¿Quién manda en la iglesia católica?
El peso de la historia explica que el poder está muy repartido y nunca tiene un foco claro: el papa, la curia, y los obispos
¿Quién manda en la Iglesia católica? La pregunta es clara y casi todos responden que manda el Papa, una autoridad moral única en el mundo en una institución que tiene casi dos mil años. Pero la Iglesia está hoy en crisis profunda, debida sobre todo al escándalo de los abusos sexuales a menores y mujeres, religiosas incluidas, cometidos por miembros del clero en varios países durante décadas y que aún continúan. Este vergonzoso drama ...
¿Quién manda en la Iglesia católica? La pregunta es clara y casi todos responden que manda el Papa, una autoridad moral única en el mundo en una institución que tiene casi dos mil años. Pero la Iglesia está hoy en crisis profunda, debida sobre todo al escándalo de los abusos sexuales a menores y mujeres, religiosas incluidas, cometidos por miembros del clero en varios países durante décadas y que aún continúan. Este vergonzoso drama lo han afrontado los dos últimos papas, con resultados escasos. Pero, ¿por qué dos figuras como Ratzinger y Bergoglio, personalidades muy diferentes, pero influyentes y escuchadas, no han podido cambiar esta situación? ¿Por qué tantas veces sus órdenes o regulaciones no han sido escuchadas o acatadas? Las razones son muchas, pero entre ellas destaca la cuestión de la autoridad, que en la historia del cristianismo siempre ha sido central.
Jesús en su predicación revolucionaria describe la autoridad como un servicio y elige a 12 apóstoles (en griego, “enviados”), pero a lo largo de los siglos la autoridad en la Iglesia varía mucho. Cuando las comunidades cristianas, ya separadas del judaísmo, empiezan a organizarse, se afirman dos modelos: la autoridad colegial de los “ancianos” (los presbíteros), y desde la primera mitad del siglo II, el episcopado monárquico, basado en la sucesión de los apóstoles. En la comunidad cristiana de Roma el modelo monárquico se impone con el africano Víctor, obispo del 189 al 198, aunque se conocen los nombres de una docena de sus predecesores, considerados sucesores de san Pedro, el primero de los apóstoles, enterrado en el Vaticano.
La memoria de Pedro, su sucesión y la importancia de la capital del imperio explican el papel especial que asume pronto la Iglesia de Roma y que es reconocido progresivamente por las demás comunidades: son los primeros pasos del primado romano, inicialmente honorífico, luego más efectivo pero nunca absoluto. En las diócesis de hecho la autoridad la tienen los obispos, considerados sucesores de los apóstoles y, por lo tanto, todos investidos de autoridad “apostólica”.
A partir del siglo IV, con la cristianización oficial del imperio, en oriente el poder en la Iglesia ejercido por los obispos es condicionado por los soberanos, como mucho más tarde ocurrirá en la ortodoxia rusa. En Italia y en Europa occidental el nacimiento de los reinos bárbaros, el declive de la presencia bizantina y grandes papas como León Magno y Gregorio Magno favorecen el desarrollo del poder papal. A partir del siglo VIII, el pontífice llega a ser también soberano de un Estado en el corazón de Italia central que durará diez siglos. Reconocido como la cabeza de la Iglesia en occidente, el Papa tiene, sin embargo, que enfrentarse con el poder del Imperio Germánico y luego de los Estados nacionales.
La autoridad de los obispos se mantiene fundamental y efectiva en la Edad Media, negada por los protestantes pero conservada en la tradición anglicana. Su poder es muy alto. A su vez el papado, fortalecido por el concilio de Trento, concluido en 1563, trata de mantener el control sobre los obispos y se enfrenta con los soberanos de los Estados católicos como España, Portugal, Francia, Austria, pero también con los intentos autonómicos de los diferentes episcopados. Vicisitudes que explican las dificultades que tienen los papas para imponer su autoridad, también en asuntos urgentes como los abusos a menores.
En 1870, con el concilio Vaticano I y el derrumbe del estado papal, el primado romano alcanza su zenit. Pero ya en 1875 los obispos alemanes afirman, en polémica con el estado prusiano, que el reconocimiento de la autoridad pontificia no los reduce a “meros funcionarios del Papa”, y el mismo Pío IX apoya esta interpretación moderada de las afirmaciones conciliares.
Finalmente el concilio Vaticano II (1962-1965) desarrolla el papel del obispo y la dimensión colegial del episcopado. Esto se expresa en reuniones como los sínodos locales, o en nuevos organismos como las conferencias episcopales, que actúan eficazmente sólo si alcanzan la unanimidad. Además, desde la Edad Media el Papa ejerce su poder a través de la curia romana, reformada varias veces pero siempre objeto de críticas.
El peso de la historia explica que el poder esté muy repartido en la Iglesia y nunca tiene un foco claro: el Papa, la curia, y los obispos (alrededor de 5.000). Se entiende entonces la continua necesidad de reformas. Urgente es cambiar el ejercicio del primado romano, para convencer más que mandar, para recuperar el control también en asuntos como los abusos a menores, donde a veces tienen más poder los obispos que los propios órganos de investigación o el Pontífice. Porque desde la edad de Gregorio Magno el título más expresivo del papa es “siervo de los siervos de Dios”, obispo de una Iglesia “que preside la caridad”, como subrayaba Ignacio de Antioquía ya a principios del siglo II.
Giovanni Maria Vian es experto en historia de la Iglesia y exdirector de L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano.