Así trabaja una unidad policial especializada en violencia de género
La unidad GAMA de la Policía Local de Valencia ha protegido desde su creación a 10.000 mujeres
Ariadna (nombre ficticio), de 40 años y con dos hijos, quiere recuperar su vida. ”Quiero tranquilidad, estar con mi hija, salir con mis amigas y volver al trabajo”, asegura esta mujer llegada a España hace más de una década. Su expareja, al que denunció después de dos años de maltrato psicológico y físico, ha quebrantado siete veces la orden de alejamiento judicial y ha sido detenido cuatro veces por ello. Lo echó de su casa dos días antes de que se decretara el confinamiento porque su vida en común se había convertido en un infierno por su carácter controlador y violento. “Veo todas las cosas...
Ariadna (nombre ficticio), de 40 años y con dos hijos, quiere recuperar su vida. ”Quiero tranquilidad, estar con mi hija, salir con mis amigas y volver al trabajo”, asegura esta mujer llegada a España hace más de una década. Su expareja, al que denunció después de dos años de maltrato psicológico y físico, ha quebrantado siete veces la orden de alejamiento judicial y ha sido detenido cuatro veces por ello. Lo echó de su casa dos días antes de que se decretara el confinamiento porque su vida en común se había convertido en un infierno por su carácter controlador y violento. “Veo todas las cosas que he perdido y a veces siento que no valgo nada”, reconoce con un nudo en la garganta. Ella es una de las 646 mujeres protegidas por el Grupo de Atención a los Malos Tratos (GAMA) de la Policía Local de Valencia, una unidad creada en 2003 que ha velado desde entonces por 10.000 víctimas de la violencia de género.
Nada más decretarse la orden de alejamiento para su expareja ―primero fue de 300 metros y luego se amplió a 500 porque reincidía―, Óscar, el agente protector de GAMA asignado a Ariadna, se puso en contacto con ella para darle un teléfono y decirle que confiara. “Desde entonces tengo a una persona con la que comunicarme cuando me pasa algo. Si hubiera sabido que iba a ser así no habría esperado dos años”, confiesa Ariadna. “Hay víctimas que no tienen la capacidad para confiar desde el primer momento en los agentes de protección y es lógico, porque vienen de situaciones emocionales complicadas y muy vulnerables. Con Ariadna ha sido fácil porque ha colaborado desde el primer día. La protección está siendo dura, costosa, porque ella está sufriendo emocionalmente mucho más de lo que nos gustaría, pero desde el punto de vista de la seguridad es efectiva”, explica el agente.
“Era celoso, estaba todo el día con dónde vas, de dónde vienes, con quién hablas; me miraba el teléfono y no me dejaba salir con mis amigas”, relata de sus dos años de convivencia con su agresor, durante los que ella mantuvo la casa gracias a su empleo. No se atrevía a denunciar porque temía que su antigua pareja y padre de sus dos hijos aprovechase este hecho para quitarle a su pequeña de siete años. Pero las vejaciones se intensificaban. Un día le tiró un cruasán a la cabeza, delante de su hija, porque Ariadna tenía prisa y no le dio un beso al salir de casa. Calló porque la menor estaba delante. Él la llamó luego y le pidió perdón y ella aguantó. Otro día la cogió en el baño del pelo durante una discusión pero luego pasaron cosas más graves en la intimidad.
Los ataques no cesaban pese a sus declaraciones de arrepentimiento, y al final terminó con él el pasado 12 de marzo. “Menos mal que fue antes del confinamiento porque no sé que hubiera pasado si no lo hago entonces”, admite. Durante todo este tiempo, la unidad contra los malos tratos ha pautado vigilancias policiales, que prestan las patrullas del distrito. Se dan batidas a ver si localizan al agresor y a la mujer se la acompaña cuando tiene que ir a los tribunales o a solicitar algún recurso social, pues está de baja por depresión y necesita apoyo económico.
Durante el confinamiento entraron entre 36 y 38 nuevas órdenes de protección al mes en este grupo contra los malos tratos, cuando antes la media aproximada era de 45 o 46. A partir de junio, con la desescalada, comenzaron a subir. “La conclusión de todo esto es que, a pesar de que otros delitos disminuyeron durante el confinamiento, aquí aún había mujeres que se atrevían a salir de sus casas a denunciar, aunque no en el volumen habitual”, asegura la comisaria Estefanía Navarrete, directora operativa de GAMA. El agresor, sea director de una empresa o un empleado con baja remuneración, tiene en común su machismo. “Tienen roles de género muy totalizadores, que impiden la diversidad o que la mujer se pueda desarrollar con normalidad y en plena libertad. Ese tipo de educación no les hace más fuertes, sino infelices en su vida relacional”, reflexiona la comisaria. Luego está la doble, triple y, a veces, hasta la cuádruple victimización de las mujeres, si además de agredidas son extranjeras, sin recursos o un largo etcétera de condicionantes.
El grupo dio un salto cualitativo en 2016, cuando se convirtió en una unidad con policías especializados y dedicados en exclusiva a la protección de las víctimas de maltrato. Los y las agentes comenzaron a ir de paisano y con vehículos camuflados para dar mayor intimidad a las víctimas y así evitar la victimización secundaria, cuando las denunciantes se enfrentan a reiterados interrogatorios policiales y judiciales o deben enfrentarse a su agresor en el juicio oral, algo que traumatiza a la víctima. Ahora son 23 agentes especializados, que acceden de forma voluntaria y con formación en violencia estructural, violencia invisible, menores y procesos penales.
El protocolo de actuación de GAMA está claro. “Evitar la victimización secundaria de las mujeres es lo más importante, que se sientan apoyadas y oídas, y que el o la policía que actúe en primera intervención no la juzgue sino que la escuche de una forma empática, y que vele por su seguridad y la de sus hijos e hijas desde el primer momento”, enfatiza Navarrete. La confianza que se gana en la primera intervención es ya la confianza que tendrá en adelante la mujer en el sistema policial. “Por eso nos parecía muy importante dar un paso más y crear el germen de agentes GAMA de intervención. Queremos especializar todas las fases del contacto con la víctima”, afirma.
Durante el estado de alarma, agrega la responsable, “la unidad no ha dejado de trabajar las 24 horas para proteger a las víctimas, y también ha vigilado estrechamente la situación de vulnerabilidad de cada una de ellas porque había algunas que habían perdido el empleo y tenían la nevera vacía. Son situaciones que nos han hecho estar más cerca de ellas desde el punto de vista emocional. Por eso cuidar al cuidador es algo que nos queremos plantear el año que viene, que los agentes trabajen todas esas emociones que viven cada día de los demás y que, inevitablemente, se llevan todos los días a sus casas, algunas muy fuertes, muy duras, con menores por medio”, remacha.
De marzo a junio se han dado, sobre todo, quebrantamientos de órdenes de comunicación más que de acercamiento del agresor, y también amenazas, porque muchos pedían volver porque no tenían un lugar donde vivir. “Somos muy perseverantes, cuando vemos un peligro real en un agresor, estamos detrás y lo detenemos cuantas veces haga falta, si quebranta. Es un dato relevante. También hemos redoblado las visitas a las víctimas en sus domicilios. Hacemos mucho trabajo de campo”,
El entorno social también es muy importante en la lucha contra la violencia de género. “En el equipo decimos que la policía siempre prefiere un aviso que luego sea negativo a no avisar cuando oyen algo que pueda ser significativo. Preferimos ir y comprobar, a que la persona se quede luego con la carga de conciencia de haber podido evitar una agresión o incluso un asesinato. Todos se tienen que implicar porque la víctima lo es de su agresor, pero realmente ese agresor está dañando a toda la sociedad”, concluye la comisaria.