Yayoi Kusama, la ‘alta sacerdotisa de los lunares’ que protestaba con orgías y ofició la primera boda gay de los Estados Unidos
La cotizada creadora japonesa, que ha reconocido tener “una obsesión con el sexo”, invitó a Nixon a una orgía contra la Guerra de Vietnam y mantuvo una relación célibe con Joseph Cornell. Ahora la Tate Modern de Londres repasa su carrera y explora sus ‘infinity rooms’.
Cuando era niña, la madre de Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) la hacía espiar los encuentros amorosos de su promiscuo padre. Ella era la menor de cuatro hermanos en una familia adinerada dedicada al comercio de semillas y ha reconocido en diversas ocasiones que la relación con su progenitora fue sumamente difícil y que de niña vio escenas que la marcaron para siempre. “Presencié un acto sexual que me dejó una profunda cicatriz emocional… El miedo que entró por mis ojos se expandió dentro de mí”, escribió la artista japonesa en su autobiografía, Infinity Net.
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Cuando era niña, la madre de Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) la hacía espiar los encuentros amorosos de su promiscuo padre. Ella era la menor de cuatro hermanos en una familia adinerada dedicada al comercio de semillas y ha reconocido en diversas ocasiones que la relación con su progenitora fue sumamente difícil y que de niña vio escenas que la marcaron para siempre. “Presencié un acto sexual que me dejó una profunda cicatriz emocional… El miedo que entró por mis ojos se expandió dentro de mí”, escribió la artista japonesa en su autobiografía, Infinity Net.
Los desencuentros con su madre la llevaron a romper con todo, quemar 2.000 de sus cuadros y dejar Japón por Estados Unidos en 1958. Lo hizo siguiendo los consejos de su admirada Georgia O’Keeffe, con quien mantuvo una relación epistolar para pedirle ayuda para abrirse camino como mujer artista. A Kusama le costó encontrar su hueco en la escena neoyorquina, pero finalmente lo logró y recibió críticas favorables de Donald Judd, quien afirmó que era “una artista muy original”. Entonces –mucho antes de retirarse del mundo para vivir en un psiquiátrico en Tokio, donde reside desde 1977– ya pintaba lunares de forma compulsiva y la repetición era una constante en su obra.
Pero pronto pasó de los lienzos a los cuerpos, a realizar happenings que simulaban orgías en los que ella intervenía la piel desnuda, y a ser tachada de provocadora. Incluso organizó la que ella misma definió como la primera boda homosexual de los Estados Unidos, allá por 1968. Hoy en día es una de las artistas más cotizadas y la Tate Modern de Londres acaba de inaugurar la exposición Yayoi Kusama: Infinity Rooms, que se podrá visitar hasta mayo de 2021. En ella se repasa su trayectoria y se muestra su personal –e instagrameable– universo de espejos, lunares y repeticiones infinitas.
Pese a las constantes referencias sexuales de su obra –sus primeras esculturas fueron los denominados ‘muebles fálicos’, sillas, barcas o sofás cubiertos con piezas en forma de pene– la artista se ha declarado asexual en varias ocasiones. En una entrevista en Artspace reconoció que cubría sus piezas con falos porque nunca logró cerrar sus traumas infantiles: “Tengo miedo de ellos. Es una obsesión con el sexo”. Su relación con el escultor y pintor Joseph Cornell fue romántica, pero ambos permanecieron célibes, según contó la propia artista en el documental de 2018 Kusama: Infinito. “Ni a él ni a mí nos gustaba el sexo, así que nunca hicimos nada”, explicó, enfatizando la complejidad de la relación de Cornell con su madre, con quien vivía: “Cuando ella, que estaba loca, nos veía darnos un beso en el jardín, salía con un cubo de agua fría y me lo tiraba por encima”.
De los muebles fálicos Kusama pasó a realizar happenings llenos de carga sexual y política. En 1968 organizó en su apartamento de Manhattan una performance titulada Nixon Orgy, con un grupo de personas desnudas sobre la bandera de Estados Unidos. Poco antes le había escrito una carta abierta al propio presidente Richard Nixon en la que mostraba su oposición a la guerra de Vietnam e insinuaba una invitación a una de sus orgías: “Nuestra tierra es como un pequeño lunar entre millones de otros cuerpos celestiales, un orbe lleno de odio y contiendas entre esferas pacíficas y silenciosas. Cambiemos esto juntos tú yo y hagamos de este mundo un nuevo Jardín del Edén”.
La misiva insistía en la necesidad del fin de ese enfrentamiento, porque la artista, que había vivido la Segunda Guerra Mundial y había sido obligada a coser paracaídas para el Ejército nipón, era una pacifista convencida. En 1969 la artista siguió desarrollando este tipo de intervenciones y empezó a llamar la atención de los medios: el 25 de agosto de ese año ocupó la portada del periódico Daily News, con una foto de su happening Grand Orgy to Awaken the Dead acompañada del titular “¿Pero esto es arte?”. Quería criticar el conservadurismo del mundo artístico y de los museos. Para ello llenó de gente desnuda una fuente del Jardín de Esculturas del MoMA, que empezaron a practicar sexo con una escultura del francés Aristide Maillol ante la mirada sorprendida de los visitantes. Kusama y el grupo fueron expulsados del centro de arte por los responsables de seguridad.
A finales de los años setenta hubo más orgías, con conciertos llamados body festivals en los que Kusama pintaba en directo sus círculos a gente que bailaba desnuda; protestas nudistas en Central Park y Wall Street; en 1969 lanzó una revista para adultos de más de 21 años llamada Orgy, y el embrión de sus populares infinity rooms nació en sus Mirror Performances, con personas desnudas en salas llenas de espejos. Además, la artista sostiene que fue la primera persona en celebrar una boda gay en Estados Unidos, en 1968: autoordenada como la alta sacerdotisa de los lunares de su Church of Self-Obliteration (Iglesia de la autodestrucción, en español) celebró la unión de dos amigos homosexuales y diseñó las prendas del enlace.
El exceso de exposición pública acabó pasando factura a su carrera. Para muchos, Kusama buscaba simplemente provocar por un mero deseo de publicidad, y eso hizo que se dejara de valorar su obra. “El respeto que había adquirido en el mundo del arte a finales de los sesenta se perdió con sus actos de protesta y por eso acabó volviendo a Japón en 1973”, argumenta Frances Morris, directora de la Tate Modern de Londres. Años más tarde, en 1989, la comisaria Alexandra Munroe, hoy experta en arte asiático del Museo Guggenheim, recuperó su figura y organizó una gran retrospectiva de la artista en 1989 en Estados Unidos. Poco después, en 1993, representó a Japón en la Bienal de Venecia. Todo esto revalorizó la obra de Kusama, quien ahora, a sus 91 años, sigue viviendo por elección propia en un psiquiátrico, pese a batir récords de ventas y ostentar el título de la artista femenina viva más cotizada del mundo.