La edad de la obediencia
A las guarderías de viejos les da igual lo que puedas aportar con tu conocimiento, experiencia, habilidades y saberes, porque te ponen a hacer ‘gomets’ y chorradas que mi hijo con tres años ya rechazaba por insulsas
El coronavirus ha iluminado como un rayo fulgurante en mitad de la noche la vida de las viejas y viejos de nuestro país, especialmente de aquellas que viven en las llamadas residencias de ancianos que en román paladino serían asilos. Las noticias que hemos podido leer nos han dejado atónitas y horrorizados al constatar una realidad insoportable, y nos ha puesto frente al espejo de lo que más tememos: la vejez, la soledad, el abandono y la muerte. Algo que ocurría a otras, a nosotros no.
Me ha sorprendido comprobar el alto número de viej@s que viven en las llamadas residencias y l...
El coronavirus ha iluminado como un rayo fulgurante en mitad de la noche la vida de las viejas y viejos de nuestro país, especialmente de aquellas que viven en las llamadas residencias de ancianos que en román paladino serían asilos. Las noticias que hemos podido leer nos han dejado atónitas y horrorizados al constatar una realidad insoportable, y nos ha puesto frente al espejo de lo que más tememos: la vejez, la soledad, el abandono y la muerte. Algo que ocurría a otras, a nosotros no.
Me ha sorprendido comprobar el alto número de viej@s que viven en las llamadas residencias y la pregunta que me hago es, ¿estas personas fueron a vivir ahí por voluntad propia, porque consideraron que era la mejor de las soluciones a su alcance para resolver su vida cotidiana o quizás aterrizaron allí porque esa fue la mejor idea que consiguió cuajar su atareada y amnésica prole en un arrebato de amor? Y la pregunta del millón: una vez allí ¿es fácil salir? Todo es posible, no lo niego, pero no estoy muy segura, especialmente si mientras tanto han aprovechado para vender tu casa y ya no puedes volver a ella, ni a tus recuerdos, espacios, memoria y relaciones.
Nuestra sociedad considera que todas las personas mayores somos más o menos iguales —o muy parecidas— y, por lo tanto, no hay que esforzarse demasiado en atender las diversas individualidades. Café para todas, resulta una solución realmente cómoda. Asilos —algunos de los cuales cotizan en Bolsa, por cierto—, que promueven la dependencia y la uniformidad, en los que impera la idea de que las viejas de hoy somos idénticas a las de hace 30 años; de que el único interés de los viejos es desde siempre jugar al dominó y ver el fútbol por la televisión. Guiadas por un interminable cúmulo de prejuicios a las guarderías de viejos les da igual lo que puedas aportar con tu conocimiento, experiencia, habilidades y saberes, porque te ponen a hacer gomets y chorradas que mi hijo con tres años ya rechazaba por insulsas.
Yo me pregunto: ¿en los estatutos y reglamentos de estas residencias se habla expresamente de respeto a la libertad, la dignidad, la autonomía, la vida sexual y afectiva, la capacidad de decisión y de agencia, a la mente, a las manías y gustos, en definitiva, del reconocimiento de la diversidad de todos y cada una de los residentes? ¿Se tiene en cuenta la necesidad de piel, de cercanía y contacto? Muchas residencias, además, se convierten en espacios de hospitalización donde la prioridad por lo clínico transmite la idea de que la vejez es forzosamente un tiempo de enfermedad y que la medicalización de la vida de las viejas es una muestra de cuidado de la que tendríamos que estar agradecidas. Una vez aparcados ahí solo nos queda una tarea: obedecer. Obedecer y esperar la errática visita de la amorosa prole, del virus, de la muerte.
Anna Freixas Farré es gerontóloga feminista
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