Réquiem por los dos besos: adiós al saludo ‘francés’ que incomoda a muchas culturas

De los veintidós tipos de besos que recoge el Kamasutra solo dos se perfilan adecuados para nuestros días.

Una escena de la película 'El graduado' (1967).Getty (Getty Images)

Pues sí, existe el Día internacional del beso. Se celebra el 13 de abril de cada año y conmemora el beso más largo que se dio una pareja: fue en un concurso celebrado en 2013, duró 58 horas y media y no lo interrumpieron ni para ir al baño. En 2020, por razones obvias, esta celebración ha pasado sin pena ni gloria por el planeta. De hecho, al preguntar a cualquier persona en cuarentena qué es lo primero que desea hacer cuando pueda reencontrarse con amigos y familiares, su respuesta incluye indefectiblemente el verbo «abrazar», pero no tanto el verbo besar. ¿Será que esa gente ya consideraba o...

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Pues sí, existe el Día internacional del beso. Se celebra el 13 de abril de cada año y conmemora el beso más largo que se dio una pareja: fue en un concurso celebrado en 2013, duró 58 horas y media y no lo interrumpieron ni para ir al baño. En 2020, por razones obvias, esta celebración ha pasado sin pena ni gloria por el planeta. De hecho, al preguntar a cualquier persona en cuarentena qué es lo primero que desea hacer cuando pueda reencontrarse con amigos y familiares, su respuesta incluye indefectiblemente el verbo «abrazar», pero no tanto el verbo besar. ¿Será que esa gente ya consideraba obsoleto el roce de labios y mejillas hacía tiempo, o será más bien que se están preparando para abandonarlo como saludo?

Parece claro que el «te voy a comer a besos» se va a pronunciar menos durante un tiempo, no sabemos si para ser sustituido por un aséptico «te voy a comer a codacitos». Por eso el New York Times, atento a este tipo de efectos colaterales de la pandemia, ha reparado en este futuro sin saludos en forma de beso reflejándolo en un artículo reciente escrito por el periodista Nick Haramis, editor de la revista Interview. El autor comienza recordando un beso incómodo que le dio a Miuccia Prada cuando la conoció: «Apenas rocé un lado de su mejilla al primer intento. Al segundo, determinado a hacer contacto esta vez, toqué la comisura de sus labios con los míos». Su poca destreza en el beso convencional de saludo lo sitúa –él lo reconoce abiertamente– dentro del colectivo de estadounidenses poco avezados a la hora de plantarle dos besos a un desconocido y más bien propensos al apretón de manos propio de aquellas latitudes.

El artículo menciona también la sensación de torpeza al no saber calcular el número de besos de cortesía que se da en cada país; a menudo, o te pasas o te quedas corta. De hecho, la actriz Christina Ricci considera que el beso de saludo europeo es una «trampa para estadounidenses torpes», por eso en los ambientes artísticos de Norteamérica también se deja notar cierto alivio ante una práctica extendidísima pero que no satisface a todos.

Pero la filematología –así se denomina el estudio del beso– no es un fenómeno reciente: ya Charles Darwin le dedicó su atención en su ensayo La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, y hace solo unos años, en 2015, se publicó en la revista científica American Anthropologist un artículo académico acerca del posible carácter universal del beso romántico-sexual. La investigación la llevaron a cabo profesores de las universidades de Nevada e Indiana e incluía un dato escalofriante: al rozar dos pares de labios se intercambian ochenta millones de bacterias (es pertinente recordar justo ahora la temida mononucleosis o «enfermedad del beso», que lleva décadas sobrevolándonos como un pájaro de mal agüero, aunque pocas veces la hayamos puesto como excusa para apearnos del juego de la seducción). El artículo proporciona también otros datos recreativos: por ejemplo, que un beso emplea ciento cuarenta y seis músculos para llevarse a cabo y que los occidentales llegan a pasar unos veinte mil minutos –unas dos semanas– dando besos a lo largo de su vida.

Y, como imaginábamos, los expertos concluyen afirmando que no todas las culturas consideran el beso en los labios como un gesto indefectiblemente aparejado al galanteo, pues solo se practica en un 46% de las que analizaron. Así que el beso romántico es tan poco global como el rito de «llegar y besar el santo», es decir, el de posar los labios sobre iconografía religiosa con fines de veneración, costumbre que lleva desde el mes de marzo suprimida en la Catedral de Santiago de Compostela, la Basílica del Pilar y otros templos donde residen santos patrones.

Ya que por ahora el preservativo bucal no resulta posible (ni deseable), habrá que optar por otras formas antropológicas de saludo. Boris Izaguirre, en este mismo periódico, vaticina la importancia de los ojos en lo que él llama «La nueva realidad»: entre los accesorios estrella de estos tiempos Izaguirre cita las pestañas y las sombras de ojos, pues «igual que en la cultura islámica, serán los ojos los que hablarán por nosotros. Ojos bien expresivos y gestualidad. El amaneramiento, el lenguaje corporal, va a recobrar importancia».

Buscando en la larga tipología de besos –veintidós– que recoge el Kama-sutra y tras examinarlos a conciencia, lamentablemente solo dos se perfilan adecuados para nuestros días: el llamado «beso transferido», que sucede cuando el amante besa un retrato de la persona amada en presencia de esta última, y el tristón «beso lagrimoso», que es básicamente la misma acción pero en ausencia del ser amado. Otras posibilidades exentas de riesgos también proceden del ámbito hindú: son las salutaciones propias del yoga como el namasté y el más respetuoso pranam, que, temporalmente y sin afán apropiacionista, quizás sustituyan al besuqueo occidental. Mientras tanto, y sin duda alguna, la onomatopeya oclusiva del muac muac se seguirá emitiendo como efecto sonoro sustitutivo del ósculo de toda la vida.

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