IN MEMORIAM

Alejandro Fernández Pombo, más que un periodista

Dirigió el extinto diario 'Ya' y fue presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid durante cuatro años

Alejandro Fernández Pombo, en 1999.J. L. PINO (EFE)

El pasado viernes murió Alejandro Fernández Pombo a los 83 años. Los había cumplido el pasado 28 de junio. Hace tiempo que corría entre sus amigos el enternecido e irónico rumor de que Alejandro era inmortal. Y no por la estela inevitable de su vida fecunda, sino físicamente inmortal. O sea, que se iba a quedar para siempre en este mundo que jamás sería capaz de matarlo. Tantas enfermedades graves tuvo (pulmón, corazón…), tantas residencias hospitalarias aguantó y superó, tantos achuchones recibió mortales de necesidad que, pues lo dicho, parecía inmortal.

Hoy domingo, buen día para des...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El pasado viernes murió Alejandro Fernández Pombo a los 83 años. Los había cumplido el pasado 28 de junio. Hace tiempo que corría entre sus amigos el enternecido e irónico rumor de que Alejandro era inmortal. Y no por la estela inevitable de su vida fecunda, sino físicamente inmortal. O sea, que se iba a quedar para siempre en este mundo que jamás sería capaz de matarlo. Tantas enfermedades graves tuvo (pulmón, corazón…), tantas residencias hospitalarias aguantó y superó, tantos achuchones recibió mortales de necesidad que, pues lo dicho, parecía inmortal.

Hoy domingo, buen día para despedidas, será enterrado en su pueblo del alma, Mora de Toledo, donde nació en 1930.

La biografía de Alejandro puede estar llena de datos y referencias, muy llena, porque tuvo una vida larga y fértil. Su preparación intelectual (Maestro Nacional, periodista —número uno de su promoción—, licenciado en Filosofía y Letras, doctor en Ciencias de la Educación…); los cargos profesionales que ocupó (director del diario Ya, de la agencia Prensa Asociada, presidente de la Asociación de la Prensa…); los libros que escribió (entre ellos, Diálogo del padre con el hijo, Maestro Azorín, varias guías de España y Portugal…); las aficiones que tuvo, sobre todo la filatelia, de la que era un maestro; los cientos de artículos; su profunda fe católica, muy profunda y acendrada. En fin, tantos y tantos datos que pueden causar admiración, pero que nunca retratan del todo a la persona.

Tantos ilustres datos pudieron hacer de Alejandro un personaje. Nunca lo fue, nunca se dejó constreñir por la bambolla tonta de los brillos sociales y siempre estuvo a lo suyo: a trabajar cuanto podía, incluso en momentos poco propicios; a querer a su familia, su queridísima María Teresa, sus cinco hijos; a ser honrado y bueno a carta cabal, respetuoso, escrupulosamente respetuoso con todos. Y hay que tener mucha categoría para tanto respeto. Sus amigos bromeábamos: “Eres tan bueno que algunos van a creer que eres tonto”, “cuando subas al empíreo, como no sueltes algún taco en la subida te vas a pasar”.

Alejandro tenía sentido del humor, lo cual siempre es muestra de inteligencia. Y su humor le hacía callar ante majaderos y prepotentes. Alejandro, como es natural, no era perfecto. No es este el momento ni el lugar para sacar a colación algunas deficiencias en las que, sin embargo, fue mucho más parco que en sus virtudes.

En cualquier caso era el mejor de todos nosotros. De nosotros, los periodistas, ciudadanos de una república difícil y propicia a toda alevosía.

Bernardino M. Hernando es miembro de la junta directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM).

Archivado En