adopción y acogida. El camino no fue precisamente de rosas: el texto fue aprobado con solo tres votos de diferencia y tras dos intentos fallidos (2014 y 2019). Pero su existencia no es una anécdota protagonizada por un pequeño y joven país de menos de 630.000 habitantes, sino el reflejo más reciente y destacado del costoso ―pero decidido― avance de los derechos LGTBI en los últimos años en los países que formaban Yugoslavia.
Sin la atención informativa que recibe la intolerancia de Polonia y Hungría y dando un paso atrás por cada dos adelante, la región ha abierto discretamente una grieta en la tendencia a dividir Europa en dos mitades en este asunto: una occidental en la que Italia ha quedado como único país sin matrimonio gay (tras aprobarlo Suiza en referéndum el año pasado); y una oriental, menos transigente y asociada últimamente a iniciativas como las famosas “zonas libres de LGTBI” en Polonia.
Marchas del Orgullo en todas las capitales desde que se sumó Sarajevo en 2019; luz verde judicial a una pareja gay en Croacia para adoptar; una primera ministra abiertamente lesbiana en Serbia desde 2017, Ana Brnabic; primera sentencia en Bosnia, hace dos meses, que reconoce discriminación por orientación sexual... la antigua Yugoslavia ha adelantado ampliamente a otros países de los Balcanes. Rumania y Bulgaria, que están en la UE, obtienen un pobre 18% en el mapa de 2022 de libertades LGTBI+ publicado el pasado mayo por ILGA-Europe, la organización paraguas de decenas de ONG que las defienden. Un porcentaje lejos del 63% de Montenegro (un punto más que España), el 45% de Croacia o el 42% de Eslovenia, los tres países que permiten parejas de hecho gais.
“Indudablemente, la región está avanzando, pero el ritmo es muy lento. Se tarda una década en completar cosas bastante simples. Por ejemplo, en tener leyes contra la discriminación en todos los países. Las marchas del Orgullo son ahora una realidad, pero tras muchos años de lucha e intentos”, explica por correo electrónico Goran Miletic, director para Europa, Oriente Medio y Norte de África de la organización de derechos humanos Civil Rights Defenders. “Estamos yendo hacia el matrimonio igualitario, pero esa lucha probablemente durará una o dos décadas, excepto en Croacia, Eslovenia y Montenegro. Desafortunadamente, las fuerzas homófobas son fuertes”, añade.
Uno de los motores de este cambio en la región, donde el rechazo social a la diversidad sexual está relativamente extendido y las autoridades religiosas (católicas, cristianas ortodoxas o musulmanas) mantienen bastante influencia, es el creciente activismo de grupos de la sociedad civil que antes se veían resignados a un perfil más bajo. “Eslovenia y Croacia tienen movimientos LGTBI bien organizados que datan de los ochenta [entonces en el marco de la Yugoslavia socialista], mientras que en Bosnia, Kosovo y Macedonia del Norte no son particularmente fuertes y dependen de financiación sobre todo de la UE”, explica desde Zagreb por teléfono Franko Dota, historiador especializado en los movimientos LGBTI y activista queer. Aunque en la época de Tito la homosexualidad era ilegal (hasta que en 1977 se despenalizó en parte de Yugoslavia), estaba menos perseguida que en otros países europeos de la época. Además, agrega, la posibilidad que tenían sus habitantes de desplazarse sin trabas ―a diferencia de los ciudadanos de los países del Pacto de Varsovia― permitía a algunos gais viajar a ciudades más tolerantes, como Ámsterdam.
También ha sido fundamental en este proceso el esfuerzo de los países de la antigua Yugoslavia que aspiran a entrar en la UE (Eslovenia ya lo hizo en 2004 y Croacia, en 2013) por “hacer buena letra” y adaptar sus legislaciones. Serbia y Montenegro están en negociaciones, aunque poco avanzadas; Macedonia del Norte y Albania recibieron luz verde en 2020, pero su inicio está paralizado; y Bosnia y Kosovo ―parcialmente reconocido como Estado― solo tienen el estatus de candidatos potenciales. El propio Dusko Markovic, entonces primer ministro de Montenegro, mencionó “los procesos de integración” a la UE y la OTAN entre los motivos por los que la ley de uniones civiles era un “gran paso”.
Precisamente, uno de los riesgos señalados por los activistas es que la adopción de medidas más como guiño a Bruselas que por convencimiento se ralentice ante el escaso entusiasmo que genera en algunas capitales de los Veintisiete la ampliación de la familia comunitaria. “La presión a los Estados desde arriba, como la internacional, y desde abajo, como en la unidad fuerte de la sociedad civil, ha puesto a los Estados en la posición de tener que pensar sobre estos temas y tratar de resolverlos. De momento parece que lo hacen por estética, sin intención real de mejorar la situación de las personas LGTBI”, señala por correo electrónico Nikola Planojevic, codirector ejecutivo de la organización Da Se Zna! (¡Que se sepa!), con sede en Belgrado. “Los avances legales han sido instrumentalizados por los poderes políticos, que usan la aprobación de leyes ―o que parezca que están trabajando en ellas― para enviar mensajes a la comunidad internacional de que están realmente mejorando y alineándose con los estándares europeos o de los derechos humanos internacionales”, agrega Planojevic tras señalar una paradoja: la ley montenegrina de parejas de hecho o el nombramiento de Ana Brnabic son, a su juicio, “claros ejemplos de pinkwashing” [utilizar lo gay para mostrarse como tolerante sin serlo], pero a la vez “allanan el camino para que la comunidad LGTBI defienda un cambio real y para aumentar la visibilidad de los problemas que afrontamos”.
La brecha
Otro de los asuntos por los que no es oro todo lo que reluce en los avances de la antigua Yugoslavia es la notable brecha que a menudo separa las decisiones políticas de la realidad sociológica. “Un gran porcentaje de ciudadanos aún considera que la homosexualidad no es normal, que es una moda que viene de Occidente. La violencia y discriminación contra la comunidad LGTBI son aún un problema clave y el uso de violencia física o verbal, especialmente en escuelas y calles, está a menudo totalmente aceptado en algunas comunidades”, lamenta Miletic.
Por ejemplo, en la primera marcha del Orgullo en Montenegro, en Budva en 2014, unas 500 personas gritaron “muerte a los gais” y lanzaron piedras y botellas a los poco más de cien participantes. Hubo 20 heridos. En los días previos, aparecieron esquelas falsas del líder del colectivo que la organizaba y 2.000 personas de la localidad firmaron una petición contra su celebración.
Tanto ese mismo año como en 2008, islamistas radicales y hooligans atacaron festivals gais en Sarajevo. Belgrado vivió además una batalla campal en 2010 ―con más de cien heridos y otros tantos arrestados― entre la policía y quienes trataban de reventar la primera marcha del Orgullo que se atrevía a celebrar la ciudad desde 2001, año en que también fue atacada.
En estos años, algunas victorias han ido acompañadas de derrotas. Croacia enmendó la Constitución en 2013 para incluir que el matrimonio solo puede ser “entre un hombre y una mujer”, tras un referéndum en el que ganó el sí con un 65%. La retrógada decisión motivó en cambio la necesidad de regular las parejas de hecho del mismo sexo y abrió la puerta a una batalla legal de cinco años por la que Ivo Segota and Mladen Kozic se convirtieron en 2020 en la primera pareja gay en acoger un niño. En abril de 2021, la justicia reconoció además su derecho a adoptar. “Desde el referéndum ha aumentado lo que se habla de asuntos LGTBI y el apoyo de la población en general. No digo que esté al nivel de Europa Occidental, pero es cada vez más progresista”, explicaba el año pasado en Zagreb a este periódico Daniel Martinovic, presidente de Dugine obitelji (Familias arcoíris) en Croacia. “El riesgo ahora”, advierte el historiador Dota, “es que los Gobiernos conservadores de la zona digan: ‘Los socialdemócratas ya les dieron la pareja de hecho, así que el problema está resuelto”.
Otro ejemplo es Macedonia del Norte. A raíz de una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el Gobierno redactó hace un año una propuesta de ley para facilitar a las personas transexuales cambiar de género. El pasado marzo la retiró abruptamente. Es el mismo país en el que un 87% de las parejas del mismo sexo evita siempre o a menudo ir de la mano en público, según un sondeo de 2019 de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE.
O Serbia, donde el Gobierno prepara una ley de parejas de hecho gais y su ministra de Derechos Humanos, Minorías y Diálogo Social, Gordana Comic, lanzó a los críticos un certero “si no te gustan las uniones del mismo sexo, no estés en una”, pero el presidente, Aleksandar Vucic, ha recurrido a una justificación confusa para anunciar que no la firmará. El año pasado llamó además a consultas a su embajador en Polonia tras firmar una carta de apoyo a la comunidad LGTBI local. Su nombramiento de una primera ministra abiertamente lesbiana colocó a Serbia en 2017 a la vanguardia, no ya de los Balcanes, sino del mundo, pero Brnabic es considerada sobre todo una fachada tecnocrática y liberal del presidente, el verdadero poder. Allí, un 57% de la población aún considera la homosexualidad una enfermedad, según una encuesta de 2020 de la organización de derechos humanos Civil Rights Defenders.