¿Se debe crear un impuesto para la grasa?

Ya hay más de 500 millones de obesos en el planeta. En 2015, serán 700 millones

Los daneses pagan 15 céntimos más por una hamburguesa y nueve céntimos más por una bolsa de snacks. Su Gobierno aplica desde el 1 de octubre una tasa especial sobre alimentos que contengan más de un 2,3% de grasas saturadas nocivas para la salud cardiovascular (conocidas como trans). Y eso que el país nórdico cuenta con 11 obesos por cada 100 habitantes (muchos menos que el resto de la Unión). También, bajo el lema «Aquellos que vivan de manera no saludable tendrán que contribuir más», el primer ministro húngaro anunciaba una tax fat sobre productos con mucha azúca...

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Los daneses pagan 15 céntimos más por una hamburguesa y nueve céntimos más por una bolsa de snacks. Su Gobierno aplica desde el 1 de octubre una tasa especial sobre alimentos que contengan más de un 2,3% de grasas saturadas nocivas para la salud cardiovascular (conocidas como trans). Y eso que el país nórdico cuenta con 11 obesos por cada 100 habitantes (muchos menos que el resto de la Unión). También, bajo el lema «Aquellos que vivan de manera no saludable tendrán que contribuir más», el primer ministro húngaro anunciaba una tax fat sobre productos con mucha azúcar, sal y grasa. La medida golpea al postre nacional húngaro: la dobostorta, toda una bomba calórica. Pero demuestra el empeño de las autoridades de atajar las altas cifras de obesidad del país: la sufre el 18,8% de los adultos; cifra que supera con más de tres puntos la media europea.

La obesidad es una pandemia global, presente sobre todo en los países desarrollados. Ya hay más de 500 millones de obesos en el planeta y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), serán 700 millones en 2015. Donde no hay consenso es en la manera en la que los gobiernos deberían afrontar el problema. «No me convence la tasa sobre la comida rápida», comenta Felipe Casanueva, director científico del CIBERobn y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo). «No me convence sobre ningún alimento, en general», insiste. Primero, según dice, porque ingerido en cantidades adecuadas ninguno es malo (y por eso tampoco le gusta hablar de comida basura). Segundo, porque, en su opinión, para que los consumidores dejen de comer tanta hamburguesa su precio debería ser mucho más alto.

En esto último coincide con un estudio de 2007 firmado por las universidades estadounidenses de Berkeley, Dakota del Sur y Washington y titulado Fat Taxes: Big Money for Small Change (Tasas sobre los alimentos que engordan: mucho dinero para un cambio pequeño). La investigación asegura que, incluso subiendo el precio de estos productos en un 10%, el consumo se reduciría en menos de un 1%. Otra desventaja: afectaría más a los clientes «mayores y pobres» que a los «jóvenes y ricos». La razón: a menor nivel sociocultural, más ingesta de grasas y mayor índice de obesidad. El beneficio más evidente, según constataba el trabajo, es el recaudatorio. De hecho, Hungría prevé embolsarse unos 70 millones de euros anuales gracias al nuevo impuesto. La suma, según aseguran, se destinará a Sanidad. Y es que los defensores de la tasa alegan que el coste de las enfermedades relacionadas con la obesidad (afecciones cardiacas, ictus, hipertensión, colesterol alto, diabetes, varios tipos de cáncer) elevan la factura sanitaria en un 2,6% anuales (66.000 millones de dólares, 50.650 millones de euros) en EE UU y en un 2% en el Reino Unido (unos 2.000 millones de libras, unos 2.386 millones de euros).

«En lugar de gravar la comida rápida sería mejor subvencionar la fruta, la verdura o el pescado», propone Casanueva, de la Seedo. No es el único. Muchos profesionales prevén el fracaso de este impuesto. Ya ha habido intentos fallidos: Reino Unido y EE UU lucharon antes contra las grasas y las bebidas azucaradas, respectivamente. Y los resultados no fueron los esperados.

«Debemos tener en cuenta factores como la naturaleza humana. Basta que nos prohíban algo para que queramos hacerlo», aduce Susana Monereo, jefa de Nutrición del Hospital de Getafe de Madrid. «No existe evidencia científica de que este tipo de actuaciones, por lo general discriminatorias, sean efectivas en la lucha contra el sobrepeso y la obesidad», manifiestan desde la Fundación Alimentum, creada por la Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB) para promover estilos de vida saludables. Este organismo aboga por eliminar las grasas trans y por reducir los azúcares y la sal. «Nunca antes hemos podido elegir entre tantos productos saludables», insiste. El problema, según cuenta, está en la falta de prevención. «La mayoría de políticas se centra en controlar la ingesta calórica e ignora el gasto energético. Además, debemos tener en cuenta el estilo de vida moderno. A muchos les cuesta levantarse del sofá», razona. Otro gran obstáculo es la falta de contenidos educativos sobre cuestiones de alimentación. «Se reacciona tarde, cuando el niño tiene ocho años y el problema ya ha aparecido. La formación debe empezar cuando son bebés», sugiere Monereo.

No abundan los delgados en nuestro país: el 62% de la población se pasa de kilos y el 23% es obesa, según el Estudio de Nutrición y Riesgo Cardiovascular en España (Enrica). Además, hay una tendencia a incrementar el sedentarismo y a que la dieta mediterránea tenga menos adeptos. La respuesta de las instituciones ha sido la Estrategia NAOS (Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad), nacida en 2005. Esta nueva política ha ganado algunas batallas. Los comedores escolares sirven más fruta y verdura. Además, la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición prohíbe la venta de alimentos y bebidas con mucha grasa, sal y azúcares a colegios e institutos. Pero no han ganado la guerra.

Una madre anuncia a su hijo el plan para su cumpleaños: habrá una barbacoa en una casa con piscina. En lugar de alegrarse, el niño pregunta: «¿Por qué no vamos a una hamburguesería? ¿Somos pobres?». La anécdota, real, refleja hasta qué punto se asocia la comida rápida con el premio o la diversión. Los menores rebañan los platos sin protestar, los padres tienen la fiesta en paz y, además, les sale económico. Una inercia complicada y lenta de erradicar. «Los cambios sociales y el estilo de vida empujan; no digo que tengamos que volver a cocinar como nuestras abuelas, pero hay que hacer algo», plantea Monereo. Algo se ha hecho: políticas integrales, administración, escuela, sanidad, familias, industria… Por lo pronto, parece que la obesidad infantil se estabiliza en España, sobre todo entre las chicas. Pero es una de las pocas buenas noticias del estudio Aladino. La única, en realidad; el resto habla de un 45,2% de niños y niñas, de entre seis y nueve años, con exceso de peso. «Para prevenir, todos deberíamos tratarnos como gordos en potencia», sentencia la experta.

¿Y qué hay de la Unión Europea? ¿Cómo lucha contra este mal moderno? Ha restringido la comercialización de grasas trans y ha promovido la mejora de la información en el etiquetado. También surgen soluciones creativas. Varias ciudades han creado rutas para ir al colegio a pie. EE UU también pone su granito de arena. A Casanueva le gustan dos imposiciones del alcalde neoyorquino Michael Bloomberg: adiós a las grasas trans y bienvenido sea el cómputo de las calorías en los menús de comida rápida.

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