El coronavirus y otras enfermedades
“Mi madre y yo, que la padecimos a la vez, fuimos confinadas durante meses en un cuarto de la casa”
Hace unos días, antes de que se declarara el estado de alarma por el coronavirus, yo estaba preparando una conferencia que llevaba por título “La enfermedad y otros relatos”, que había sido programada cuando el virus, que ya había empezado a atacar, no había alcanzado la funesta notoriedad que hoy tiene. Es de suponer que la conferencia, programada para abril, se cancele, como tantos actos cuya suspensión, unida al cierre de museos y bibliotecas, nos deja un panorama des...
Hace unos días, antes de que se declarara el estado de alarma por el coronavirus, yo estaba preparando una conferencia que llevaba por título “La enfermedad y otros relatos”, que había sido programada cuando el virus, que ya había empezado a atacar, no había alcanzado la funesta notoriedad que hoy tiene. Es de suponer que la conferencia, programada para abril, se cancele, como tantos actos cuya suspensión, unida al cierre de museos y bibliotecas, nos deja un panorama desierto de actividades culturales sociales.
Mientras preparaba mi intervención, me sentía algo abrumada por el mucho espacio que la enfermedad ha ocupado en mi vida y en todo lo que he escrito. El tifus fue la primera. Mi madre y yo, que la padecimos a la vez, fuimos confinadas durante meses en un cuarto de la casa de la abuela y, si salimos adelante, fue gracias a aquella práctica semiclandestina del estraperlo, mediante la cual se consiguió el fármaco adecuado, la cloromicetina —cuyo nombre no olvido—, que aún no circulaba libremente por nuestro entorno. Y, a partir, de ahí, de todo, o buena parte de todo. Al día de hoy, no quiero enumerar las dolencias con las que he de convivir y que me han causado daños propios de la enfermedad y daños colaterales. Ser una enferma más o menos crónica es un estatus que no le gusta a nadie, ni a la paciente ni a sus interlocutores. Buena parte de ellos no te creen.
Seleccioné fragmentos de mis novelas, cuentos y textos de tipo autobiográfico que hacían referencia a la enfermedad. Muchos de ellos incidían en esto: el desasosiego que produce en el enfermo el hecho de no ser creído en su padecimiento, el esfuerzo por estar a la altura de lo que la sociedad nos exige a todos, dando por supuesto que todos disfrutamos de buena salud. La enfermedad es metáfora del desajuste, de las diferencias entre los individuos, de lo que consideramos inaceptable, difícilmente insuperable y frustrante. Es más interesante como metáfora que como fenómeno. Esa es mi conclusión. La enfermedad, cuando puede verse como relato, entra en otro territorio. Adquiere la realidad de lo irreal.
Espero que, finalmente, con el coronavirus pase lo mismo, que el confinamiento y todas las medidas de precaución a que nos obliga esta situación insólita nos sirvan para establecer una forma de vida en la que podamos hacer descubrimientos importantes. El carácter de pandemia hace que la amenaza se convierta en fenómeno social y que los valores de responsabilidad y de solidaridad cobren más importancia que nunca. Los lazos familiares se estrechan, la casa es el ámbito donde transcurre la mayor parte del día. A quien le guste el aislamiento y las actividades solitarias, la situación no le resultará muy gravosa. Somos, desde luego, libres para pensar y hacernos preguntas. Podemos comprender o no las drásticas medidas de aislamiento, que contradicen nuestro concepto de humanidad, a que las normas nos someten. El reto es hacer que este tiempo extraordinario que nos toca vivir se convierta en una metáfora de esas brechas que el azar abre en la organización rutinaria de nuestras vidas.
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