Vacaciones con un extraño
El turista ya no quiere ser turista. Se ha convertido en un viajero que busca involucrarse con el entorno que le rodea. Para ello necesita anfitriones y estos ya se han instalado en la web para darle la bienvenida.
Hace unos años, decir «voy a Berlín y me alojo en casa de un tipo que he conocido por Internet» podía sonar un poco sospechoso. Pero ahora decir «voy a Berlín y me alojo en casa de Wolf –que tiene una reputación de cinco estrellas en Airbnb–, me va a buscar al aeropuerto y esa noche me invita a ver un partido con sus amigos en un bar de Kreuzberg» suena bastante mejor. Esto es parte de lo que ha conseguido esta web, considerada una de las perlas de Silicon Valley: quitar el factor sus...
Hace unos años, decir «voy a Berlín y me alojo en casa de un tipo que he conocido por Internet» podía sonar un poco sospechoso. Pero ahora decir «voy a Berlín y me alojo en casa de Wolf –que tiene una reputación de cinco estrellas en Airbnb–, me va a buscar al aeropuerto y esa noche me invita a ver un partido con sus amigos en un bar de Kreuzberg» suena bastante mejor. Esto es parte de lo que ha conseguido esta web, considerada una de las perlas de Silicon Valley: quitar el factor susto y a la vez también el factor riesgo que podía tener la idea de realquilar habitaciones o pisos para uso turístico.
El portal funciona bajo una premisa muy sencilla: un particular ofrece cualquier tipo de alojamiento (entre los 200.000 que hay en todo el mundo caben desde castillos a iglús y por lo menos una isla privada) y la web que aloja el anuncio se queda el 10% de la tarifa y añade una serie de garantías de seguridad, como un seguro de 35.000 euros en caso de destrozos. Los precios para el usuario suelen ser más ajustados que el de los hoteles, lo que beneficia a las tres partes. Pero no es ese el único motivo por el que cada dos segundos alguien en algún lugar del mundo hace una reserva en Airbnb. La razón tiene más que ver con su filosofía, que conecta con la manera de viajar que muchos buscan hoy: no sentirse parte del rebaño, hacer un viaje personalizado, interactuar con locales, conocer a fondo un barrio más que una ciudad. De ahí también el éxito de webs como Spotted by locals, en la que personas de cada ciudad configuran guías alternativas con sus locales preferidos, ajenos al turismo. A los caseros en Airbnb se les llama «anfitriones», la información que comparten se parece a un perfil de Facebook; se espera de ellos que sean héroes para sus alojados (que no clientes). Y si no héroes, por lo menos que sean amables.
Antes de instalarse con oficinas propias en España, el pasado enero, los gerentes de la web contaban con encontrarse cierta reticencia cultural, el clásico «a saber a quién vas a meter en casa», pero más de 15.000 personas ya ofrecen habitaciones o segundas residencias. Para muchos de ellos, los ingresos que obtienen así son clave, tras quedarse en el paro o ver cómo se recorta su sueldo. Fue el caso de Natalia Pérez, que empezó a alquilar una habitación de su piso en el Raval barcelonés (en la ciudad se concentra una tercera parte de la oferta de todo el país) por motivos económicos, pero también porque cree en el «consumo colaborativo» (organiza un mercadillo de segunda mano). En más de un año han pasado decenas de huéspedes por su casa. «Les recomiendo bares del barrio, que vayan al Penedès a ver unas bodegas…». Ella ha usado el servicio para alojarse en casas de Berlín, Ámsterdam y Nueva York.
Blanca Regalado y su marido, Javier Martín, tampoco tenían ninguna intención de convertirse en hosteleros. La pareja fue a vivir a Nueva York hace unos años gracias a una beca que obtuvo él para un proyecto artístico. Pronto se dieron cuenta de que, cuando tienes una casa en Manhattan, te salen amigos por todas partes. No paraban de recibir visitas y cuando volvían a España por vacaciones, realquilaban el piso por el clásico procedimiento de avisar a familiares y amigos. Pronto empezaron a gestionar también el piso de un amigo y vieron que ahí había un pequeño nicho de negocio. Ahora llevan lacasademisprimosenny.com, y actúan así, como «primos postizos» de quien se aloja en sus apartamentos en Nueva York, que ya son cuatro. «Pensamos, por ejemplo, en que haya un buen secador o batidora para hacer las papillas de los niños, cosas que no encuentras en un hotel», cuenta Blanca. Su web tiene un diseño muy cuidado, hasta el punto que se plantean hacer merchandising. Y la estética es también el aspecto clave que distingue a Airbnb de algunos de sus competidores. De hecho, la fundaron dos diseñadores. La calidad de las fotos no es casual: ofrecen fotógrafos profesionales de manera gratuita para sacar lo mejor de cada casa. Eso la diferencia, por ejemplo, de Craigslist, la página con mayor cantidad de anuncios personales de todo tipo a través de la cual también se pueden concretar intercambios de casa o alquileres temporales. Pero Craigslist es famosa por su estética entre austera y feísta.
El auge de esta hostelería amateur no tiene demasiado contentos a los hoteleros tradicionales, que blanden la ley y aseguran que dar uso turístico a los domicilios privados es ilegal o por lo menos alegal en muchos países. Kay Kuehne, el director de Airbnb en España –Kuehne es alemán y fue usuario antes de trabajar para la empresa–, asegura que lo suyo no es competencia directa: «Tenemos desventajas. Los viajeros de negocios, por ejemplo, buscan una experiencia estándar y servicios que no podemos ofrecer».