Las mujeres tienen razón: se nos ha acabado el tiempo
El Estado mexicano ha ignorado demasiados años su demanda de justicia, equidad y de vida sin violencia
Las mujeres están enojadas. Lo están en México pero también en toda América Latina. Tienen razón en estarlo. Por demasiados años el Estado, protegiendo un sistema económico que por definición las explota y un modelo de organización social y familiar que usa y abusa de su tiempo por su condición de género, ha ignorado su demanda de justicia, de equidad y, sobre todo, de vivir sin violencia.
La violencia contra mujeres, niñas y adolescentes crece en la precariedad, en la falta de recursos, en la frustración que muchos sujetos viven en esta sociedad, bajo este modelo de capitalismo tardío ...
Las mujeres están enojadas. Lo están en México pero también en toda América Latina. Tienen razón en estarlo. Por demasiados años el Estado, protegiendo un sistema económico que por definición las explota y un modelo de organización social y familiar que usa y abusa de su tiempo por su condición de género, ha ignorado su demanda de justicia, de equidad y, sobre todo, de vivir sin violencia.
La violencia contra mujeres, niñas y adolescentes crece en la precariedad, en la falta de recursos, en la frustración que muchos sujetos viven en esta sociedad, bajo este modelo de capitalismo tardío y altamente agresivo que llamamos también neoliberalismo, cuando no logran cumplir las misiones que el patriarcado les ha reservado como género: controlar, someter, dominar y tutelar a las mujeres. Es el sexismo, pero también es el racismo, el clasismo, la discriminación y el odio en sus más diversas formas, contra todo aquello que es diferente. Esta violencia ataca a las mujeres y niñas pero también a todo aquello que culturalmente se relaciona con lo femenino: el desarme, el diálogo y la paz.
En las semanas recientes, México se ha sacudido con brutales caso de violencia y feminicido contra mujeres y niñas. Son casos que nos impactan y conmueven. Nos recuerdan la enorme responsabilidad - y la deuda pendiente - que tenemos como gobierno con la seguridad de las mujeres. Pero no solo eso. También nos demuestran, por la cobertura de muchos medios, que nuestro problema es también cultural.
Tienen razón las mujeres cuando gritan su furia para que escuchemos bien y con claridad que se nos ha acabado el tiempo. No se vale que digamos que llegamos hace poco más de un año, no podemos decirles que esperen porque han esperado ya por muchos años. Tenemos que mostrar que somos el cambio. Que no es lo mismo. Que no gobierna la indiferencia, ni la omisión y mucho menos la indolencia.
Por demasiados años el sistema judicial no ha respondido en tiempo ni forma a la violencia de género, e incluso la ha reproducido. Sabemos que solo 7 de cada 10 mujeres que denuncian violencia reciben órdenes de alejamiento a tiempo.
Esto obedece a estereotipos y prejuicios de jueces y juezas. Pero estamos actuando. Hemos avanzado en la capacitación en nociones de género, en las evaluaciones y mecanismo de trabajo con el poder judicial. Tan importante como eso, es que estamos habilitando a que cualquier juez, sin importar su responsabilidad, pueda emitir órdenes de protección. Esto manda un poderoso mensaje al poder judicial sobre la importancia de poner la protección de las mujeres en primer lugar.
La impunidad es un problema que no acepta medias tintas. Las cifras son alarmantes y nuestra preocupación se centra en proteger la vida de las mujeres y mejorar la atención y capacitación de las fiscalías. Queremos que toda muerte de una mujer se investigue como feminicidio desde un principio; si después se descarta legalmente es otra cosa. Pero empezar por el supuesto del feminicidio le da una fuerza especial a las investigaciones.
Tienen razón las mujeres. Las estamos escuchando, y les digo, como feminista de toda la vida, como parte de un equipo comprometido y progresista: sus palabras nos mueven, nos conmueven y nos identifican. Porque las mujeres, todas, hemos sufrido algún tipo de violencia. No estamos lejos ni estamos mirando a otro lado. Las estamos mirando a ellas.
Asumimos este desafío sin engañarnos y con responsabilidad. Estamos trabajando para cambiar las relaciones de opresión, explotación, violencia en todas sus formas y las desigualdades económicas que son las que más vulneran a los grupos históricamente discriminados y en particular a las mujeres.
El movimiento organizado de mujeres ha hecho que el país entero se involucre como nunca en estos problemas: se habla de violencias, de brechas salariales, de machismos cotidianos, de sexismo, de lenguaje incluyente, de espacios paritarios, de participación política.
En las calles, en las plazas, en los cafés, en el transporte público, en los trabajos las mujeres y hombres hablan sobre la marcha y sobre el paro. Centros de trabajo públicos y privados se han pronunciado, por decenas, a favor de los derechos de sus trabajadoras alentándolas a hacer efectivo su paro.
México no será el mismo después de este 8 de marzo. Las demandas de las mujeres están instaladas en el imaginario público, y los hombres empiezan a revisar y repensar sus conductas. Este 8 de marzo será un parteaguas del que ya no podemos dar marcha atrás y desde el lugar que nos corresponde como gobierno haremos efectivas las acciones que se requieren para prevenir, atender y sancionar las violencias.
En México ha llegado el momento en que la sociedad por fin nos mira y, como pocas veces antes, sabe que ya no nos puede mirar con desprecio y condescendencia.
Porque para muchas niñas y mujeres de este país el futuro es una palabra que hoy por hoy no existe, o solo genera temor, miedo e incertidumbre. Y para pensarnos como sociedad con un futuro incluyente, de paz, de bienestar, de igualdad y de solidaridad, necesitamos cambiar las estructuras que hoy se demuestran obsoletas y violentas. Que ponga al alcance de las niñas y jóvenes la idea, poderosa, de que sus vidas, su integridad, su dignidad, importan. Que nos importan. Que queremos para todas un futuro de derechos y libertades y ese es el compromiso que asumimos como gobierno. Porque no hay otro camino. Porque ha llegado la hora.