El fracaso de la aplicación Radar Covid: registra menos del 2% de los positivos
Un estudio muestra que tiene potencial para ser útil: su rastreo medio puede ser el doble que con humanos
La aplicación Radar Covid ha fracasado en su tarea de convertirse en una herramienta útil contra la epidemia del coronavirus en España. Tras cinco meses desde su lanzamiento solo se han registrado en la app 42.000 positivos, menos de los notificados algunos días de la tercera ola, escasamente un 2% de los diagnósticos que se han producido desde entonces. Pese a que un ...
La aplicación Radar Covid ha fracasado en su tarea de convertirse en una herramienta útil contra la epidemia del coronavirus en España. Tras cinco meses desde su lanzamiento solo se han registrado en la app 42.000 positivos, menos de los notificados algunos días de la tercera ola, escasamente un 2% de los diagnósticos que se han producido desde entonces. Pese a que un estudio publicado esta semana mostraba que tiene potencial para multiplicar el rastreo —en una prueba piloto se identificaron a seis contactos de cada positivo, el doble de la media con rastreadores humanos—, en la vida real está siendo de escasa utilidad por su falta de uso, la insuficiente comunicación de las autoridades y la escasa implicación de las comunidades autónomas, que este jueves han recibido el primer informe sobre su utilización en el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud.
El funcionamiento de la aplicación es simple. Está disponible tanto para las plataformas Android como Apple y los teléfonos de los usuarios van registrando automáticamente mediante bluetooth todos los contactos con los que pasan más de 15 minutos a menos de dos metros. Cuando alguien da positivo por coronavirus, con el diagnóstico le deberían facilitar un código que, al introducirlo en la app, debe avisar a todos los contactos que ha tenido en los días previos al diagnóstico.
El primer obstáculo es que solo 6,8 millones de personas han descargado la aplicación y no se sabe qué número de ellas la tiene activa y la utiliza (para ello simplemente hay que dejar conectado el bluetooth, pero si se desconecta, no funciona). Incluso si los 6,8 millones de personas la usaran, esto supone menos de un 15% de la población. El Gobierno ha insistido en que era necesario al menos un 20% para que fuera eficaz.
Pero aquí llega un segundo problema, incluso para quienes la usan. Desde que se puso en marcha, el pasado 19 de agosto, las comunidades autónomas solo han pedido 471.566 códigos, mientras que ha habido casi 2,3 millones de positivos, según datos de la Secretaría de Estado de Digitalización que se han comunicado en la reunión de este jueves. Es decir, las comunidades solo están facilitando la posibilidad de dar de alta su caso en la aplicación a uno de cada cinco diagnosticados. Aunque todas están incorporadas, solo siete están aportando un número significativo de códigos con respecto a sus casos: Cantabria, Galicia, País Vasco, Asturias, Castilla y León, Castilla-La Mancha y Madrid. Todas las demás reportan menos del 7%. Andalucía, Extremadura, Murcia y Comunidad Valenciana no llegan al 1%.
El estudio que mostraba el potencial de esta herramienta fue publicado esta semana en la revista Nature con la prueba piloto que se hizo en la Gomera antes de ponerla en marcha en el resto de España. En un entorno controlado, con mucha comunicación, los autores calculan, desde un punto de vista conservador, que se la descargó un 33% de los habitantes de la isla. Lucas Lacasa, uno de los autores del estudio, señala que en el estudio han observado que, de media, cada vez que un ciudadano introdujo un código, ese teléfono alertó a 6,3 contactos. “La media de contactos rastreados manualmente está en torno a tres, la mitad. Pero el beneficio es potencialmente mucho mayor. Todos sabemos que cuando hay un brote en una región, los rastreadores no dan abasto, con lo que a efectos reales, en mitad de un brote el número de contactos rastreados manualmente por cada infectado es probablemente mucho menor que tres. Básicamente hay mucha gente a la que no llama nadie, luego el rastreo manual casi se reduce a cero. La app por contra seguirá localizando de forma automática esos 6,3 contactos estrechos, siempre que la gente se haya descargado la aplicación”, argumenta.
¿Por qué ha fracasado, entonces? “Primero, el Gobierno no ha ido con todo. Posiblemente la razón es porque las competencias de sanidad están transferidas. Tanto Sanidad como Salud Pública han tenido, en mi modesta opinión, un empuje suave. No he notado demasiada implicación, lo cual es sorprendente y decepcionante. Peor aún peor ha sido, a mi juicio, la implicación de cada comunidad”, responde Lacasa, que contrapone el ejemplo del Reino Unido, donde el sistema público de salud mandó mensajes a todos los ciudadanos pidiendo que se descargasen la aplicación. Allí hubo más de 12 millones de descargas en una semana, mientras España no llega a los siete millones en cinco meses. “¿No pueden las comunidades pedirles a sus ciudadanos que se descarguen la aplicación, al estilo del Reino Unido? Teniendo en cuenta que varios ni siquiera reparten códigos... pues imagínate”, ironiza. En los informes de la Secretaría de Estado de Digitalización, que los publicará periódicamente desde el viernes, no figura cuántos contactos han sido localizados, algo que deberían gestionar las comunidades.
Lo cierto es prácticamente no hay estudios que muestren el éxito de alguna de estas aplicaciones en escenarios reales. No es un fracaso exclusivamente español. Martin McKee, profesor de la London School of Hygiene and Tropical Medicine, es escéptico con esta herramienta. “Las apps pueden ser útiles para controlar la prevalencia de síntomas, pero para el rastreo son necesarios detalles de cómo interaccionas con otros y en qué circunstancias. Por ejemplo, el riesgo de contagio es mucho mayor en interiores que en exteriores, algo que la aplicación no registra”, argumenta. Algunos países, como Corea del Sur, Singapur y China sí han tenido un uso intensivo de las aplicaciones móviles que les han ayudado a luchar contra el virus, pero, como sugiere Mckee, no solo con ella, sino también con una intensiva vigilancia en el uso del teléfono, la tarjeta de crédito y otras fuentes de información, apoyada por equipos de rastreo que utilizaban todos estos datos y buscaban más detalles si eran necesarios.
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