América Latina explora su nueva normalidad

El continente más afectado por la pandemia decide país a país, ciudad a ciudad, cuál es la mejor manera de convivir con el virus

Tres trabajadores desinfectan el ataúd de un fallecido por covid en México.GUILLERMO ARIAS (AFP)

Cuidarse. “Nosotros nos cuidamos”, “solo vamos con gente que se cuida” o “solo nos vemos en lugares donde tienen cuidado” son frases que están en boca de todo el mundo en el continente. A medida que las ciudades latinoamericanas reabren, sus habitantes tratan de reconstruir su vida cotidiana de manera que puedan sortear un contagio que sigue activo. Pero, por ahora, lo que cada uno entiende por “cuidado” es muy distinto. La duda es inevitable ante un virus cuyo comportamiento aún no conocemos del todo (aunque hoy sabemos mucho más de él que hace seis meses), y con el que la región parece condenada a convivir al menos por un tiempo. Una relación obligatoria y a la vez incierta que resulta inevitablemente en divergencias.

Las diferencias empiezan en lo más básico: la percepción de riesgo para la propia comunidad. La encuesta periódica que el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts por sus siglas en ingles) viene haciendo desde mayo indica diferencias muy significativas entre los doce países latinoamericanos en los que se realiza. Algunas tienen que ver con el grado de contagio real: efectivamente, la ciudadanía uruguaya está menos alerta, tal vez porque es, sencillamente, el país con menor incidencia de la epidemia en la región. En el otro extremo, que países como Perú o Ecuador, lugares donde el virus se ha ensañado, tengan a más de un 80% de sus poblaciones notablemente preocupadas no sorprende. Pero otros resultados son más difíciles de leer fuera de la subjetividad.

México, por ejemplo, no ha tenido una epidemia particularmente benévola. Más de 60.000 muertes confirmadas (y, según datos preliminares de exceso de mortalidad frente a años anteriores, esta cifra podría representar menos de la mitad del número real) y uno de los ritmos de contagio más sostenidos del mundo no parecen haber hecho más mella en el riesgo percibido que entre sus vecinos centroamericanos, donde el virus se ha cobrado (por ahora) menos víctimas.

La particularidad mexicana se acentúa cuando prestamos atención a la otra cara necesaria de la percepción de riesgo: ¿de quién (creemos que) depende minimizarlo? Todos los países considerados en la muestra se sitúan en algún punto de un espectro que va de “la responsabilidad es sobre todo propia” a “la responsabilidad es compartida”. Todos, salvo México, cuyos habitantes destacan en la atribución de responsabilidad a los demás.

Si en general no se percibe un peligro parejo al tamaño de la epidemia, y si además se descarga una mayor responsabilidad en los demás, las perspectivas para la reapertura en México no son halagueñas: al final, todos somos los “demás” de alguien. No es casual, quizá, que el contagio ya esté repuntando al menos en la capital y su área metropolitana.

En el espectro que abarca la encuesta, es la ciudadanía peruana la que más énfasis pone en el propio deber. Con la epidemia de mayor incidencia per capita en la región (al menos por ahora, y siempre contando solo casos confirmados), esta precaución extra tiene sentido. Mientras, Guatemala y Honduras se sitúan en el mayor grado de corresponsabilidad. Paradójicamente, el resultado práctico de ambas posiciones no es demasiado distinto: de nuevo, todos somos los “demás” de alguien. La diferencia, quizás, sí llegue en el grado de observación (y exigencia) que ponga cada ciudadanía en su entorno inmediato.

Dónde, cómo y con quién

Dónde ir, cómo hacerlo y con quién son las tres preguntas constantes en las que se concreta la nueva noción de cuidados. Como quiera que a la mente humana le gustan las señales claras y reconocibles de peligro (y de tranquilidad), en la pandemia ha encontrado una. La mascarilla, tapabocas, cubrebocas o barbijo se va convirtiendo poco a poco en una exteriorización del cuidado, una marca de responsabilidad con uno mismo y con la sociedad. Su presencia hoy es como la sonrisa o el gesto amable en un territorio hostil; su ausencia, lo contrario. Y, efectivamente, América Latina parece de acuerdo en que se trata de un instrumento extremadamente o muy efectivo. La variación se limita más bien al matiz entre el primero y el segundo grado, y ciertamente hay diferencia entre un extremo de la confianza (Guatemala: 82%) y el otro (Bolivia: 69%). Pero la variación es relativamente pequeña. La primera marca está asentada.


Ahora bien, las divergencias resurgen cuando se considera el siguiente gran componente del contagio: la cercanía entre personas. Podemos usar la noción de “un lugar operando a capacidad completa” como aproximación de cercanía. Así lo hace la encuesta del MIT. Aquí, las diferencias, más que entre países, son entre destinos. Estadios, iglesias y escuelas son particularmente poco favorecidos. La escasa voluntad en asistir a establecimientos educativos, que tiene un amplio consenso en la región, es muy significativa, dado el enorme coste al que se enfrentan los niños y niñas para la educación a distancia sin fin a la vista (particularmente de familias más vulnerables, sin acceso a medios alternativos).

El trabajo se ve como inevitable para aproximadamente una mitad de la ciudadanía. Pero, sorprendentemente, la voluntad de ir a una playa no es muy distinta que la de acudir a un restaurante, siendo que el contagio en el segundo es mucho más probable que en la primera: empezamos a discernir que la transmisión en espacios cerrados y poco ventilados es un vector fundamental, por no mencionar lo imposible que es mantenerse con nariz y boca cubiertas mientras se consumen alimentos.

También hay, en cualquier caso, variedad en los países. Por ejemplo: Perú, que presenta voluntades comparativamente bajas de acudir a lugares a máxima capacidad, no está último en restaurantes, algo que probablemente tiene que ver con su cultura gastronómica. Brazil o Ecuador están aún más arriba, eso sí. La idiosincrasia probablemente también juega en la voluntad argentina de acudir a eventos deportivos, la colombiana y mexicana de asistir a tiendas, o la centroamericana y brasileña de ir a una iglesia a pesar de todo.

La limitación de aforo no es, en cualquier caso, algo en lo que la gente tenga mucha fe. Cuando se plantea como alternativa para asistir a lugares de encuentro como restaurantes, tiendas o iglesias, es la que tiene un menor incentivo en las dos últimas (el MIT no interroga sobre el particular en relación con restaurantes). El uso de mascarillas sigue siendo un método predilecto, particularmente en tiendas. La restauración, al menos en ciertos países, se asocia con el lavado de manos. Algo que muestra un cierto anclaje con una hipótesis de inicios de la epidemia, ya cuestionada, de las superficies como vía de contagio importante. Es decir: tiene sentido que en un sitio en el que se comparten mesas y utensilios (previa limpieza, obviamente) las superficies llamen la atención. Pero, como decíamos antes, la información más reciente sobre dinámicas de contagio priorizan el aire en lugares cerrados, no el trayecto mesa-mano-cara para explicar contagios (sin despreciar este, sobre todo cuando ni las personas ni los lugares cumplen con normas mínimas de higiene).

Esta variedad en percepciones tiene su correlato en las decisiones de reapertura y las normas específicas establecidas en cada sitio. Por ejemplo: Perú y Colombia han incluido los restaurantes en un lugar prioritario en su reapertura. Pero mientras el primer país permite ocupaciones del 40%, Bogotá lo deja en el 25%. Ambos piden uso de mascarilla y distancia entre mesas, pero el protocolo que el gobierno peruano solicita a cada local es (al menos sobre el papel) particularmente detallado. En Ciudad de México los restaurantes abrieron mucho antes y con menor ceremonia. Y Buenos Aires se ha demorado hasta finales de agosto en reabrir su gastronomía.

Las iglesias reabrieron en Brasil (con protocolos, supuestamente) apenas a principios de junio. De cualquier manera, muchos megatemplos siguieron operando en mitad de una doble batalla: la del presidente Bolsonaro (aliado) contra las recomendaciones de las autoridades técnicas sanitarias, y la del Gobierno contra los jueces locales: la justicia estatal de Sao Paulo llegó a prohibir primero y revocar dicha prohibición después, en distintas instancias. Mientras, el turismo, incluso aquel a cielo abierto, se retrasó: hasta el 16 de agosto no se pudo visitar el icónico Cristo del Corcovado.

La realidad tiene muchas aristas, tantas como intereses (algunos más generales, otros más particulares) caben en una balanza de riesgos, costes y beneficios que se está concretando de manera notablemente distinta en cada rincón de América Latina.

Las reaperturas a ras de calle


🇧🇷 Rio de Janeiro: “¡Volvimos!"

✍️ Carla Jiménez

Después de un otoño/invierno que dejó mas de 100.000 muertos por covid-19, el calor volvió a Brasil. El regreso del sol en la víspera de la primavera en América del Sur (empieza el 21) también trajo una sensación que fue descrita de manera espontánea por un turista en Jericoacara, al Noreste del país, en un video que se viralizó en redes sociales el primer fin de semana de septiembre, que se alargó con el festivo del lunes 7, día de la independencia en Brasil. "¡La cuarentena ha terminado! ¡Volvimos! ", dice una chica eufórica, mientras filma a un centenar de turistas en las calles del balneario más famoso del estado de Ceará. La perspectiva de un fin de semana largo llenó las carreteras que conducen a las playas de la costa de São Paulo, Río de Janeiro y el noreste.

La autoconfianza también crece a medida que el número de muertes parece disminuir en este país de 210 millones de personas, que vivió su primer caso confirmado de coronavirus el 26 de febrero. Datos del Ministerio de Sanidad muestran que el promedio de 1.000 muertes por día, que duró tres meses, ha caído a un promedio de entre 800 y 900 diarios entre el 23 de agosto y el 5 de septiembre.

Sin embargo, el número de casos confirmados sigue alto. Ya son más de 4,2 millones de infectados en el país y casi 130.000 muertes. “Todavía estamos en el medio de este viaje, tenemos que proteger a quienes tanto amamos”, dijo Jean Gorinchteyn, secretario de Sanidad de São Paulo, en una entrevista con CNN este domingo. La lectura del secretario, sin embargo, no parece ser la misma en el resto del país, que ya estaba dividido por la gravedad de la enfermedad, a raíz de la disputa política en la que se ha convertido la gestión de la pandemia: por un lado, el presidente Jair Bolsonaro con su discurso anticiencia; por otro, gobernadores que apoyan las directrices de la Organización Mundial de la Salud.

Un hecho, sin embargo, es inexorable. Como en el resto del mundo, los más vulnerables son los que corren mayor riesgo de infectarse y morir. “Existe la percepción de que las muertes por covid-19 no ocurren entre quienes tienen más dinero, no son ellos los que están muriendo”, dice el infectólogo Fabio Leal, profesor de la Universidad Municipal de São Caetano do Sul, y uno de los investigadores responsables de los ensayos clínicos de una de las vacunas contra el coronavirus. “Hemos aprendido a tratar la enfermedad”, dice Leal. Pero no todo el mundo tiene acceso a una infraestructura adecuada y a hospitales de primer nivel para atender emergencias.

🇵🇪 Lima vuelve a sus restaurantes

✍️ Jacqueline Fowks

A fines de junio, mientras la cantidad de infecciones y de fallecidos por el nuevo coronavirus seguía en aumento en Perú, la economía colapsó y el Gobierno dio por terminada la cuarentena estricta que implantó a mediados de marzo, aunque mantuvo el toque de queda, vigente hasta hoy en todo el país. Cientos de restaurantes y bares afectados por tres meses de cierre, al no ser considerados esenciales, desaparecieron. El bar Munich, por ejemplo, en el centro de Lima, clausuró su histórica sede con piano en la calle Belén, aunque mantiene otra pequeña a unos metros y atiende con la mitad de aforo. Mal que bien, navegan la pandemia: una dependiente del servicio de entrega a domicilio dijo el viernes: “Gracias a Dios, nuestro público está regresando y estamos tomando las medidas necesarias, como también tenemos buena acogida en el campo de delivery, respetando los protocolos de seguridad”.

El café Haití en Miraflores sigue cerrado pese a que descartó rumores de quiebra a inicios de agosto. Más de 6.7 millones de peruanos perdieron el empleo entre abril y junio debido a la pandemia. Aún así, hay comensales que volvieron a sus lugares preferidos. El chicken-grill Lo de Juan en el distrito de Villa El Salvador, por protocolo sanitario, no admite a menores de 14 años ni a adultos mayores, pero los clientes hacen fila para entrar. Los domingos —día de confinamiento obligatorio en el país—, el negocio no da abasto para los delivery. “Me pasé llamando más de dos horas y nunca me respondieron”, escribió Elizabeth Farromeque en el muro de Facebook del local.

Mientras tanto, en el restaurante La Nacional del centro de Lima, uno de los primeros en reabrir con los protocolos del Ministerio de Salud, las ventas de agosto recién alcanzan el 35% de las ventas del año pasado, y en septiembre esperan alcanzar al 40%. “Al inicio quizá fue complicado porque teníamos que educar mucho a las personas en la distancia y las medidas, pero luego hemos recibido felicitaciones de los clientes: la población ha tomado conciencia y se ha vuelto empática. Por ejemplo, debido a los protocolos la atención no es tan rápida, porque se suman cinco procesos más en la preparación de los platos, pero la personas entienden el esfuerzo: eso es lo bonito de este trabajo”, comenta Cristina Díaz, encargada de marketing de la franquicia.

🇨🇱 Santiago se prepara para las fiestas patrias

✍️ Rocío Montes

En Chile, 52 de las 346 comunas están hoy en cuarentena total, es decir, la más estricta de las cinco fases de confinamiento que ha establecido el Gobierno de Sebastián Piñera por la pandemia. En las restantes, la ciudadanía vuelve a las calles respetando mayoritariamente medidas como el uso de mascarillas. De acuerdo al informe del Instituto Sistemas Complejos de Ingeniería (ISCI), desarrollado por la Universidad de Chile y la Universidad de Stanford, la capital en las últimas semanas ha mostrado “un aumento moderado, pero sostenido” de la movilidad, tanto en comunas que han dejado las cuarentenas, como en las que todavía están prohibidas las salidas.

El estudio indica que los desplazamientos en Santiago de Chile aumentaron en 11 puntos y lo explica por dos razones: “Por un lado, la disminución del número de contagios y el mejoramiento de otras métricas epidemiológicas podrían reducir la percepción de riesgo motivando a los ciudadanos a retomar parcialmente algunas de sus actividades. Por otro lado, la prolongada cuarentena podría generar un efecto de fatiga y mayor necesidad de la población, llevándolos a aumentar sus desplazamientos, posiblemente para ejercer alguna actividad económica”.

Entre el 18 y el 20 de septiembre, el Gobierno dispuso que todos los habitantes que no estén en alguna de las 52 comunas en cuarentena podrán pedir permiso por hasta seis horas diarias a Carabineros para realizar visitas durante las fiestas patrias, las celebraciones más importantes del país. La medida preocupa a algunos sectores: en promedio, hubo 1.767 contagios diarios la última semana, de acuerdo al centro de estudios Espacio Público. Los enfermos activos, en tanto, llegan a los 15.532 . La gente, sin embargo, apoya el permiso para celebrar: un 58% está de acuerdo, según la última encuesta Cadem. El mismo sondeo, además, indica que un 69% de la ciudadanía está totalmente decidida a sufragar en el plebiscito constitucional del 25 de octubre próximo (una cifra que llegó al 90% antes de que explotara la pandemia en marzo). Esto, pese a que seis de cada 10 personas reconoce su preocupación por los contagios.

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