Cómo el universo interior de las niñas se convirtió en un tema esencial en la cultura contemporánea española
‘Vozdevieja’, de Elisa Victoria; ‘Las niñas prodigio’, de Sabina Urraca, o ‘Los nombres propios’, de Marta Jiménez Serrano, evidencian el creciente interés por la literatura que cuenta historias a través de los ojos de las jóvenes protagonistas.
En los últimos años, las niñas están ganando cierto reconocimiento en el mundo de la cultura. No solo protagonizando historias, sino también despertando mucho interés entre la audiencia. Ejemplos claros son los libros como el de Vozdevieja de Elisa Victoria, el de Las niñas prodigio de Sabina Urraca o el recientemente publicado ...
En los últimos años, las niñas están ganando cierto reconocimiento en el mundo de la cultura. No solo protagonizando historias, sino también despertando mucho interés entre la audiencia. Ejemplos claros son los libros como el de Vozdevieja de Elisa Victoria, el de Las niñas prodigio de Sabina Urraca o el recientemente publicado Los nombres propios de Marta Jiménez Serrano. Pero también en el cine con la multipremiada Las niñas, de Pilar Palomero, o Verano 1993, de Carla Simón.
Un reconocimiento que seguramente sea debido a que estas narradoras están mostrando cómo es la auténtica infancia de las niñas. Un hueco que poco a poco se va rellenando, ya que faltaban narraciones desde puntos de vistas femeninos de muchas cosas. Jiménez Serrano es una de estas autoras que están dando voz a esa identidad. Una identidad que, como bien apunta, comienza en la infancia. “Entiendo que al público le ha interesado siempre, aun sin saberlo, y que ahora por fin lo está encontrando. También hemos entendido que son relatos que nos interpelan a todos: si a mí me interesa Tom Sawyer, a cualquier varón le puede interesar uno de estos libros”, sostiene.
Unas ideas que también defiende la escritora Sabina Urraca, quien añade que esta relevancia se debe a que cada vez las mujeres tienen más presencia en la cultura y en la sociedad actual. Y, con ellas, las escritoras, “lo que provoca que de forma inevitable surjan personajes e historias distintas a lo acostumbrado”. Aun así, matiza que recuerda las lecturas que marcaron su infancia en las que ya había niñas inteligentes y profundas, como el caso de “Anna Frank, pero también la Malena niña de Malena es un nombre de tango, la Adriana de El Sur, de Adelaida García Morales, la Andrea de Nada, de Carmen Laforet. Pero sí que es cierto que se percibe un mayor interés del público por narrativas en las que las protagonistas son niñas. Es de agradecer esa atención a algo que antes se desdeñaba un poco”.
¿Niña inocente o niña madura?
Otro de los cambios que ha traído este protagonismo de las niñas es la madurez que muestran en las obras. La niña ha dejado de ser esa personita inocente y se entera de todo lo que pasa alrededor. Un hecho que Jiménez Serrano achaca a la simplificación que muchos autores hacían de lo que significaba ser niña. “Pero la infancia no es sencilla, sino compleja, y los sentimientos de esas niñas son complejos también. Pienso que a las niñas se nos insta en general a esconder (las tristezas, los cambios físicos, las inquietudes), esa cosa de “pórtate bien y estate calladita”, mientras que a los niños se les permite desfogar más. Nuestro desfogue es este. Una suerte de: esto es lo que pensábamos mientras estábamos calladitas”, sostiene.
Una forma de narrar que Urraca también cree que se debe a ese estereotipo que dibuja a las niñas como seres candorosos y celestiales. Por ello no es extraño que este tipo de niñas más reales, con todas sus dobleces, hayan gustado mucho, pero también que hayan tenido muchos detractores. La escritora lo comprobó con algunos lectores de su libro, los cuales se sintieron incómodos y manifestaron que las niñas jamás harían eso que narraba en su obra. “Es algo sobre lo que hemos hablado mucho Elisa Victoria, Andrea Abreu (escritora de Panza de burro, libro que muestra también esta realidad de las niñas) y yo: esa resistencia por parte de muchas personas a creer que la infancia no es ese territorio celestial e idealizado en el que todos los niños son buenos y felices”, defiende.
Unas incomodidades que tienen su reflejo directo en algunos de los libros mencionados. Y es que, en muchas de estas obras, las niñas protagonistas parecen no ser entendidas por las personas que les rodean, sino únicamente por los referentes femeninos que tienen cerca. Como es el caso de las abuelas. Algo que Jiménez Serrano cree que se debe a que hay cosas que las niñas solo han podido contar a estas familiares y de tapadillo. “Los temas femeninos no tenían la legitimidad de ocupar la conversación en una cena. A ti te venía la regla y nadie se lo explicaba a tu hermano. Si un chico te molestaba en el recreo, si te dolía el pecho al crecer, si te llamaban zorra en clase, las cosas que te daban vergüenza o miedo… no eran problemas de todos, eran niñerías”, zanja.
La sexualidad de las niñas, un tabú que hay que romper
Pero quizá, el mayor tabú que han roto estas nuevas creadoras es el de la sexualidad de las niñas. Un tema que ha sido siempre muy controvertido. Y muestra de ello es que muchos de los adultos que tienen a cargo niños no saben cómo gestionarla, ya que han sido educados a través del mismo tabú y no disponen de las herramientas para romperlo. Algo que, inevitablemente, se ha trasladado también a la literatura.
Como se trata de una idea que puede inspirar cierto temor y rechazo, son muchos los autores que la han obviado con el fin de eliminar esa situación incómoda. La escritora Elisa Victoria, autora de Vozdevieja, cree que se trata de un silencio que no tiene por qué ir con mala intención, aunque las consecuencias puedan ser nefastas. “Estos adultos piensan que están haciendo lo correcto, pero sólo es un reflejo de la manera contradictoria y oscura en que la sociedad entera trata el tema”, defiende.
Marta Jiménez Serrano, por su parte, cree que ha sido tanto tiempo tabú porque les han pedido que lo escondan. Un discurso que en el caso de los hombres no ha sido así. “Que los niños tenían poluciones nocturnas, que se tocaban el pito, que se bajaban los pantalones y te enseñaban el culo, o que quedaban en grupo para hacerse pajas son cosas que las niñas sabíamos. Que nosotras nos masturbábamos no nos lo contábamos ni entre nosotras. Ese estregarse del que habla Abreu ya era hora de que quedara por escrito”, sostiene.
Sabina Urraca toca este tema en su novela desde un lugar que es aún más tabú: una niña que se enamora de un adulto. Según ella, a la gente le incomoda cualquier cosa que se salga de la idea del mundo que ellos tienen, y pone como ejemplo cuando le realizaron entrevistas por la publicación de la obra. “A pesar de que es evidente que hay una gran oscuridad en la relación entre un adulto y la protagonista de mi libro, en ninguna entrevista me han preguntado jamás por la cuestión de la pedofilia. Esa palabra nunca se ha mencionado en relación a mi novela. Creo que es tan evidente que da miedo que nadie se haya atrevido a mencionarlo. Obviar estas cuestiones en la realidad, hacer como que no las vemos, son las que perpetúan la doble moral, las realidades que ocurren mientras todo el mundo mira hacia otro lado”, argumenta.
Unas realidades que, por suerte, van evolucionando poco a poco. Y es que, desde los años noventa, años en los que están asentadas estas novelas, hasta nuestros días, ciertas cosas sí que han cambiado. ¿Habría que ubicar entonces a las protagonistas en otras coordenadas si se escribieran a día de hoy? “Quiero pensar que hay cosas más normalizadas y visibilizadas, quiero pensar que las niñas de hoy no tienen que esconder los tampones y que hay más educación sexual para todos. Pero hay roles profundos de los que es difícil salir. Estamos demasiado acostumbrados a exigir a niños y a niñas cosas distintas”, sostiene Jiménez Serrano.
Por ello, y aunque Sabina Urraca diga que su protagonista no cambiaría mucho en una novela ubicada hoy en día, ya que es ella la que se trata mal a sí misma y no tanto la sociedad, Elisa Victoria supone que la suya sí que actuaría un poco diferente al tener otros referentes, otras costumbres y otras tecnologías. “Es imposible para mí saber hasta qué punto resultaría esto significativo, pero sospecho que el acceso a internet, la mayor presencia de personajes queer en la cultura popular, la situación política y por supuesto la pandemia implicarían los mayores contrastes”, finaliza.